Petén, Guatemala
1963
Patrick
El dolor sigue y mis lágrimas no han disminuido. El hombre se ha ido, y yo me encuentro en un cuarto lleno de luz, con las paredes blancas y un parlante en la parte alta de la pared.
No sé cuánto tiempo llevo aquí, pero no he dejado de llorar. Observo a todos lados para ver si encuentro una puerta o una ventana, pero hay nada de eso.
Ni siquiera un miserable plato de comida o un vaso con agua. Un ruido me alerta y observo a todos lados para ver de dónde proviene. Una pequeña puerta se abre y ropa limpia sale de ahí, junto con jabón y un bote pequeño de shampoo.
Luego, se cierra para abrirse otra detrás mía. Una ducha queda a mi vista, limpia y totalmente en orden.
—Tómate una ducha —se escucha una voz a través del parlante.
Asiento sin prestarle atención alguna y la puerta de cierra detrás mía. Me quito mi ropa, sucia y con poca sangre.
Entro a la ducha y abro la llave, para luego dejar que el agua me relaje. Enjuago lentamente mi cabello con un poco de shampoo y doy pequeñas movidas con las yemas de mis dedos.
Luego, lavo con jabón mi cuerpo. Limpio lentamente cada área y hago una mueca al lavar un poco de sangre de mi parte trasera de mi cuerpo, donde el hombre me dañó sin compasión.
Al terminar enrollo débilmente una toalla alrededor de mi cintura y regreso a donde me encontraba minutos antes. Una banca sobresale y pongo mi ropa limpia ahí. Me seco el cuerpo y me cambio.
La puerta pequeña se abre y dejo las cosas anteriormente usadas ahí adentro.
—Muchas gracias por seguir instrucciones, True te lo agradece —rechina.
— ¿Qué hago aquí?
—No te preocupes, estás en buenas manos.
—Ah ¿sí? ¿Qué un hombre desconocido te viole es estar en buenas manos? —bufo.
—A veces las cosas se salen de control, Patrick —el parlante hace un ruido y escucho pequeños susurros inaudibles.
— ¿Qué mierdas dicen? —pregunto gritando.
Cada minuto que pasa es mucha espera para mí, han acabado con la poca paciencia que tenía, han acabado con mi infancia, han acabado con mi vida lentamente.
—Debes cumplir con tu contrato.
— ¿Qué contrato?
—Buena suerte, Patrick.
—Espere —hablo de nuevo—. ¿En dónde estamos?
—Estás en Petén, al anochecer saldrás directo a New York —abro los ojos como platos— allá te esperan mis compañeros y, como dije anteriormente, estás en buenas manos.
Mis manos tiemblan. Un frío incontrolable se apodera del cuarto y mis dientes truenan cuando se topan entre ellos.
No te confíes, Patrick. A veces las cosas no son como parecen ser.