Sololá, Guatemala
1963
Patrick
Entre lágrimas meto mi único par de zapatos libres a una vieja mochila, junto con un poco de ropa y un viejo peluche. Me seco las lágrimas y me pongo la mochila en la espalda.
— ¿Ya estás? —pregunta mi padre del otro lado de la puerta.
Ya casi nos vemos, Patrick.
—Ya. ¿Por qué tenemos que irnos? —bufo.
Dejo todo, mi vida de tan sólo unos diez años, mis amigos, mi mascota... ¿Por qué?
—Allá será mejor.
— ¿A dónde vamos, mamá? —me acerco a ella. — ¿Por qué tan lejos?
—En primer lugar, nos vamos a New York —anuncia mi mamá, suspiro y tomo su mano—. Y, en segundo lugar, debemos irnos, aquí no estamos seguros.
— ¿Por qué no estamos seguros?
—No hagas preguntas, Patrick —dice mi padre desde su cuarto.
Asiento. Camino hasta la cocina y me sirvo un poco de agua. Sonrío y agarro de la mano a mi mamá.
—Estoy listo —asiente y una pequeña lágrima se desliza por su mejilla.
— ¿Por qué lloras, mamá?
—Por nada, sólo que todo es muy confuso.
Las piezas se unen poco a poco, y al final sabrás la verdad.
Ignoro la vocecita dentro de mi cabeza y empiezo a caminar al lado de mis padres. Siento como sus manos dejan de agarrar las mías y volteo para verlos.
Corren y se encierran en la casa. Miro a todos lados y un carro negro se acerca. ¿De dónde salió ese carro?
— ¡Mamá, tengo miedo! —grito.
El carro se estaciona frente a mí y de el baja un hombre, alto, con barba y me mira de pies a cabeza.
—Por lo menos se ve que eres una buena mercancía.
¿Mercancía?
Te espero en New York, Patrick.