Tu Vida en la Mía

CAPÍTULO 27

Buenos Aires, Argentina

2000

Anna

El muchacho me hace compañía en el cuarto, las tazas de café hacen ruido al momento en que las dejamos en la mesa.

Las gotas de lluvia se deslizan lentamente por la ventana, los truenos y los relámpagos cada vez hacen más ruido.

El momento adecuado para tomar una deliciosa taza de café.

—El clima está de maravilla, ¿No crees? —asiento sonriendo mientras elevo la taza a la altura de mi boca y doy un pequeño sorbo.

El teléfono resuena en el pantalón del muchacho y se sobresalta al escuchar el ruido repentino. Río ante lo sucedido y me fulmina con la mirada.

Saca el teléfono de su bolsillo y contesta la llamada llevando el teléfono a su oído. Sus ojos se abren como platos y su boca se forma en una "O" mayúscula.

Arqueo mi ceja y lo observo detenidamente para esperar a que la llamada acabe. Cuelga y posa el teléfono en la mesa. Me mira pálido y sonríe de lado.

—Al fin encontraron al asesino de Patrick, Anna —dice.

Algo dentro de mí quiere festejar, que, por fin, después de unos cuantos años encontraron al asesino; sin embargo, no me siento ni feliz ni triste.

Es como si no me importara en absoluto la noticia, aun así, me pongo de pie y de manera forzada sonrío de lado.

—Llevamos a ver a ese infeliz —digo.

El muchacho asiente y salimos de la casa, abre la puerta del auto y entro. Después de unos segundos él entra y arranca.

El camino a la policía se me hace largo, observo las casas, los niños jugando pelota en las calles, los transeúntes apurados al caminar y a Danna.

¿Danna?

Abro los ojos como platos y pierdo de vista a la pequeña niña. Bufo y observo al muchacho.

Sonríe y parquea el auto al momento de llegar a la comisaría. Abro la puerta y un policía me observa.

— ¡Necesito verlo! —exijo.

— ¿A quién? —pregunta una mujer.

—Al asesino de Patrick, Margarita —contesta un señor, la placa brilla en su pecho y da un sorbo al líquido que tiene dentro de la taza.

—Exactamente —digo.

—Sígame.

Tomo fuerte del brazo al muchacho -que no recuerdo el nombre- y camino al lado de él, siguiendo al señor.

Una puerta enorme de color blanco nos espera, al abrirla un hombre robusto, de cabello rubio se encuentra esposado en una silla. Sonríe cuando me ve y balbucea algo, pero no logro escucharlo.

— ¿Cómo se llama? —pregunto.

—Soy Teodoro, Anna —dice entre risas—, tu esposo habló conmigo una mañana, no me sorprende que lo hayas olvidado.

Arqueo mi ceja.

— ¿Teodoro? ¿Eres tú? —dice el muchacho.

—Así es, Patricio.

Los observo a ambos sin entender y una bala traspasa la cabeza de Patricio dejándolo muerto al instante.

Suelto un grito, observo de reojo a Teodoro y este se encuentra de pie sosteniendo el arma.

—Yo también maté a Mario.



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En el texto hay: misterio, enfermedad, olvido

Editado: 14.08.2019

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