New York
1996
Anna
Un día, dos días, tres días y nada. No hay rastros del asesino. Todos me culpan, yo no hice nada, al menos no recuerdo. No mataría a mi esposo, no podría hacerlo.
Me siento lentamente en el sillón y enciendo la radio. Las noticias, escucho la mención del aparatoso incidente ocurrido hace días. Una lágrima baja por mi mejilla, tomo una toalla y seco mi mejilla. Respiro profundo y me recuesto en el sillón.
—Él no —susurro.
Tú fuiste.
Claro que no, no mataría a Patrick. No podría, es el hombre que me amó, me apoyó en todo momento, es el hombre al que le debo todo y no pude hacer nada al respecto.
—Él no pudo irse.
Siento que más lágrimas brotan de mis ojos y les doy acceso a que salgan, corren por mis mejillas y lloro sin parar. Al final, me siento libre. Al menos, llorar ayuda mucho; sin embargo, es una muerte que nunca dejaré de llorar.
Danna, Buenos Aires.
Niego. Suspiro y seco mis lágrimas. La radio sigue haciendo ruido y la apago. Su muerte no se quedará así, la vengaré.
Me levanto y camino hacia la cocina, me sirvo un poco de agua fresca y le doy un sorbo. Encontraré al asesino, o al que provocó ese vacío en mí. Sin Patrick no soy la misma, él era mi todo, y esa persona me lo arrebató.