Hay silencios que no se oyen.
Que no hacen ruido, pero pesan.
Desde que salimos de aquella cafetería con Sofía, algo quedó zumbando en mi mente. No era exactamente un pensamiento. Tampoco una certeza.
Era más bien un eco.
Un eco de algo que no sé.
Me miro al espejo y me desconozco un poco. No por fuera —eso ya lo he aceptado— sino por dentro. Me sorprende que alguien haya removido partes de mí que pensé enterradas.
Que una mirada, una voz, un gesto tan simple como sostener una taza... haya sido suficiente para encender algo. No un fuego, pero sí una chispa.
Quisiera tener todas las respuestas. Saber por qué Mark me genera esta inquietud dulce. Por qué su cercanía me resulta familiar en lugares donde no debería haber familiaridad.
Pero no las tengo.
Sigo aquí, con el corazón envuelto en preguntas que no sé cómo formular.
¿Estoy lista para sentir algo por alguien más?
¿Estoy traicionando a Lucas cada vez que me sorprendo pensando en Mark?
No sé.
Pero sí sé que mi vida no puede seguir siendo solo una espera. Que hay instantes —pequeños, mínimos— en los que el alma pide permiso para asomarse de nuevo al mundo.
Y tal vez, solo tal vez, ya no quiero seguir cerrándole la puerta.