Tu vida por la mía

ᴘʀᴇғᴀᴄɪᴏ

«Hay momentos en que el alma se encuentra en una encrucijada cruel: hacer lo que nunca pensaste... o dejar que el mundo siga sin ti.»

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PREFACIO

BEND, OREGÓN
29 Diciembre, 2019 — 10:48 pm

Frías.

Sus manos estaban heladas.

Justo como esa extraña noche donde cada segundo parecía irreversible.

Dos hombres se enfrentaban en silencio, parados uno frente al otro. El aire a su alrededor tenía esa quietud enigmática que solo precede a las tragedias.

Una presión invisible, sofocante, se deslizaba entre ellos. Era como si la misma atmósfera los empujara hacia un desenlace inevitable, mientras sus miradas cargadas de remordimiento hablaban más que cualquier palabra.

Estaban golpeados, maltratados. La sangre en sus rostros, los moretones y la ropa hecha pedazos eran rastros evidentes de una pelea brutal.

Y, aun así, seguían de pie. Mirándose. En ese silencio espeso donde lo único que faltaba... era el final.

El silencio era absoluto. Solo quedaban los ojos, y en ellos, súplicas que quemaban.

Intentaban adivinar cómo alcanzar el arma tirada en el suelo antes de que el otro lo hiciera. Ese objeto decidiría su destino.

Estaba apenas a un metro de distancia, quizá un poco más. Trazar una línea hasta ella bastaría.

El mayor —de unos treinta años— movió el pie con una lentitud medida, pero se detuvo en seco al notar la expresión de su oponente: un muchacho unos diez años menor. Más fuerte, más ágil... con muchas más posibilidades de ganar.

No tendría oportunidad contra él. No otra vez. Lo tenía claro.

El chico parecía completamente listo para actuar, tomar el arma y poner fin a la disputa. Por eso, su contrario se sintió obligado a pensar con cabeza fría. Rápido, antes de que fuera demasiado tarde.

Oscilaban entre el temor mutuo y la necesidad de actuar. El mayor eligió las palabras; quizá las últimas que alguno escucharía.

—Por favor, esto no debe ser así —dijo con firmeza.

No tenía otra opción. La fuerza no le bastaría. Las raspaduras le ardían, la sangre seca le tiraba la piel del rostro. Tenía miedo, pero no podía mostrarlo.

—Hay muchas cosas en este mundo que no deberían ser —replicó el joven, con una mirada inquisitiva.

Su postura se hizo más firme, erguida. Sabía con absoluta claridad que tenía la ventaja.

—Sí, en eso tienes razón —se enderezó—. Pero ahora tenemos el poder de evitar que se vuelvan aún más injustas.

—Esa cosa dijo que sería fácil —respondió el chico, con una ironía que le tensó la mandíbula.

El estrés, la tensión y la incertidumbre dominaban la escena.

La muerte bailaba alrededor de ellos, decidiendo a cuál se llevaría, mientras los hombres discutían quién debía ser entregado.

—Y luego nos dio un arma cargada con una sola bala, ¿no lo ves? —el mayor alzó la voz—. Nosotros somos humanos... ¿y él? ¿Qué demonios es?

La duda quedó suspendida en el aire; ninguno parecía tener una respuesta.

El joven hizo un intento de moverse, y su contrincante tensó cada músculo del cuerpo.

Pero en lugar de atacar, el muchacho soltó una pequeña risa.

—¿Tu sugerencia es que lo ignoremos y ya? ¿Que dejemos que nos mate? —cuestionó, lanzando una mirada fugaz hacia el arma.

—Digo que... —murmuró el mayor, hablando despacio, eligiendo con cuidado sus palabras.

«¿Por qué le había hecho caso a esa criatura?» La pregunta se repetía en su mente mientras intentaba razonar con el castaño.

Se sentía ingenuo. Estúpido. Había sido arrastrado por la avaricia.

Y esa cosa —fuera lo que fuera— lo había engañado. A él... y seguramente también al chico que tenía delante.

Ni siquiera sabían qué era, ni cómo los había llevado hasta allí.

Lo único seguro era que estaban atrapados. Como bestias, obligadas a matarse entre sí bajo la promesa de que el vencedor sería libre.

Una promesa que probablemente también era mentira.

Desde que aquella voz apareció, no habían recibido más que engaños. Mentiras disfrazadas de oportunidades.

Lo había perdido todo por esto... y ahora, también perdería su vida.

—Digo que debemos enfocarnos en saber qué es esa cosa, de dónde viene... por qué a nosotros —intentó sonar convincente—. Hay una criatura jugando con nosotros. Ese debería ser el problema.

Logró contener el miedo y usar su posición como mayor para ganar algo de ventaja.

—No te escucharé. Eres tú quien no lo entiende —rebatió el joven, alzando un poco la voz— ¡Siento que me estoy volviendo loco! ¡Escucho su voz en todas partes, ni siquiera puedo dormir! ¡No quiero oírlo de nuevo! No me importa lo que tenga que hacer para callarlo.

De pronto, su semblante cambió. Como si el ambiente a su alrededor se hubiese vuelto una bomba de tiempo.

—Ay, no... —murmuró el muchacho, mirando nervioso a su alrededor—. Está aquí.

Se tambaleó sujetando su cabeza. Parecía luchar con su propia mente.

O peor.

Con algo que intentaba poseerla.

El mayor aprovechó la distracción y corrió, tomando el arma con manos torpes y sudorosas. La levantó, apuntando directamente a su acompañante.

«Dispara...»

Un susurro en su cabeza, ajeno a su conciencia, le erizó hasta el último vello del cuerpo.

Conocía perfectamente esa voz.

—No te muevas —le ordenó al joven castaño, quien parecía haber recuperado la razón.

La incredulidad tiñó su rostro al verse encañonado. Pero pronto apareció una sonrisa cínica.

«Hazlo...»

—No quiero hacerte daño, por favor —suplicó el hombre, aún más inseguro que antes.

Le temblaba el cuerpo. Le dolía el corazón. No quería convertirse en un asesino.

Pero en ese momento, lo único que importaba era estar del lado seguro del arma... y sobrevivir.



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En el texto hay: misterio, aventura, amor

Editado: 24.06.2025

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