Tú ya sabes a mí [2]

Capítulo 25

Nick

Abrí los ojos cuando escuché que tocaban la puerta de mi habitación. Me puse de pie, pisando el piso descalzo, realmente ya no tenía ganas de regresar a la fiesta y creo que ya estaba a punto de quedarme dormido, pero la insistencia de quien sea que estuviese afuera fue lo que me paró de la cama. Al girar el picaporte, me percaté de la agradable sorpresa que me esperaba en el corredor.

 

—Elisse, ¿qué haces aquí?

 

No pronunció una sola palabra, apenas me tuvo en frente buscó mis labios, poniendo sus manos sobre mi rostro como lo hice yo hace un rato en su habitación, besándome con pasión, como si necesitara de mí.

 

—Tus besos saben a alcohol. —Le susurro.

—Y los tuyos a desesperación.

 

Cierra la puerta detrás de ella y vuelve a besarme, rodeando ahora mi cuello con sus brazos al mismo tiempo que la elevo del piso, llevándola hasta la cama, en dónde continuamos besándonos, recuperando de alguna u otra forma el tiempo que habíamos perdido mientras estuvimos lejos.

Esto me parecía un sueño, hace unas horas no existía para ella y ahora la tenía aquí, besándome, buscando quitarme la ropa, llevando sus manos hasta mi bragueta, lista para liberar la tensión que se acumulaba en el pantalón. Todo lo hizo sin dejarme de mirar un solo momento, ¡maldición! ¿Por qué haces que me vuelva tan loco por ti, Elisse? ¿Por qué me haces desearte tanto? Y lo peor es que lo sabe, sabe lo mucho que me gusta que recorran mi cuello a besos, justo como lo hace ahora.

 

—Elisse...

—Cállate, no digas nada.

 

Rodeó mi cadera con sus piernas, me tenía debajo de ella, sumiso totalmente, liberó el primer botón de la camisa, y continuó haciéndolo hasta que se deshizo de ella, yo hice lo mismo con la camiseta que sería su pijama, tomé sus pechos con las manos, acariciándolos, reencontrándome con su cuerpo que tanto me gustaba. El corazón se me aceleraba cada vez más, el fuego en su mirada hacía que me sintiera impaciente por hacerla mía, la forma en la que me tocaban sus labios, la manera en la que jugaba conmigo... ¡Maldición, Elisse!

 

—Te quiero dentro de mí. —Susurró, justo después de morder el lóbulo de mi oreja izquierda.

—¿Estás segura?

—Ahora.

 

Elisse me miró con una sonrisa en el rostro, atrayéndome una vez más hacia ella para que pudiera besarla, fue cuestión de segundos para que sus bragas terminaran en el piso, removí sus piernas que después se enredaron en mi cadera, aferrándose más a mi cuerpo cuando estuve dentro, marcando el ritmo como a ella le gusta. Es increíble lo que el cuerpo puede recordar, parecía que habíamos hecho el amor ayer cuando en realidad teníamos meses de no estar tan juntos.

Jamás habíamos tenido un momento tan íntimo, mirándonos a los ojos, besándonos lento, tocándonos con libertad, como si esta fuera la última vez que fuéramos a hacerlo. Entrelacé mis dedos con los suyos, Elisse cerró los ojos y se aferró mucho más a mí, enterrando sus uñas en mi espalda con la mano que tenía libre, fue tan satisfactorio verla de esa manera, decir mi nombre mientras alcanzaba su orgasmo, haciéndome llegar a mí en cuestión de segundos.

Sentí su cuerpo caliente relajarse segundos después, abrió los ojos y me miró directamente, aun rodeando mi cadera con sus piernas, con el corazón latiéndole tan fuerte como a mí, me besó por última vez con la misma pasión como lo había hecho desde el principio.

 

—Esto es lo que quiero para nosotros, Elisse.

—¿Buen sexo?

—No... —Sonrío—. Bueno, tal vez.

 

Me soltó, fue entonces que logré recostarme para que pudiese descansar su cabeza en mi pecho, de esta manera podría continuar abrazándola, acariciando su espalda.

 

—Hablo de que me tienes aquí como quieres, el hecho de que estemos juntos de nuevo... Elisse quiero estar contigo, no me importa si tengo que dejar todo para ir contigo a Europa, tampoco me interesa que haya sido de ti en estos meses o que fue de mí en todo este tiempo. Lo único que quiero hacer es estar contigo.

 

Elisse no respondió, fue entonces que la miré solo para darme cuenta de que ya se había quedado dormida.

 

 

Elisse

Odiaba la resaca, pero a pesar de que me he prometido mil veces no volver a tomar así, el alcohol me seducía hasta traicionarme. El dolor de cabeza me estaba matando, ¿qué pensaría Dave de mí en este momento? Abrí los ojos por completo, ¡me sentía tan mal! Tenía que recordar para la próxima que el alcohol en exceso nunca es bueno, como esa vez en Mónaco que me emborraché y duré todo el día con dolor de cabeza, ¡ay no! Ojalá que esta vez no fuera así o tendré que ir a la farmacia por una caja de aspirina.




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