A veces, la vida te da un respiro antes de hundirte otra vez.
Pensé que la fiebre de Lizzy había sido lo peor. Después del tratamiento en el hospital, volvió a casa con una sonrisa pálida y esa energía suave que tienen los niños cuando aún están recuperándose. Dormía más de lo habitual, pero comía, jugaba en silencio, y yo respiraba un poco más tranquila.
Hasta esa tarde.
Habíamos ido a casa de una amiga. Sofía tenía una pequeña reunión con algunas mamás de la escuela. Lizzy estaba feliz de ver a Sara. Comieron juntas, jugaron un rato en el jardín, y yo aproveché para hablar de trabajo, de libros, de cualquier cosa que me hiciera sentir que todo volvía lentamente a su sitio.
Pero a las pocas horas, algo cambió.
Lizzy se puso pálida. Al principio creí que era el cansancio, el típico bajón después de un día agitado. Pero luego sus labios se tornaron azulados. Empezó a quejarse de un dolor en el abdomen, en el pecho. Su respiración era corta, entrecortada. Me lancé al suelo con ella entre los brazos, sin saber si gritar o correr.
—¡Algo no está bien! —le dije a Sofía, que se quedó paralizada al verla—. ¡Llama al hospital! ¡Ya!
En el auto, mientras Sofía manejaba como si la calle se estuviera incendiando, yo solo pensaba en su corazón. En su sangre. En cómo la vida podía romperse así, sin previo aviso.
Cuando llegamos a urgencias, nos pasaron de inmediato. Lizzy no podía hablar. Sus ojos estaban abiertos pero no me enfocaban. Respiraba con esfuerzo, como si cada bocanada le costara la mitad de su alma.
Y entonces, como si el universo quisiera recordarme algo que aún no comprendía, apareció él.
—¿Qué pasó? —preguntó Mark, entrando a toda velocidad a la sala.
—No lo sé —respondí, temblando—. Estaba bien esta mañana. Comió algo en casa de mi amiga. Y luego… se descompensó.
Mark se agachó al lado de la camilla, tomó a Lizzy con cuidado y comenzó a evaluarla mientras daba órdenes rápidas a las enfermeras. Vi cómo cambiaba de modo. Pasó de ser el doctor amable de la última vez al profesional enfocado que parecía dominar cada segundo.
—¿Qué comió? ¿Alguna alergia diagnosticada?
—No... nada que yo sepa. Aunque Sofía mencionó un platillo típico... creo que llevaba habas.
Mark se congeló apenas un instante. Apenas. Pero lo suficiente para que su expresión cambiara.
—¿Tiene diagnóstico de deficiencia de G6PD? —preguntó, con una urgencia que no disimuló.
—¿De qué…? No… no que yo sepa.
Él apretó los labios. Sus ojos parecían conectar piezas invisibles.
—Necesitamos hacer una evaluación urgente. Si tiene esa deficiencia, las habas pueden haberle provocado una crisis hemolítica. Vamos a estabilizarla.
Mientras los enfermeros conectaban sueros, monitores y oxígeno, las palabras de Mark se mezclaban con otras que apenas logré captar:
“hemólisis, ictericia leve, glóbulos rojos…”
No entendía todo lo que decían, pero el tono de las voces lo decía todo: era grave, pero aún estábamos a tiempo. O al menos eso quería creer. Porque en sus gestos, en la rapidez de las órdenes, en la concentración con la que Mark no apartaba la vista de mi hija... había una urgencia que no sabía disfrazarse.
Y el miedo, ese que se instala en el pecho y no deja respirar, empezó a susurrarme que esta vez no bastaba con tener esperanza.
Aunque algo en su tono me hizo sentir que tenía que confiar. Otra vez. En él. Porque aunque mi mente no captaba las palabras técnicas, mi corazón reconocía la seguridad en su voz. Una seguridad que no era fría, ni distante. Era la seguridad de quien no está dispuesto a dejar que algo —o alguien— se le escape de las manos. Y aunque era absurdo... me sentí menos sola al escucharlo.
Pasaron horas que se sintieron como una eternidad. Lizzy fue conectada a monitores. Le administraron líquidos, oxígeno. La palabra hemólisis se repetía. Yo no sabía si me temblaban más las manos por miedo o por impotencia.
Cuando por fin Mark salió a hablar conmigo, vi algo en su rostro que no había visto antes: preocupación contenida, como si no fuera solo un caso más.
—Ya está estable —me dijo—. La reacción fue fuerte, pero actuamos a tiempo. Aún no tenemos los resultados completos, pero todo apunta a que tiene una deficiencia enzimática llamada G6PD. Es más común de lo que parece. Y en su caso... puede haberse activado hoy.
Me senté, sintiendo que el suelo se alejaba de mis pies.
—¿Va a estar bien?
—Sí. Pero esto es importante. A partir de ahora deberá evitar ciertos alimentos y medicamentos. Vamos a entregarte una lista. Es manejable, Elena. Solo hay que saberlo.
No me había llamado por mi nombre hasta ese momento.
—Gracias —le dije, apenas conteniendo las lágrimas—. No solo por hoy. Por... todo.
Él bajó la mirada y respiró hondo.
—No tiene que agradecerme. Solo me alegra haber estado aquí.
Volví a mirar a Lizzy desde la ventana de la sala. Dormía, pero con un color más vivo en el rostro. Su respiración era tranquila. La pesadilla había pasado… pero algo dentro de mí había cambiado.
No era solo la enfermedad.
Era él.
El doctor que no conocía, pero que me hacía sentir… protegida.
Como si, por algún motivo que aún no lograba comprender, el destino lo hubiera traído de vuelta a nuestras vidas.