—Me alegro que ahora nos llevemos bien.
Lo dijo Miguel, mientras conducía en dirección a una pista que habían encontrado tras hackear los archivos de la tienda.
—¿Cómo? —A Simon le pilló un poco por sorpresa.
—En el segundo curso pensé que me odiabas… no sabía por qué, pero notaba la inquina.
—No.. no… no entiendo por qué…
—Pues a ver —contestó él con ironía—, el primer año nos llevábamos muy bien, pero el segundo de repente te volviste super… mega… competitiva.
—Que yo recuerde… tú también eras muy competitivo. Y te hacía muy feliz cuando eras el primero en ganar un caso.
—Pero eso fue porque te pusiste muy pesada con ganar. Lo mío ya fue por orgullo.
—Ya… bueno…, pero odio no es una palabra de mi vocabulario. A ver, puede caerme alguien muy mal, pero odiar no.
—¿Y te caigo muy mal? —le preguntó con una sorpresa un poco sobreactuada.
—No —se rio ella—, fue una época rara, no me acuerdo mucho…
Mentira, eso era mentira, se acordaba muy bien.
—Como sea —dijo Miguel—, me alegro que nos llevemos bien.
—Vale, por cierto, super… mega… agente, ya hemos llegado.
—Lo sé… es complicado encontrar aparcamiento por aquí.
Eran las cuatro de la mañana —la mejor hora para no tener curiosos observando— y conducían por el barrio gótico. Estaban allí porque entre el stock de juegos de tazas —que no era mucho—, casi todas se habían pagado con efectivo. Pero una llevaba una dirección. Era una pequeña empresa de masajes, pero no era un local, sino un piso… A ver, cabía la posibilidad de que también los invitaran a tomar el té… pero era bastante sospechoso... Así que allí estaban.
Después de que Miguel encontrara donde dejar el coche caminaron hasta la calle. Ésta era muy estrecha, totalmente peatonal, sin espacio para los vehículos. Su estilo medieval era más llamativo allí, no sólo por la soledad de la hora en la que caminaban, también porque no se toparon con ningún escaparate, no había tiendas, todo era residencial. Mucho más raro tener un negocio interior, y de masajes justo allí.
Cuando llegaron frente al portal, no hubo que manipular la puerta, casualmente estaba abierta.
Una vez en el interior, sacaron sus armas.
Era una entrada muy pequeña, a la izquierda estaba la puerta a la que iban, y a poco más de un metro estaba la escalera.
Se acercaron a la puerta, y se colocaron a cada lado.
—¿Qué prefieres? ¿Llamamos o la echamos abajo? Solías preferir lo segundo—susurró Miguel.
—Espera —dijo Simon, allí algo olía mal.
O más bien, sonaba mal…
Era casi imperceptible, pero Simon podía oírlo: pi pi pi …
—Mierda.
—¿Qué pasa? —preguntó Miguel.
—¿No lo oyes?
—No…
Entonces el pitido se volvió más rápido: pipipi piiiiii
—¡Va a explotar! —gritó Simon.
Y ambos corrieron a cada lado.
La puerta explotó y Simon cayó al suelo. Ahora lo que le pitaban eran los oídos, pero cuando pudo recomponerse vio que la explosión había sido bastante comedida. Había acabado con la puerta y algo de la pared a su alrededor. Pero el edificio estaba intacto.
Simon podía respirar, dos edificios explotando en un mismo sería difícil de explicar…
Vio que Miguel se levantaba desde el otro lado. Había tenido suerte, de ser la explosión más fuerte, habría acabado atrapado entre las ruinas y el hueco de la escalera.
—¿Por qué has corrido hasta ese lado? Podrías haberte quedado atrapado —se quejó.
—Perdona… —contestó Miguel a la vez que se levanta y recuperaba la respiración—, no me pareció buena idea pasar por delante de una puerta cuando está a punto de explotar.
—Sí, ya… —contestó ella, consciente que lo que había dicho era una estupidez. El susto de otra explosión la había dejado tonta…
—Los vecinos no tardarán en salir y llamar a la policía —señaló Miguel.
—Habrá que echar un vistazo rápido.
Con sus armas en la mano, entraron. Pero no había nadie, ni nada… Ni un solo mueble. Eso sí, en el suelo había una taza de té.