—Mami… ¿cómo sabes que alguien es el amor de tu vida?
La pregunta me tomó por sorpresa. Lizzy estaba recostada sobre mi pierna, abrazando su almohada en forma de estrella mientras mirábamos una película en el sofá. La pantalla mostraba a dos personajes animados bailando bajo una lámpara, sonriendo como si el mundo no importara.
—¿Por qué lo preguntas? —le respondí, acariciando su cabello.
—Porque en la película lo saben rápido… y no tienen miedo.
Sonreí. Esa clase de preguntas aparecían cada vez más seguido. No eran simples curiosidades. Eran reflejos de todo lo que no decía en voz alta. De lo que observaba en otras casas, en otras familias.
—Supongo que lo sabes porque… te hace sentir en casa —le dije—. Como si pudieras ser tú misma sin esconder nada.
Lizzy me miró con esos ojos grandes que heredó de él.
—¿Tú te sentiste así alguna vez?
Y ahí estuvo. Esa grieta. Esa pequeña abertura por donde a veces el pasado se cuela, incluso cuando uno se esfuerza por mantenerlo sellado.
—Sí —dije, bajando la voz—. Sí, me sentí así una vez.
Ella no preguntó más. Se acomodó contra mí y volvió a mirar la película. Pero yo… yo me había ido.
Lo conocí una tarde cualquiera. Había una presentación de proyectos en la universidad, y ambos llegamos tarde. La única silla libre estaba a su lado. Yo me senté sin mirar. Él giró levemente la cabeza y murmuró:
—¿También odias las exposiciones improvisadas o soy el único?
Sonreí. Fue inevitable. Había algo en su tono. En su manera de hablar como si ya me conociera.
Lucas.
Después de eso, compartimos más que clases. Cafés, caminatas, tareas que nunca terminábamos pero que siempre terminaban en carcajadas. Lucas tenía esa forma de hablar que hacía que lo cotidiano sonara importante. Y una sonrisa que… bueno, que no se olvida.
Nos enamoramos rápido. Pero fue un amor tranquilo. Nada de fuegos artificiales, ni promesas grandiosas. Solo gestos. Silencios cómodos. Risas. Una vez me escribió una nota en el margen de mi cuaderno:
“Contigo, hasta lo aburrido es mi lugar favorito.”
Y así era.
Me acostumbré a que estuviera en mi vida como si siempre hubiera estado. Como si de alguna manera mi historia ya lo hubiera escrito en sus páginas, incluso antes de que yo lo conociera.
El primer beso fue torpe. El segundo, perfecto. Y el tercero… el tercero no terminó nunca.
—Mami… ¿te dormiste?
La voz de Lizzy me trajo de vuelta. La película había terminado, y la pantalla ahora estaba en negro. Ella bostezaba, pero me miraba con ternura.
—No, solo me quedé pensando —respondí.
—¿En tu lugar favorito?
Asentí. Le di un beso en la frente.
—Sí. En uno que existió mucho antes de que tú llegaras… pero que de alguna forma, me llevó directo hasta ti.
La llevé a su cama y la arropé. Al apagar la luz, me quedé un instante en la puerta mirándola dormir.
Y pensé:
¿Y si uno puede amar dos veces en la vida, sin traicionar la primera?
Porque últimamente, sin buscarlo… empezaba a preguntarme eso.
Y aunque no lo entendía del todo, algo en mí comenzaba a aceptar que lo que sentí con Lucas no era todo lo que el amor podía darme.
Que a veces, lo que uno cree que es el final… es solo el primer capítulo de otra historia.