Lo primero que hice al salir de casa fue cambiar la ruta habitual que tomaba a Autumn Delights por Hidden Hills. Fue sencillo saber en dónde vive, basta con buscar el nombre de su padre en google para que te salgan mil datos sobre él, incluido el lugar en dónde ha vivido los últimos veinte años.
Tuve un muy mal presentimiento al estar afuera de la residencia de los Hansset, se me revolvía el estómago de solo pensar en lo que leí anoche, de considerar hablar ahora con ella. Ya ni siquiera podía arrepentirme, cuando volteé el uber ya se había marchado y creo que fue una señal para seguir adelante.
Una empleada doméstica me abrió y al tenerla en frente el corazón casi se me salió el pecho de los nervios que sentía. Sin embargo, cambié mi postura por una mucho más recta y carraspeé un poco antes de hablar, para que ella no note lo nerviosa que estoy.
—Busco a Nina Hansset.
—¿Quién la busca?
—Una amiga, de la disquera de su padre.
—De acuerdo, pasa.
La empleada doméstica se hace a un lado para dejarme pasar, esperé en el recibidor mirando unos cuantos reconocimientos de Carl Hansset sobre la pared, recargándome en el piano. Nina bajó poco después de que mi llegada fue anunciada, se acercó a mí, llevaba recogido el cabello una coleta de caballo y su rostro está pálido, no se había preocupado por maquillarse hoy, de hecho se veía enferma, creo que su visita a Suiza no fue del todo efectiva.
Por su forma de mirarme, sabía que no estaba tan feliz con mi tan inesperada visita, ni yo estaba tan contenta por venir a enfrentarla aunque anoche sonaba como una buena idea.
—Nick no está aquí, pero Mike Dabill sí. Si quieres saber de tu novio, buscas en el lugar equivocado.
—No vine por Nicholas, vine por ti. ¿Reconoces esto?
Le enseño su diario íntimo, el cual sostenía en mis manos. Nina lo miró y se acercó a mí de inmediato para quitármelo.
—¡¿De dónde sacaste esto?!
—Eso no importa ahora. Pero tú, ¡tú has arruinado mi vida! De no ser por tu estúpida mentira, yo no me hubiera ido a Francia tantos meses. Nick y yo hubiéramos podido tener la maldita oportunidad de hacer todo bien, de cumplir todo lo que queríamos y tú simplemente arruinaste todo. ¿Y para qué? Al final, la victoria no fue tuya como esperabas.
—¿En verdad crees que no gané? Elisse, eres tan ingenua. —Me dice, mofándose de alguna forma—. Mi propósito era separarlos, no tener sexo con él mientras estaba borracho. Y finalmente, me diste ese placer en cuanto tomaste un maldito avión y desapareciste de su vida durante tantos meses, ¿por qué simplemente no te quedaste allá? Hubieras hecho más fácil todo, incluso tu vida.
Nina juguetea con su coleta de caballo, mojándose los labios con la lengua antes de continuar.
—Todo sería menos complicado, trabajarías con Jean Pierre-Cortot en Francia y seguramente podrías continuar con tu vida normal sin el bebé. Pudiste tenerlo todo.
—Lo tengo todo e incluyo a Nick en esa lista.
Comencé a sentir una vez más aquel dolor en mi vientre, desde la mañana no cesaban aquellas punzaciones que poco a poco se hacían más incómodas.
—No importa lo que hagas Nina, él siempre me querrá a mí. Te aseguro que cuando te besó, yo estaba en su cabeza, te apuesto que si en verdad esa noche hubieran tenido sexo, sólo hubiera pensado en mí. Es una lástima que tengas tan poco amor propio como para haber estado tanto tiempo detrás de un hombre que no te quiere.
—¡Maldita seas, Elisse! Tú no puedes ganar siempre.
De nuevo aquel dolor en mi abdomen comenzó a molestarme, entre soportar el dolor físico y soportarla a ella, no sé qué es peor.
—Y tú no lo harás nunca, Nina. Pudiste haber jugado sucio y ganado durante mucho tiempo, pero ya no. Ni con tus mentiras ni con tu enfermedad pudiste comprarlo, Ian tenía razón. Solo fue un acto patético, un movimiento desesperado.
—Yo amo a Nick como nadie lo ha amado, ¡lo amo incluso más que tú!
—No Nina te equivocas, tú no amas a Nick, tú no amas a nadie. Sólo te amas a ti misma y eso lo pongo en duda. Si realmente tuvieras un poco de amor propio no te humillarías de esta forma.
—¡No es ninguna humillación!
Nina me suelta una bofetada y segundos después se la regreso. Con rabia, me empuja contra el banquillo del piano e intenta golpearme de nuevo en el rostro, pero no pudo concretar lo que quería hacer. Me ha dejado ahí, se ha apoyado contra el piano y ahora se está tomando el brazo izquierdo, llamando a gritos a su empleada doméstica.
—¡Ay Dios mío! Señorita Nina, ¿está bien?
Ella no es la única que tiene problemas de salud. Entendí entonces que esas molestias que sentía desde temprano en realidad son contracciones, contracciones que empezaban a dolerme aún más. Ni siquiera podía ponerme de pie, creo que el bebé está por venir y no estaba lista para esto, ni siquiera sabía si estaba lista para tenerlo aquí de ser posible.