Tú y yo... por siempre juntos

Ecos en su mirada

Hay personas que uno conoce por primera vez… y, sin embargo, no se sienten nuevas.

Así me pasaba con Mark.

Después de la crisis de Lizzy, pasé varias noches sin dormir bien. Me decía que era por el miedo, por los exámenes, por la dieta nueva que debía aprender para cuidar a mi hija. Pero en el fondo sabía que no era solo eso. Era él. El doctor. Ese hombre con la cicatriz y los ojos tranquilos.

Mark.

No podía sacarlo de mi cabeza.

Y no era porque hubiese salvado a Lizzy, aunque eso bastaría para recordarlo siempre. Era algo más profundo, más irracional. Algo en su voz, en su forma de tocarle la frente a mi hija, en cómo me miraba cuando creía que yo no lo notaba.

El día que le dieron el alta, Mark fue quien vino a informárnoslo. Llevaba la bata abierta sobre la ropa casual de turno, y en la mano, el sobre con los resultados finales.

—Todo está bajo control —dijo con esa calma que me hacía sentir como si el mundo no fuera tan peligroso—. Confirmamos la deficiencia de G6PD, pero la recuperación fue muy buena. Solo deberán seguir una dieta estricta y tener cuidado con ciertos medicamentos. Les darán una lista completa antes de salir.

Lizzy sonreía, abrazando su peluche. Se sentía mejor. Y yo... respiraba por primera vez en días.

—Gracias, doctor —le dije.

Él bajó la mirada por un momento, y cuando volvió a alzarla, sus ojos se detuvieron en los míos.

—Me alegra haber estado aquí —murmuró—. Cuídense mucho.

Fue un momento simple. Pero lo sentí. Algo invisible. Algo que no tenía nombre, pero sí peso.

En casa, Lizzy dormía más de lo habitual, pero su color volvió, y también su risa. Yo, en cambio, me encontré caminando por los pasillos con la cabeza llena de preguntas que no tenían respuestas.

Una tarde, mientras ella leía en el sofá, me descubrí buscando su nombre en internet:
“Doctor Mark Rivera. Pediatra. Hospital General de la ciudad.”

Vi una foto institucional. Se veía distinto. Más serio. Pero sus ojos eran los mismos.

Me dije que solo era gratitud. Un apego emocional. Que yo estaba confundiendo emociones intensas con algo que no era real.

Pero eso no explicaba por qué recordaba con precisión el tono exacto de su voz cuando dijo: “Está haciendo lo correcto.”
O por qué pensaba en él cuando sonaba cierta canción.
No era Lucas. No podía serlo.
Y sin embargo… algo de él me sacudía como si fuera un eco de algo que perdí hace mucho.

Una noche, preparaba la cena con música de fondo. Sonó una canción que Lucas solía cantarme en voz baja cuando bailábamos en la cocina. Pero esta vez, al escucharla, mi primer pensamiento no fue él.

Fue Mark.

Me asustó. Apagué la estufa. Fui al sofá y me senté, cruzando los brazos como si eso pudiera contenerme.

No lo conozco.
Es solo un doctor.
Pero siento que ya ha estado aquí.

Recordé una frase de Sofía:
"Hay personas que no necesitas conocer de antes para sentir que las has amado en otra vida."

La rechacé entonces. Pero ahora… no estaba tan segura.

Lizzy también parecía distinta cuando él estaba cerca. Como si algo en él le diera paz. O sentido.

Y yo…

Yo me sentía segura.

Era una palabra peligrosa. No la sentía desde Lucas.

Cerré los ojos. No eran iguales. Lucas era fuego, impulso, carcajada. Mark era pausa. Era tierra. Era silencio en medio del ruido.

Y tal vez por eso me desarmaba.

Tal vez por eso, cuando lo veía en el hospital con su bata blanca y su mirada tranquila, algo dentro de mí decía:
“Esto ya lo has sentido.”

Algo en su mirada…
Como si mi alma lo recordara, aunque mi mente no supiera por qué.




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