Tú y yo, contra él mundo

CAPÍTULO UNO

Bajo la luz tenue, la lluvia cayendo sobre los ventanales de cristales y el aire golpeteando estos, el olor a lavanda y a cítricos perfumaba la habitación con quien dice, quienes ven más allá de lo superficial los llaman raros.

Everly Parker, quien se encontraba acostada sobre su cama con la cabeza inclinada, con los ojos cerrados y el libro del «El retrato de Dorian Gray» sobre su pecho.

—Maldita sea —susurró para sí misma, pasando un gran trago de saliva, intentando deshacer ese nudo en su garganta.

Le punzaba la cabeza; cuando se levantó, con el cabello revuelto y las ganas de mandar al diablo cualquier cosa que le atravesase, y sobre todo el almuerzo que quería evitar, vio en el reloj la hora junto a su retrato de una foto de Óscar Wilde, posando elegante, sentado con un gran atuendo negro de traje y con gran abrigo de peluche, sosteniendo su mano en su mejilla y una mirada como quien dice: «Te juzgaría sin siquiera pedirlo».

Soltó un gran suspiro, cerró su libro porque sabía que no era capaz de leerlo ahora que su mente daba mil vueltas, se levantó y, a regañadientes, dejó el libro al lado de «Drácula» de Bram Stoker. Pensaba que si al menos ponía sus dos obras más famosas, ambos se reconciliarían, aunque ya había pasado un siglo desde que se fueron de este mundo; tal vez, y solo tal vez, en su cabeza volverían a ser mejores amigos otra vez.

Puso los ojos en blanco y bajó las escaleras blancas de mármol. Aunque su madrastra Jane se "obsesionaba" con la limpieza, la casa olía a mezclas de suciedad y ropa sucia; aunque estuviera reluciente, sabía muy bien que, después de que limpiara, a los cinco minutos olería a lo mismo, y gracias a los perros que tenían en casa.

Cuando pasó a la habitación, sabía muy bien que Jane o estaría de buen humor o de mal humor dependiendo de cómo estuviera la casa, y siempre sacaría sus comentarios de siempre: «¡Ustedes no cooperan!», «Son muy maleducadas, niñas», «Son un caso perdido».

Vio la mesa resplandeciente con un gran banquete en ella. Ver todo eso le empezó a dar un malestar en el estómago; sabía muy bien que no comería ni un poco de lo que estaba ahí, solo tragaba saliva intentando que se abriera su garganta porque sentía otro gran nudo en ella.

Everly comió un poco del pollo que estaba en el centro de la mesa. Había un completo silencio y solo se escuchaban los cubiertos rechinar sobre los platos blancos de resplandeciente vidrio de mármol. Intentaba no mirar con mala intención a su madrastra Jane, quien, al ponerle picante a su comida, no paraba de abrir y cerrar la boca haciendo ruido y mostrando toda su comida.

Aunque también la comida le picaba, comió con la boca cerrada e intentó darle el ejemplo de lo que tanto criticaba; ella también era un ser muy hipócrita.

—Sí, mi hija nunca habla, es un ser mudo —comentó su padre mirándola. Everly miró hacia otro lado, chasqueando la lengua y abrió los ojos intentando no decir algo que sabía que los pondría incómodos.

Nunca ha sido esa chica a la que le guste llamar la atención; es más como si quisiera pasar desapercibida para aquellas personas que no entienden sus ideales.

Cuando salió de la habitación, había un gran salón de estar, con un sofá blanco como albino y nieve al caer en Navidad, de resplandeciente pelaje. Alfombras con gran estampado de cebra; al otro extremo de la habitación había un gran piano. Se levantó y lo acarició con las yemas de sus dedos, frunció los labios; sabía que no podría ni tocar "Estrellita, ¿dónde estás?", pero aun así no perdía la esperanza de volver ese sueño realidad algún día: poder tocar aquella canción que tanto le calmaba cuando las cosas iban mal, Moonlight Sonata, 1st movement, de Beethoven.

Las yemas de sus dedos dejaron de acariciar el piano, extrañando la textura, cuando escuchó los gritos de Jane:

—¡Niñas! —gritó Jane desde la cocina. Everly no pudo evitar poner los ojos en blanco; sabía lo que se acercaba: quejas y más quejas.

Cuando su hermana pequeña, Alison, y Everly estaban cerca de la cocina, sabían que lo peor estaba por llegar. Cuando llegaron a la habitación olía a mucho pollo y comida echada a perder, mientras que la cocina estaba hecha un desastre: sobre la encimera, trastes y comida regada y escurriendo sobre el gran mueble de madera, de elegante color gris. Miraron a Jane; sus grandes ojos cafés penetraban a Everly como un león tratando de cazar a un búfalo. Su pecho latía con mucha fuerza, como si se fuera a salir del cuerpo. La gran lluvia caía aún sobre la ciudad y la lámpara de techo de grandes cristales se movía con el pequeño viento que atravesaba el hueco de aquella ventana vieja.

—Esto... —enseña el gran desastre en la cocina—. Es por ustedes.

Suspira y siente su corazón hecho un lío en ese momento; tenía tantas ganas de vomitar aquellas palabras, pero sabía que sería peor. Frunció el ceño, molesta, porque no era la primera vez que Jane hablaba en plural y no era la primera vez que echaba culpas a gente tercera por el alboroto que ella misma causaba.

No podía evitar pensar en aquellas cosas que ella criticaba, pero hacía al mismo tiempo; la ironía, como si estuviera recitando a Lord Henry Wotton, pero no tenía su mismo cinismo.

«Hoy en día la gente sabe el precio de todo, pero no conoce el valor de nada».

Jane lo ponía en práctica como si ella fuera el mismísimo Dorian en persona. Everly no podía evitar pensar en ello y soltó una risa silenciosa.

Sabía que Lord Henry lo decía no por lo material, sino por lo superficial que se ha vuelto la sociedad: sonrisas falsas en Navidad, mientras que durante el año son puras quejas y costumbres mal vistas. «Por favor, haz algo con tu apariencia antes de que diga algo que pueda herirte», «Nunca valoran nada».

Tragó saliva y la miró con el ceño fruncido; más que molesta, sentía una gran impotencia de mandar por la borda a su madrastra, tomar el cabello de Jane y decirle que ni siquiera tenía por qué hablar de ella como si fuera la reencarnación de Afrodita.



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En el texto hay: clasico, darkacademia

Editado: 03.12.2025

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