Tú y yo y tus ex.

Primera parte.

¿Alguna vez has encontrado a esa persona ideal? ¿A esa que no solo es la media naranja, si no que además, se convierte en esa parte de tí que no sabías que faltaba? Esa con quien compartes hasta lo más pequeño y deseas compartir lo enorme. Bueno, eso me pasó a mí. Y por eso estoy aquí, en nuestro café preferido: "Los tres peces". Lo sé, el nombre es un tanto inusual, original de hecho. 

 

Este lugar es uno de esos que compartimos. Fue aquí donde nos conocimos. 

 

Era viernes y estaba lloviendo. Cómo muchos otros, entramos en la cafetería buscando refugiarnos de la lluvia y algo caliente. En medio del gentío, la vi. Estaba ahí, sacando todo de su bolso y poniéndolo sobre la mesa. Parecía afligida. Rebuscaba en todos los compartimentos sin dar con lo que quería. La mesera llegó con su café pero lo rechazó. Le explicó algo a la chica y ésta asintió con comprensión. Regresó por su camino mientras ella seguía buscando. Hice lo que todo héroe haría.

 

 

—Un capuchino y uno de esos que tiene jamón y queso. 

—En seguida señor. ¿Desea algo más? 

—Eh, sí. De hecho sí — dije mirando de reojo a la que parecía bastante angustiada con las manos en la cabeza —. ¿Podría decirme qué ordenó ella? 

 

La cajera siguió mi mirada y me observó un momento. 

 

—Es que quiero invitarla a algo pero no sé qué le gustará— expliqué con torpeza. No quería que pensara que era un psicópata asesino o algo así. 

—Un Mocca. 

—Deme uno de esos entonces. Y… No. Sólo eso. 

 

 

 

Logré abrirme paso entre la multitud apretujada hasta que llegué hasta ella. Miraba por el cristal la tormenta aunque parecía más bien absorta en sus preocupaciones. Las cosas ya estaban de regreso en su bolso. 

 

 

—Hola — saludé de la forma más sosa que pude haber dicho. 

—Hola — saludó sorbiendo por la nariz y mirándome. 

 

—Eh, quería saber si puedo sentarme. Está un poco lleno así que pensé en que … tal vez podríamos compartir la mesa. 

—Claro. Siéntense. Yo estaba por irme — dijo recogiendo otra bolsa del suelo. 

—No. No. No. Esto es para tí— dije tendiendole el chocolate —. Por favor. Tómalo. Hace frío y está lloviendo. 

—Gracias pero, no puedo aceptarlo — decía mirando la taza con algo más que lastima porque fuera a desperdiciarse. 

—Mi abuela decía que cualquier cosa triste o mala, sabría más dulce con una buena taza de chocolate. 

 

Ella sonrió.

 

—¿Y es cierto? 

—Bueno, tú lo sabrás cuando la termines — dije tratando de ser lo más encantador posible.

 

 

Sonrió y pasó su cabello húmedo tras su oreja que por cierto, brillaba por los diversos piercings. 

 

 

—Gracias por el chocolate — dijo cuando ya íbamos por la mitad de nuestras tazas y la tormenta había bajado a una llovizna ligera —. En serio tenía deseos de una taza. 

—Me alegro — admití complacido. 

—La verdad es que… acabo de descubrir que me robaron la cartera en el bus y traía mis documentos y todo ahí. Siempre soy muy cuidadosa pero… me di cuenta de que no la traía hasta que pedí el chocolate — decía realmente apenada y angustiada. 

—Bueno, podemos pedir un taxi, yo invito. ¿Cuánto necesitas? — Me puse a su disposición de inmediato sacando mi vieja cartera. 

—Oh no. No. No podría. Es demasiado.

—Oye, no soy un asesino serial obsesionado con jóvenes hermosas de cabello castaño que entran a las cafeterías solo quiero ayudar. 

—¿Seguro no eres un psicópata que intenta averiguar dónde vivo para luego ir a buscarme a mi casa y asesinarme? — inquirió con sospecha. 

—Bueno honestamente no. Sería más fácil llevarte yo mismo a tu casa y luego matarte. Me ahorraría el taxi. 

 

 

Nuestra oscura charla le pareció graciosa. Negaba con la cabeza mirándome como pensando: "qué locura es esta". Pero así son las cosas. Así es esto. Todo empieza con una buena tormenta, un chocolate y una sonrisa. 

 

Desde esa noche, nos vimos cada Viernes después del trabajo. Sin intercambiar nuestros números y por supuesto, sin dar nuestras direcciones. Tan solo un nombre y la promesa de volver el otro viernes. 

 

 

Tiempo después, cuando ya conocíamos todos nuestros secretos y compartimos más que una mesa por las noches, llegó el día de dar el siguiente paso. 

 

 

Dos pasos después de eso, es decir, aceptar que no podíamos vivir el uno sin el otro, como la pizza Hawaiana sin la piña, pues de otro modo no sería Pizza Hawaiana, y conocer a nuestras respectivas familias, fue el momento de dar el gran paso. 

 

 

Fue aquí, en la misma mesa. Con algo de ayuda del gerente claro y su novia. Lili estaba felíz. Y dijo que sí. Pero, como en todas las historias, tiene que haber un pero. 

 

Eso era lo que me preocupaba. Eso era lo que me tenía dándole vueltas a la taza mientras la esperaba. 

 

Ella dijo sí. Pero también dijo: 

 

—Claro que diría que sí. Pero quiero estar segura de que tú también dirás sí. 

—Pero si soy yo quien lo está proponiendo — dije sin comprender. 

—Bueno, hay algo de mí que debes saber — dijo poniendo la cajita de terciopelo en la mesa. 

—Esto… parece más bien un no — murmuré con mil y un dudas. 

—Jeff, yo te amo. Y nada me hace más feliz que saber que quieres que sea tu esposa. 

—Pero — solté por ella al ver su expresión llena de tristeza. 

 

 

Ella se quedó en silencio y bajó la mirada luego que yo me alejé de su contacto. 

 

 

—¿Y me dirás de qué se trata? 

—Luego. Por ahora, quiero estar contigo, aquí. En este instante. 

 

 

En ese momento no lo comprendí. Y sigo sin entender pero, la amo y ella me ama. Y la misma promesa que nos hizo volver a vernos, me hizo venir aquí y esperar luego de no tocar el tema por toda la semana.




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