Tú y yo... por siempre juntos

Cuando los errores pesan más

Había salido a buscar una botella de agua.

Esa era toda la razón. Algo simple, una excusa para estirar las piernas, despejar la mente, respirar un aire distinto al de la habitación que se había vuelto una mezcla de miedo, cables y silencio interrumpido.

Caminaba por el pasillo del segundo piso cuando los vi.

Mark estaba de pie, frente a un despacho acristalado parcialmente cubierto por persianas. A su lado, un hombre mayor, con la bata bien cerrada y las cejas fruncidas. La puerta estaba entreabierta. Lo suficiente para ver... pero no para oír.

El cuerpo de Mark estaba rígido. Sus hombros, tensos. No hablaba. Escuchaba.

El otro hombre sí hablaba. Con gestos marcados, rápidos. Su tono parecía firme, casi molesto. En un momento, apuntó hacia algo con el dedo. Luego hacia Mark. Y luego al interior de la sala.

No fue un escándalo. No hubo gritos. Pero sí hubo algo que me heló la sangre: la forma en que Mark bajó ligeramente la mirada, como si se estuviera tragando algo que no quería escupir.

Me detuve junto a una máquina expendedora, fingiendo que revisaba los productos, aunque mi atención estaba en ellos. Intentaba entender sin escuchar, imaginar lo que se decía entre líneas.

El regaño no duró más de un par de minutos. Luego, el hombre mayor se retiró. Mark se quedó un momento solo, apoyado con ambas manos sobre la mesa dentro de la sala. Su rostro era una máscara neutra. Pero sus nudillos estaban blancos de tensión.

Entonces salió.

Se irguió. Respiró hondo. Y al verme —porque inevitablemente nuestras miradas se cruzaron— sonrió. Una de esas sonrisas suyas: suaves, tranquilas, como si nada pasara. Como si fuera él quien te calmaba, nunca al revés.

—¿Todo bien? —me preguntó, como si yo no acabara de verlo siendo reprendido como un interno novato.

—Sí. Salí un segundo —dije, levantando la botella—. Lizzy está dormida.

Él asintió.

—Perfecto. Me paso a verla en un rato.

Y se fue.
Con la misma postura firme, con esa seguridad que siempre mostraba.
Pero yo había visto la grieta.

No sé si fue por eso, o por algo más profundo, pero me quedé allí un instante más, apretando la botella en la mano.
Porque en ese momento entendí que Mark no era solo un buen médico.

Era alguien que cargaba peso. Que se exigía demasiado. Que quizás, como yo, fingía estar bien para no preocupar a nadie.

Y esa fue la primera vez que sentí algo más allá de la admiración o la gratitud.

Sentí que quería conocer al hombre detrás del doctor.

Y que, tal vez, yo también podría sostener a alguien… aunque fuera solo con la mirada.




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