Tú y yo... por siempre juntos

Las preguntas que vuelven

Hay preguntas que los niños hacen con inocencia, sin saber que al otro lado de la respuesta hay un campo minado.

Lizzy y yo estábamos cocinando juntas aquella tarde. Panqueques, como siempre que teníamos una tarde libre. Ella mezclaba la harina con leche mientras tarareaba nuestra canción. Yo la miraba con esa mezcla de amor y vértigo que solo se siente cuando te das cuenta de cuánto ha crecido alguien que antes cabía entera en tus brazos.

—Mami —dijo de pronto, sin dejar de revolver la mezcla—, ¿tú crees que mi papá pensaría que cocino bien?

Me quedé quieta. La espátula en mi mano dejó de moverse. Esa frase cayó como una piedra en medio de la cocina. Lizzy no me miró al decirlo. Seguía centrada en la masa, como si preguntara por el clima.

—¿Por qué preguntas eso, amor?

Encogió los hombros.

—No sé. Hoy en la escuela, Sara dijo que su papá le enseñó a hacer hamburguesas y que siempre le dice que cocina como una chef. Entonces pensé… si yo tuviera papá, ¿me diría cosas así?

Respiré hondo. Sabía que este momento volvería. Que no bastaba con haberlo esquivado la primera vez. Lizzy tenía casi nueve años. Ya no era la niña que aceptaba respuestas suaves. Quería saber. Necesitaba saber.

Me agaché para quedar a su altura.

—Tú cocinas increíble, Lizzy. Y sí, estoy segura de que tu papá también lo pensaría.

—¿Y por qué no está aquí? —preguntó con voz pequeña, sin dramatismo. Solo curiosidad.

La pregunta que más temía. La que siempre me costaba más responder.

—Tu papá… no pudo quedarse con nosotras. No porque no quisiera. Algo le pasó, algo que no entendemos del todo. Pero antes de irse, me dijo que me amaba mucho. Que quería volver a casa. Tú aún no habías nacido, pero estoy segura de que si te conociera, te amaría con todo su corazón.

Lizzy bajó la mirada. Mezcló un poco más la masa, esta vez con menos energía.

—¿Y si no quiso volver? ¿Y si simplemente no nos quería?

Me dolió. No su duda, sino que el mundo ya le hubiera enseñado a pensar así.

—Eso nunca lo sabremos con certeza, mi amor. Pero hay algo que sí sé. Tú eres amada. Por mí, por tu abuela, por Sofía, por tantas personas que están a tu lado cada día. No tener un papá no te hace menos. Te hace única. Y lo más importante… no estás sola.

Lizzy me miró con ojos brillosos. No lloraba, pero estaba al borde.

—Yo solo… a veces quisiera saber cómo era. Si hablaba como tú, si tenía mi misma nariz. Si también amaba los panqueques.

La abracé con fuerza. Con tanto amor que temí romperla.

—Podemos hablar más seguido de él, si tú quieres. Te puedo contar lo que recuerdo. No es fácil para mí, pero si tú lo necesitas, lo haremos juntas. ¿Te parece?

Asintió lentamente.

—Sí. Pero solo si tú también estás lista.

Sonreí con un nudo en la garganta. Qué sabia era mi niña.

Después de eso, cocinamos en silencio. Pero era un silencio diferente. No tenso. Más bien uno de esos silencios que hablan por sí solos. Que dicen “aquí estoy”, sin necesidad de más palabras.

Esa noche, mientras la arropaba, me pidió que le contara una historia. Pero no cualquiera.

—Una de cuando tú y él eran jóvenes.

Me tomó unos segundos responder.

—Está bien. Te contaré la del día que fuimos al parque y terminó lloviendo, pero bailamos bajo la lluvia igual.

Sus ojos se iluminaron.

Y así, poco a poco, empecé a contarle. Con cautela. Con ternura. Sin idealizar. Pero sin dejar fuera la belleza de lo que una vez fue.

Cuando se durmió, me quedé un rato sentada en el borde de la cama, observando cómo respiraba tranquila. Pensé en lo fuerte que era. En lo parecido que era a Lucas. En lo mucho que él se estaba perdiendo, sin saberlo.

Fui a mi cuarto, abrí el cajón donde guardo las cosas que casi nunca muestro y saqué una foto de nosotros tres. Bueno, de nosotros dos… y Lizzy en mi vientre. Era de unos día antes de que desapareciera. Lucas tenía los brazos rodeándome y una sonrisa que ahora me resulta lejana. Yo tenía la mirada de quien aún no sabía lo que venía.

La miré largo rato.

No sé si algún día ella entenderá todo lo que pasó. No sé si algún día dejará de hacerse esas preguntas. Pero lo que sí sé es que siempre estaré ahí para responderlas. Aunque me duelan. Aunque no tenga todas las respuestas.

Porque eso también es ser madre: caminar por caminos oscuros para que tu hija pueda encontrar luz.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.