La estilizada y elegante figura masculina se movió por los amplios y luminosos pasillos del recién remodelado lugar, con cada paso que daba parecía emitir un golpe de su elegante colonia, esa que olía a madera, cuero y un toque de sándalo, sin duda una mezcla que parecía ser proyectada de la piel del guapo caballero que ha interrumpido las clases que daban en aquel lugar.
Fascinados nuevamente con su presencia, los pequeños se han amontonado contras las ventanas, diciéndole adiós y sonriéndose nerviosos cuando los azulados ojos se posaban en ellos, si bien su porte es firme, su mandíbula remarcada y un poco elevada, no dejaba de dibujar débiles sonrisas para esos rostros infantiles que lo ven como si fuera una celebridad.
Delante de él la monja lo miraba de reojo tan solo sonriendo con debilidad al ver la algarabía de algunos de los niños que ya no pueden ser controlados por sus profesores, e incluso niega cuando mira a más de una novicia, profesora o voluntaria saludar con las mejillas ruborizadas al apuesto caballero que guía hacia la oficina del director.
Sus zapatos de goma es lo único que emite un sonido en aquel lugar, aunque quizás si estuviera un poco más pendiente también hubiera escuchado el galopar de ese corazón masculino, que lleva las manos sudadas y el pecho agitado, pidiendo a un Dios con el que se ha distanciado, que ahora si todo lo que ha pedido en estos últimos tres meses se cumpla sin demasiadas vueltas.
Asintió para la monja quien le dio el espacio y una débil sonrisa para que él ingresará a la amplia oficina del director, suspiró como en alivio cuando vio a Rommel, su amigo y representante legal, quien se acercó a él estrechándole la mano y apretando despacio el hombro.
—Buenos días—saludó Gonzalo.
Miró con el ceño fruncido a la pareja que se encontraba en un sillón, detrás de un hermoso escritorio de madera el sacerdote vestido de manera más casual, pero sin perder su presencia y relación con la iglesia, se puso de pie estrechando la mano que Gonzalo le ofreció.
—Buenos días señor de Santi, por favor—le pidió.
Gonzalo ocupó el lugar al lado de Rommel, si bien sabía que las dos sillas eran las que normalmente se encontraban ante el escritorio del director del colegio sagrado corazón de Jesús, ahora se encontraban como formando una medialuna con el sillón de cuero negro donde Gonzalo divisó a la pareja, una que les resultó algo jóvenes, pero solo pasó saliva cuando les vio las manos unidas y el anillo de boda en cada uno.
Volteó a ver a Rommel quien con una sola señal le pidió que expulsar el aire que había retenido en el pecho, claro que su amigo y abogado lo podría adivinar más que nervioso, después de todo la llamada del director les ha tomado por sorpresas a ambos.
Se encontraban reunidos con el director de un colegio religioso que además de impartir clases, servía como orfanato para niños abandonados o hijos de madres solteras de bajos recursos, de las cuales muchas laboran en el lugar o bien fuera, con la oportunidad de ofrecerle a los menores un aprendizaje de primera calidad, y apuntando claro a la adopción de aquellos que se encontraban en completa soledad.
Después del fatídico evento que no solo lo convirtió en un hombre al que le fueron infiel, también lo alejó de la posibilidad de ser padre, Gonzalo quiso huir del mundo, refugiarse en algún espacio o país donde nadie lo conociera, pero su madre lo llevó en otro camino, uno que jamás consideró, pero de pronto le dio un nuevo sentido a su vida y la opción que nunca había cruzado por su cabeza, hasta que se encontró con ella, hasta que la tuvo en sus brazos.
El sacerdote Octavio se puso de pie y cargando su libreta se acomodó en la orilla del escritorio viendo a las cuatro personas reunidas en su oficina. Generalmente sabía lidiar muy bien con los niños rebeldes, las chiquillas contestonas o uno que otro adolescente malhumorado, porque el lugar tenía menores de todas las edades, pero ahora mismo se sentía nervioso y quizás es porque tendrá que lidiar con Gonzalo de Santi y una ira que ya ve nacerle en las azuladas pupilas.
—Bueno—empezó aclarando su garganta cuando descubrió su tono algo débil—los he reunido porque tenemos noticias, muy importantes, que involucran a ambos en esta ocasión—Gonzalo clavó su mirada en la pareja, y ellos solo pasaron saliva viéndose entre si—en este momento una de nuestras pequeñas ha conseguido la oportunidad—Miró a la pareja—de ir a dos hogares, y quiero que esos hogares se conozcan y…
—¿Nos hará competir? —Gonzalo lo interrumpió de manera severa—¿por eso nos tiene aquí?
—No señor de Santi, no pretendo hacerlos competir—Rommel miró a su amigo—cuando usted empezó a trabajar en el proyecto del orfanato, una de sus condiciones era que los niños no se involucraran con usted, ¿lo recuerda?
—¿Eso porque viene al caso? —preguntó Rommel.
—Porque todo lo que decimos tiene peso señor—el sacerdote fue firme—nuestras palabras no están llenas de aire y debemos, por lo mismo, tener cuidado al momento de expresarlas, ni la emoción, ni la felicidad o la ira, deberían determinar lo que decimos.
—Sabe que no lo dije con mala intención—señaló Gonzalo acomodándose en su asiento—y eso es algo que le he venido aclarando desde que conocí a Fara.
—Lo sé—el sacerdote suspiró viendo hacia la pareja—ellos son los Fernández, Alma y Erick, se han casado hace dos años y desde entonces no han tenido la capacidad de concebir—Gonzalo miró a la pareja—Erick es parte de nuestro de voluntariado y ha decidido con su esposa, que desean adoptar.