Laura
En la vieja televisión en una esquina elevada de la tienda, las noticias hablaban del aumento de la tasa del paro y mi jefa, una mujer regordeta de mediana edad dueña de la tienda de comestibles en la que trabajaba a tiempo completo, exclamó para recordarme lo afortunada que era por tener un empleo y un techo, mientras recalcaba que la mayoría de jóvenes de mi edad, veinticinco años, estarían acabando las carreras que ha sus padres les costó pagar para finalmente pasar a formar parte de una cifra más de la tasa de parados del país.
Suponía que tenía razón, había sido afortunada después de todo. Mis padres murieron teniendo yo una edad temprana y para mis dos tías maternas me convertí en ese familiar que no sabes donde poner a dormir en casa, ni cuanto tiempo te tocaría aguantarlo está vez.
Después de dar tumbos entre dos casas, donde si bien no me trataron mal tampoco me hicieron sentir bien recibida, cumplí la mayoría de edad y simplemente me fuí.
Nadie me detuvo y pensé que estaban cansados de aguantarme.
— ¡Ahí está ese maldito chucho otra vez! — Se quejó Sofía, mientras que yo reponía bolsas congeladas de comida en un frigorífico. Miré a través del escaparate. En la calle, un simpático cachorro de Golden Retriever, miraba hacia dentro en busca de atención y calor humano, moviendo su cola y ladrando. — Ve a echarlo, si lo ven nadie se acercará por pena. — Me mandó Sofía. Días atrás, al verla sacar a ese cachorro a palos con el cepillo, me había parecido que ella estaba más enemistada con el mundo que yo.
— Compraré esto. — Un cliente dejó sobre el mostrador varios productos y esperé a que Sofía lo atendiera para dejar lo que estaba haciendo e ir a coger de una estantería comida enlatada para perros cachorros.
En un parque cercano a la tienda de comestibles acaricié al pequeño cachorro que se comía su ración de comida diaria. Si supieras que hay un sitio donde te dan de comer, ¿no regresarías a reclamar esa comida cada día?
Sofía me mataría si supiera que la razón de que ese perrito regresara a su tienda, era yo y esas deliciosas latas de comida.
— ¿Está buena, verdad? — Le pregunté mientras estaba agachada y lo acariciaba. — Tienes que evitar que Sofía te vea y te muela a palos. — Dejé de tocarlo y observé el cielo nublado, aparte de comentar el paro, en las noticias habían avisado de una lluvia de estrellas pero seguramente las nubes oscuras impedirían ver nada.
— Ten. — Escuché una voz masculina y me asusté cuando una botella de agua apareció delante de mi cara. La mano que la sostenía era pálida y agitó la botella cuando lo miré para descubrir una cara igual de pálida. — Después de comer debe de tener sed. — Habló y cogí la botella.
— Gracias. — Agradecí.
— ¿No te estás jugando tu trabajo alimentando a ese cachorro? — Dijo mientras miró al cachorro.
— No me importa. No tengo el mal corazón de dejarlo sin comer cuando espera que lo alimente. — Respondí, agarrando la botella de agua con las dos manos.
— ¿Qué pasará si te echan y no tienes dinero para alimentarlo? ¿O sí te cambias de trabajo y él sigue volviendo en busca de comida? — Se cerró hasta el cuello la cremallera de su chaquetón. — Sería lamentable para él no saber buscarse la vida por sí solo.
— No es más que un cachorro, ¿por qué tiene que aprender a buscarse la vida? Ni siquiera tiene la culpa de que una mala persona se haya deshecho de él. — Le debatí indignada e interiormente me defendí a mí misma. ¿Qué culpa tenía yo de haberme quedado sin padres y depender de otras personas para ser alimentada y vestida?
— En ese caso, si tanto te preocupa llévatelo a casa o acabará muriendo atropellado. — Señaló la carretera cercana frente a la tienda y luego uno de los pisos superiores de un edificio al otro lado de la calle. — Lo veo cada día cruzar la carretera y no hay vez que no esté a punto de ser atropellado. — Rugió molesto y me señaló como la culpable de que el cachorro diera tumbos por la zona. — Hazte responsable de él.
— ¡No puedo! — Me defendí.
— ¡No quieres! — Me corrigió autoconvencido.
— ¡Tú! — Los dos fuimos silenciados por los ladridos del cachorro. La comida había desaparecido y nos miraba como un día yo miré a mis tías o Sofía para conseguir un trabajo.
— Llévatelo a casa. — Habló aquel chico y me agaché para rellenar el envase de comida vacío, con el agua de la botella.
— La dueña de la tienda me renta una habitación en la segunda planta y no admite animales. — Justifiqué no poder hacerlo y lo miré. — Si te preocupa que sea atropellado, ¿por qué no lo adoptas?
— No. — Echó la cara a un lado como si lo que acababa de pedirle fuera completamente imposible, y lo observé de arriba a abajo. Era un chico joven, de aproximadamente mi edad, cabello castaño y guapo de cara. Debajo del grueso chaquetón, podía verle un pantalón de chándal machado de lo que parecía pintura de colores y unas zapatillas de andar por casa con calcetines. Cuando se percató de mi exámen visual, se sintió incómodo y se marchó con la bolsa de la tienda de comestibles que llevaba en la mano.
Entré en la tienda y Sofía me asaltó desde dentro del mostrador.
— ¿Te ha llevado tanto tiempo deshacerte de ese chucho? — Me preguntó y simplemente le asentí caminando hacia la trastienda, donde cogí una caja de latas en conserva y regresé para reponer las estanterías.
En la televisión estaban mostrando las imágenes en directo de la lluvia de estrellas y avisaron que debido a que el cielo estaba nublado, la impresionante lluvia solo podía ser vista desde lugares elevados fuera de la ciudad.
Editado: 24.02.2022