Tú y Yo y el asesino de las tacitas de té

Capítulo 3

Se había dejado suelta su melena castaña —aunque tampoco es que fuera muy larga—, aún llevaba los pantalones del traje, había cambiado los zapatos por unas botas, y la camisa por un jersey claro; lo bastante grueso para paliar el frío que comenzaba a hacer.

Ahora estaba frente al escaparate de la tienda que habían ido a visitar. Miguel continuaba vistiendo con un look informal, como cuando estudiaban juntos. Casi todos los agentes de campo que conocía se habían acostumbrados a los trajes. Incluso si tenían que colarse en una fiesta informal… sin corbata y sin chaqueta quizás, pero el pantalón, la camisa y los zapatos lustrados nunca faltaban.

Él llevaba unas deportivas, unos tejanos de azul oscuro, y una cazadora negra al estilo aviador, y debajo un jersey de color marrón a juego con sus ojos, que en ese momento chispeaban sonrientes al verla.

—Como puedes ver es una tienda de menaje. Aquí se hacen muchas comprar para regalos de bodas. Y nosotros… vamos a comprar un regalo de boda para una amiga… —le dijo Miguel haciendo un gesto con la mano para que le acompañara hasta la puerta.

Tras el mostrador había dos mujeres. Una de ella debía rondar los setenta años, estaba sentada, y miraba sobre sus gafas una pantalla de ordenador. La otra mujer era más joven. Se parecían, así que Simon supuso que serían familia. Las saludaron y comenzaron a dar vueltas por la tienda.

Era fácil entretenerse allí, todo tenía un diseño muy moderno, es lo que pensó Simon mientras sostenía en su mano un plato en blanco con puntitos negros.

—Por aquí hay algo —escuchó decir a Miguel y se acercó a él.

Había encontrado algunas tazas de té, pero todas tenían un diseño moderno u otras formas.

—No es lo que buscamos —contestó Simon—, quizás haya más en otra parte de la tienda.

—¿Necesitáis ayuda? —preguntó la mujer tras el mostrador.

—Sí —contestó Miguel girándose—, queríamos regalar un juego de tazas de té a una amiga, pero no encontramos lo que teníamos en mente.

—A nuestra amiga le gusta un estilo más… antiguo —añadió Simon.

—Ahá... —La mujer mayor había levantado la vista del ordenador y ahora les hablaba—. ¿Las de estilo rococó? Esas con las que parece que vayas a tomar el té junto a María Antonieta.

—Puede ser —dijo Simon—, aunque estilo rococó me suena a recargado. Cuando digo antiguo, me refiero a ese borde que tiene en forma ondulada, pero… la verdad es que no tengo idea sobre tazas de té.

—Ya sé lo que dices —dijo la dependiente más joven—. Hemos tenido algún diseño así, pero teníamos poco stock porque es un diseño diferente a lo que vendemos —la mujer dirigió su mirada a la otra y le preguntó—: ¿No nos quedará nada en el almacén, mamá?

—Lo estoy mirando, pero no. Teníamos algún diseño con ese borde, pero eran de un solo color, azul o rosa. Y había otra…, con un ribete dorado en el borde superior, y el mango del mismo color. Y unas rosas rosas pintadas. Si les interesa podemos hacer un pedido.

La madre giró la pantalla del ordenador para que pudieran ver una imagen de las tazas.

Ellos no se miraron, pero ambos sabían que aquellas eran las tazas.

—Es muy bonita sí…—dijo Simon.

—Sí, aunque vamos justos de tiempo, necesitamos un regalo para mañana —añadió Miguel—. Pero ya que estamos aquí le compraremos otra cosa. ¿Te parece? —se dirigió a Simon.

—Sí, claro, elije tú.

—Nos llevaremos cinco de los platos de allí, los de puntos negros —le dijo a la dependiente.

—¡Claro! Ahora se los preparo.

La dependienta salió del mostrador para prepararles el pedido. A la vez, la madre les sonrió y después volvió a pegar la vista en la pantalla.

Simon estaba pasmada. Entendía lo que estaba haciendo, no llamar la atención. Hacer creer que en realidad aquellas tazas no le importaban. Pero… ¿precisamente tenía que comprar los platos que le habían llamado la atención a ella?

 

—¿Le has comprado platos a tu mujer? —preguntó con sarcasmo Simon cuando estaban en el interior del coche.

—¿Mujer? No recuerdo haberme casado nunca. Es un poco complicado tener una relación seria con esta profesión.

—Lo sé…

—Y tampoco ha habido nadie que me mueva lo suficiente para dar el paso.

Simon acababa de obtener la información que quería sin preguntar directamente. Pero sabía que, era más que probable que se hubiese dado cuenta. No se engaña fácilmente a un agente secreto con esas tácticas. Pero, eh, sólo era curiosidad…

—Es para ti —dijo él acercándole la caja que contenía los platos.

—¿Cómo? —preguntó sorprendida.

—Vi que los mirabas con interés, y ya que había que comprar algo…

—Podrías haberte comprado algo para ti.

—Tómalo como una muestra de agradecimiento, por aceptar ayudar a un viejo compañero en su investigación.

—Gracias…

—Ahora ya sabemos por dónde empezar —comentó Miguel mirando hacia la puerta de la tienda.

Encendió el motor y puso el coche en marcha.

 

Aquella noche Simon buscó el nombre de Harry Chapman en su ordenador. Utilizó un buscador simple, no podía pasarse por la agencia, a González no le gustaría.

No encontró nada… pero un buen agente sabe que hay mucha gente con poder desconocida para el gran público.

Buscó también el nombre de Juan Estrada, pero sólo encontró una pequeña noticia sobre su muerte inesperada… Si quería curiosear por su cuenta tendría que pedírselo a Lucas, así que lo llamó, pero le costó convencerlo… le dijo que se pasaría en un par de días.

Suspiró. Había algo que no le encajaba, y era… que tal y como iba el caso pensaba que Miguel no la necesitaba para nada. Pero bueno, ella continuaba trabajando, y por el momento se llevaban bien.



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En el texto hay: humor, romance, detectives

Editado: 10.01.2023

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