Simon entró en el despacho consciente de la que le iba a caer, pero, aun así, no agachó la cabeza.
—Sabía que esta costumbre tuya de ir por tu cuenta acabaría teniendo consecuencias —le dijo su supervisor—. Hasta ahora lo dejé pasar porque tenías muy buenos resultados, pero… agente Simon… ¡Un edificio ha explotado!
—No ha habido ninguna víctima —contestó ella con la vista en frente.
—¡Afortunadamente! Pero se acabó. Ahora mismo tiene dos opciones, y una de ellas es la suspensión de trabajo.
Simon sabía que no podía aceptar esa opción. Ser agente especial suponía ganar un buen sueldo, pero ella era bastante despilfarradora...
—La segunda opción es formar equipo con un agente de otra agencia.
—¿Un compañero? —se sorprendió Simon.
—Sí —contestó el supervisor que había levantado de la silla y ahora se acercaba a la puerta—, ya sé que no te gustan. Y que trabajes sola nos ha llevado a ambos hasta el momento actual.
—No trabajo sola, tengo a Lucas.
—Lucas es informático y no se mueve de la oficina. Se acabó trabajar sola como agente de campo.
—Ya… —se resignó Simon—. ¿Y cuál es ese trabajo?
—En la agencia X andan un poco cortos de personal. Nosotros estamos bastante ocupados, pero…, parece que ahora tengo a una vacante.
Simon tragó saliva, trató de no perder la compostura, debía seguir firme. Pero… la agencia X…
«No…» pensó «Bueno, quizás… La agencia es grande no tiene por qué ser…»
—Él venía hacia aquí, voy a ver si ha llegado —dijo el supervisor saliendo del despacho.
«Él…»
El supervisor volvió acompañado.
«Mierda» quería gritar Simon.
Por un segundo casi creyó tener suerte, pensó que no era él al verlo tan trajeado, pero sí lo era.
«Mierda» volvió a pensar. Pero no quería que él notase su turbación.
—Trabajarás con Miguel Martínez, pero no tengo que presentaros. Ya me ha dicho que os conocéis de la academia.
—Simon, cuánto tiempo… —le dijo él. Y notó como tras su fingida seriedad escondía una sonrisa.
—Sí, cuánto tiempo…
—Bueno, por mi parte nada más —los interrumpió el supervisor—. El señor Martínez le informará de la misión. Como no tiene que ver conmigo ni con la agencia, no nos volveremos a ver hasta que terminen. Así que…
—Ya…, nos vamos —dijo Simon acercándose a la puerta. Miguel la siguió.
—Qué casualidad —dijo Simon al salir.
—Esta agencia es una de las mejores. No creo que seamos los primeros en pedir ayuda— contestó él siguiéndole el paso.
A Simon se le escapó una risa sarcástica.
—Creo que la última vez que te vi… presumías de entrar en una de las mejores agencias. No entiendo por qué nos necesitáis…
—Ahora estamos haciendo cambios…
Simon había dirigido sus pasos hacia las mesas de oficina donde estaba Lucas pegado a su ordenador.
—¿Ha sido muy malo González contigo? —le preguntó Lucas en cuanto la vio.
—Digamos que me ha animado a tomarme un descanso, o trabajar junto a otra agencia lejos de su supervisión. He escogido la opción dos.
—A ver… yo no soy muy fan de González, pero lleva días tratando de encontrar una excusa para tu monumental caos. —En ese instante Lucas fue consciente de la presencia de Miguel—. Quizás estoy hablando demasiado…
—No, para nada —intervino Miguel—, estoy al tanto de la explosión.
A Simon no se le escapó la mirada socarrona con que la miró. Y también, que tenía que saciar la curiosidad de Lucas, que miraba a Miguel de arriba abajo. Los presentó.
—Este es Miguel, trabajaré con él en un caso para su agencia… Miguel y yo nos conocemos de la academia. Él es Lucas.
—¿En serio? —se sorprendió Lucas—. Pues de eso debe hacer un montón de años…
—Bueno, será mejor que salgamos, quiero empezar el caso cuanto antes —dijo Miguel caminando hacia la salida—, encantado Lucas.
Pero Simon no lo siguió todavía, esperó que se alejara un poco, se acercó hasta Lucas y le soltó una colleja.
—¡Oyeeee! —lloriqueó Lucas—, ¿Por qué?
—¿Hace un montón de años?
—Es qué hace un montón de años —se rio—, ya eres mayor.
—No soy tan mayor, eres tú el que eres muy joven. Ahora, escucha. Voy a trabajar con su agencia, pero tendrás que estar pendiente por si te necesito.
—Sí, claro —contestó Lucas de forma sarcástica—. ¿Y quién me va a pagar las horas extra? ¿Su agencia? Ellos tendrán sus propios informáticos.
—Calla y estate atento. Nos vemos.
Simon se giró y fue a encontrarse con Miguel en la calle.
Miguel se había desecho de la chaqueta del traje y la colocaba en el interior de un coche. Simón no sabía mucho de coches, pero este era de esos que tenía un estilo de todoterreno sin llegar a serlo. Era de color negro y parecía hacerle falta un poco de chapa y pintura. Cuando se acercó, vio que tenía roto uno de los faros y lo había apañado de cualquier manera.
—Entra y hablamos —le pidió Miguel.
Una vez dentro, Miguel dobló las mangas de su camisa, se aflojó la corbata y después se la quitó. Simón lo miró sin decir nada. Él, sintiéndose observado, contestó a la pregunta que no le estaba formulando.
—Ya sabes que los trajes nunca han sido lo mío. Pero si le das a la gente la impresión que esperan, no hacen muchas preguntas.
Ella esperó a que acabara de acomodarse.
—Vale —dijo a la vez que se giraba para coger una carpeta que había en los asientos de atrás—, por cierto, ¿todo bien?
—Sí, supongo que sí —contestó ella casi en un susurro.
—Excepto quizás por lo de explotar edificios —se rio él.
Ella no dijo nada, se quedó pensando. Recordó la última vez que se vieron después de graduarse en la academia, y como se sintió aliviada porque sabía que ya no habría más batallas, pero, también tenía ese sentimiento, esa punzada sobre el ombligo. Y ahora allí, la volvió a sentir. Pero ya no tenían veintipocos años. Habían pasado como quince años, y ella era muy buena en su trabajo. Podía trabajar con él y después esperaba que González se hubiese olvidado de su suspensión.