Tú y Yo y el asesino de las tacitas de té

Capítulo 2

—Juan Estrada tuvo algún negocio con Chapman —le explicaba Miguel mientras hacía girar el coche a una zona residencial—, hace menos de un año murió por muerte súbita. Su mujer estuvo histérica, al parecer tenía sus dudas. Lo único que pude encontrar en los archivos fue, y cito textualmente: El estado de la viuda de Estrada había complicado la situación. Pero en vista del modo en que falleció su marido es comprensible su falta de credulidad. Tras la ayuda psicológica, parece por fin despejar sus dudas sobre algún tipo de complot contra Estrada.

—Eso sería algo probable —añadió Simon—. ¿Pero…?

—Pero tampoco hay una autopsia completa, y cuando hay dudas con uno…

Miguel paró el coche frente a una de las casas.

—La viuda se llama Paula. Hablé con ella por teléfono, así que nos espera.

Al salir del coche Miguel volvió a colocarse la chaqueta del traje. Simon lo miró.

—¿Qué? —dijo Miguel—. Siento que es lo que ahora se esperará de mí.

 

—¿Paula, verdad? —preguntó Miguel a la mujer que les abrió la puerta.

Simon observó a la viuda mientras los hacía pasar. Tenía facciones duras que le daban la apariencia de tener mucho carácter. No parecía llegar a los cincuenta y tenía aspecto de cuidarse y hacer ejercicio. Lo único que le sorprendió a Simon es encontrarla vestida con básicos; tejanos con un jersey beige a juego. En su juicio esperó que la mujer de un magnate vistiera al estilo de trajes con falda, o con cualquier prenda en la que también pudiera colarse en una fiesta elegante, pero no fue así.

Esperaba que fuese mayor o tuviera una apariencia más snob. Sabía que eran prejuicios, o simplemente era más cómodo… Mujeres como Paula la hacían sentir normalita, y tuvo la impresión de que Miguel era muy consciente del atractivo de ésta.

«Mierda» pensó «Para de pensar en esta mierda», se castigó por dejar que sus pensamientos volaran de esa forma.

—Sé que en su momento usted tenía sus dudas sobre lo que le pasó a su marido —escuchó que le decía Miguel a la mujer—, no quiero volver a hacerla pasar por lo mismo, pero es parte de mi investigación.

—Era su expresión, yo pensé que algo lo había envenenado —contestó la viuda dejándose caer sobre el sofá.

—Y en la autopsia no salió nada ¿no?

—No lo sé. Lo único que me dijeron es que no cabía duda en que había sido una muerte súbita. Me costó creerlo, pero llegó un momento en el que acepté que se había ido y que no iba a volver.

—Recibió una excelente ayuda psicológica, ¿cierto?

—Sí —contestó ella casi en un susurro.

Miguel se había sentado cerca de ella y le hablaba en lo que parecía un intento de consolarla. Eso a Simon le escoció, recuperando sensaciones del pasado. Simon también pudo ver que Miguel, con disimulo, fijaba la vista a su alrededor.

«¡Ajá, está tratando de encontrar algo», y Simón sintió que tenía que encontrarlo ella primero.

Ahí estaba de nuevo, esa vieja rivalidad.

—¿Trabajaba usted con su marido? —Esta vez era Simon quien preguntó, mientras disimuladamente echaba un vistazo a las estanterías de su alrededor.

—No. Soy abogada, o bueno, lo era… hace años que me tomé un descanso… Cuando Juan y yo nos íbamos a casar se lo propuse, trabajar para sus negocios. Creo que dijo que era mejor para mi carrera que trabajase por mi cuenta. Con los años me pregunté si sería verdad, u ocultaba cosas.

  —Ya…, gracias, Paula —dijo Miguel levantándose del sofá—, nos has ayudado.

—No he acabado de entender muy bien que investigan… ¿Hay algo de mi marido que deba saber? —preguntó levantándose también.

—No, es otro caso con alguna coincidencia. Pero si hubiese algo que tenga que saber, le informaría.

—Gracias…

—Nos vamos ya, pero antes sólo quiero asegurarme que no notó nada más inusual que quiera explicarnos.

—Me temo que no, pero si lo hago le llamaré.

—Gracias, Paula.

Miguel hizo un gesto a Simon para que salieran.

No habían encontrado nada, aunque él tampoco se había alejado mucho de la viuda….

Cuando se acercaron a la puerta de entrada, Miguel pareció dar un respingo. Se volvió y le preguntó a la mujer:

—¿No tendría alguna copia de la autopsia o del caso que pueda prestarme?

—La mayoría de papeles los tienen mis abogados, creo que tengo una copia del cierre del caso. Pero no creo que haya nada que pueda ayudarle.

—De todas formas, ¿podría verla?

—Por supuesto, un segundo.

Cuando la mujer se alejó, Simon le preguntó:

—No creo que haya ninguna pista en el cierre del caso.

—No es eso, ¿tienes una bolsa de pruebas?

—Sí, siempre llevo.

—Dámela…

Miguel se acercó al mueble que había cerca de ellos en el pasillo lleno de fotos familiares. Había fotos de Paula, Juan Estrada y un adolescente. Por lo visto tenían un hijo.

Miguel movió una de las fotos del chico, y detrás apareció una taza. Era exactamente igual que la que Miguel le había enseñado en la foto, sólo que esta vez no había platito a juego.

—Rápido, la bolsa.

Se la acercó y utilizando la manga de la chaqueta la cogió con cuidado y la guardó.

—Llévatela al coche —le pidió.

Miguel esperó a que volviera Paula, le diera la copia, luego le dio las gracias, y se fueron de allí.

—¿Por qué no has querido que lo supiera? —preguntó Simon una vez en el coche camino en dirección a la agencia.

—Ella cree que somos detectives, no agentes secretos. Además, si sabe que en su casa alguien había dejado algo podría querer interferir.

—Supongo que tampoco encontraremos huellas —dijo ella mirando la taza.

—Yo mismo iré a hacer las pruebas, pero lo dudo. Pero confirma mi teoría de que hay alguien, y algo pasa.

Miguel aparcó frente a la agencia, y se giró a mirarla.

—Ahora voy a casa a ponerme algo más casual —le dijo—. Encontré varias tiendas con este tipo de tazas en venta. Pero quiero que vayamos como clientes. Así que… te animo a cambiarte tu uniforme por algo que no anuncie que estamos allí para investigar.



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En el texto hay: humor, romance, detectives

Editado: 10.01.2023

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