Luego de esa noche, un silencio pareció instalarse entre ambos. Estábamos ahí, uno junto al otro en las noches pero sin hablar, o al menos no como antes, sin besos y por supuesto sin sexo. Ella seguía triste. Y yo sin poder dormir en las noches. Esto de entender me estaba llevando más tiempo del que creí que me tomaría.
—Sí. Todo está bien — la escuché decir un día mientras hablaba por teléfono en el jardín. Yo iba llegando del trabajo y ella ya estaba ahí. Le escuché sollozar mientras alguien del otro lado de la línea decía su parte —. Lo sé. Gracias. Pero no lo sé. Estoy tratando de ser paciente y comprensiva pero, te juro que me está cansando. Y en serio no entiendo por qué siempre tengo que ser yo la que entiende. ¿Por qué no pueden entenderme a mí?
Aunque hablaba en susurros, el enfado en su voz era notorio. Parece que tampoco le estaba siendo fácil. Irónico. Ella estaba enfadada cuando apenas me estaba enterando de que yo era el hombre número quinientos veinticinco en su vida.
—Sí, tienes razón — dijo de repente un tanto más animada —. Sí, también extraño esa parte. El sexo siempre es lo mejor.
Aquello fue la señal de alerta. ¿Con quién hablaba y por qué hablaban de sexo?
Retrocedí fingiendo que recién había entrado haciendo ruido al pisar y con las bolsas. Ella apareció diciendo que me ayudaría con las cosas. Me sentí tan molesto por su hipocresía que tuve que preguntar.
—¿Con quién hablabas?
—Con Thom. ¿Por qué? — respondió a la defensiva.
—Y qué quería.
—Y desde cuándo te interesa lo que hablo con mis amigos.
—¿Por qué hablabas de sexo con él? — reclamé mirándola.
—¿Estabas espiándome?
—No has respondido a la pregunta.
—Sabes qué. Yo me voy. Ya no aguanto esto. Y no voy a seguir aquí con tus celos, con tus desconfianzas estúpidas ni tu manera de juzgarme cada vez que respondo un mensaje.
—¿Tú eres la que está cansada? Soy yo el que tiene derecho a sentirse asfixiado en esta situación.
—Lo lamento. Por eso me voy, para no seguir asfixiandote — dijo saliendo y cerrando de un portazo la puerta principal.
Diablos. Ahora sí estaba todo arruinado.
Esperé paciente a que volviera. No se llevó la maleta ni nada más. Estaba seguro de que volvería cuando ya estuviera más calmada y dispuesta a disculparse.
Esperen. ¿Qué estoy diciendo?
Me detuve al no encontrar bolsas herméticas para las verduras y la carne.
—Maldición. Dónde están.
Lili siempre cambiaba las bolsas de lugar. Abrí todos los cajones hasta que ví algo en uno de ellos. Una cajita negra. Seguía ahí, en el cajón de utensilios de cocina de poco uso.
El reloj decía que ya era muy tarde y ella aún no volvía. Trataba de ignorar la angustia en mi pecho pero no pude más. Intenté llamar pero no respondía.
Acudí al primer lugar donde se me ocurrió que podría estar.
—No. No la he visto. Ni siquiera hemos hablado.
—No mientas. Sé que está aquí. Déjame pasar — dije sin importarme si tenía que derribar la puerta junto con él.
—Oye cálmate. Ella no está aquí. Te lo juro. No he hablado con ella desde el miércoles.
—¡Mentira! La escuché hablando contigo hoy en la tarde. ¡¿Qué le dijiste?! ¡¿Que me dejara?!
—Tus problemas con Lili no son mis problemas. Ok. Ella es mi amiga y todo pero hay cosas en las vidas del otro en las que no nos involucrarnos. Precisamente por estas razones.
—Bueno, entonces no te importará si soy un vistazo.
Hice el intento de entrar pero el imbécil me lo impidió. Comenzamos a forcejear ahí mismo mientras yo la llamaba. Sabía que estaba con ella. En medio de todo, caímos en el interior de la casa sin dejar de empujarnos como dos chicos de escuela. Entonces una voz pedía a gritos que nos detuvieramos. Aquella no era Lili.
—Tú no eres Lili — pronuncié mis pensamientos en voz alta —. ¿Quién eres tú?
—¿Quién eres tú? — preguntó indignada ayudando a Thomas a levantarse del suelo —. ¿Estás bien amor? Y usted, fuera de mi casa. Llamaré a la policía — amenazó.
—Yo… estoy buscando a Lili — expliqué.
—Pues no está aquí. Y por qué le has roto la nariz a mi pobre Thom.
—Ya Yannis. No es nada — decía él.
—Te traeré hielo — dijo examinando el rostro del que sangraba —. Y para tí también. Siéntense allá y quédense quietos. No quiero más desastres en mi casa — ordenó con las manos en la cintura.
Muy a mi pesar, tuve que tomar la mano de Thomas para poder levantarme. Me di un buen golpe en el codo y en la rodilla y también me dolía la cara.
—No la hemos visto desde la semana antepasada. El día que fuimos a comer — decía Yannis sirviéndonos algo de beber junto a una pastilla para el dolor. Mientras tanto, yo sostenía el paño con hielo contra mi rostro.
—Y se puede saber por qué creíste que estaba aquí — inquirió con tono mordaz el anfitrión frente a mí.
—No lo sé. Creí que tal vez… — Pero mejor callé. Había sido un imbécil.
—Ella nunca viene aquí — zanjó Yannis —. Tampoco llama a Thomas. Me llama a mi o llama al número de la casa pero no directamente a él.
Estaba claro por su tono que estaba defendiendo la integridad de Lili y la fidelidad de Thomas.
—Es un acuerdo mutuo — explicó el otro.
—Ya veo — murmuré bebiendo más del té frío.
—¿Ya llamaste a sus amigas? A Katherine, Cecilia o Xiomara. Tal vez está con ellas.
—No. Aún no — admití de mala gana pues era obvio que corrí ahí sin asegurarme de tener pruebas.
Editado: 07.07.2021