Tú, Yo Y Él

3. Mi Momentánea Fortuna.

Laura

 

En mi cabeza, aceptar la invitación de tomar un café con Onofre había dado pie a imaginar que tendríamos una agradable charla pero, el silencio de dos extraños tomando agua y café fue realmente incómodo y aterrador. ¿Qué clase de persona invitaría a otra a tomar café y en vez de pedirse un café, optaría por tomar agua? 

Las pálidas manos de Onofre tenían restos de pintura, como los puños de su camiseta, tal vez por eso no se quitó el abrigo, o solo lo dejó puesto por sí resultaba que tenía que salir corriendo. 

 

— ¿Eres artista? — Pregunté y levantó sus ojos hasta mí. Asintió como si la palabra artista quedara grande para él y sonreí ignorando ese detalle. — ¡Qué envidia! Ni siquiera se me da bien pintar una casa con un árbol al lado. 

 

— Seguro es que no le ha puesto empeño. — Su voz, varonil y madura, acompañaron a aquel comentario que no supe como encajar y la expresión de mi cara debió de hacerle darse cuenta de que había respondido a un cumplido con un ataque a mi supuesta falta de voluntad. — ¡Oh! ¡No no no! — Sus manos se agitaron encima de la mesa. — Quería decir que cualquier persona puede dibujar bien si persiste en ello y práctica día tras día. 

 

— Entiendo. — Mentí y sonreí. ¿Por qué me gustaba si parecía una persona irritante? 

 

— Ese cachorro… Vi que se lo llevó a su habitación alquilada. — Habló y mostré sorpresa. 

 

— ¿Lo vio? — Onofre asintió y pareció recordar algo más importante. 

 

— Todavía no sé su nombre. 

 

— Laura. Laura Hoyos. — Respondí, enseñándole mi hombro izquierdo y señalando con un dedo mi nombre escrito en la manga del uniforme. 

 

— ¿Quién podría ahí el nombre de su empleado? — Se extrañó y le dije el nombre de una la persona que lo haría. 

 

— Sofía. — Los dos sonreímos y agarré mi taza con café. — Después de hablar contigo anoche, no pude dejar a ese cachorro una noche más en la calle. — Hablé y di un sorbo antes de continuar. — Pero si Sofía lo ve estaré en problemas, así que pondré carteles por el barrio para buscarle un hogar.

 

— Puedo ayudar con eso. Tengo un conocido que es informático y se le da bien editar. Seguro puede hacer un cartel original que llame la atención. — Me ofreció Onofre mientras acudía a su vaso con agua. Lo observé beber y vio mi cara de incertidumbre, por lo que paró casi escupiendo el agua. — Perdona. — Se disculpó y cogió una servilleta desechable para limpiarse la boca. 

 

— ¿Me ayudará? — Le pedí y le eché parte de la responsabilidad. — Si pierdo mi trabajo será también culpa tuya. 

 

— Eso no es correcto. No fui yo quien le estaba dando de comer al perro, tampoco la obligué a llevarlo a casa. Solo comenté los puntos débiles de sus actos. — ¿Puntos débiles de mis actos? Eso me sorprendió al punto de no debatirlo. — No intente responsabilizar a otros y menos hacerlos culpables. — Sonrió como si no hubiera dicho nada ofensivo y de nuevo me pregunté que clase de hombre era. 

 

— No tiene dinero para café y por eso bebe agua. — Adiviné y la vergüenza en su pálida cara me dio la razón. 

 

— E-Eso… — Balbuceó e inclinó la cabeza para negar débilmente. — No es del todo correcto. — Dijo mirando a su alrededor. 

 

— Entonces simplemente debe de gustarle el agua que dan aquí para venir a tomarla. — Afirmé y deslicé hasta él mi taza de café. — Solo le he dado un sorbo, si quieres puedes tomarlo. Yo debo volver a la tienda. — Me levanté convencida de que sería mejor no haber accedido a tomar ese café con él. — Hasta pronto. — Me despedí y caminé hacia la puerta. 

Al salir, miré hacia dentro por el escaparate y lo vi mirando el café como si realmente meditara sobre si beberlo o no. Luego bajó la mano y la volvió a subir para contar las monedas que sacó en ella. 

Si no tenía para pagar un café, significaba, ¿qué tampoco tendría para comer? Recordé la noticia sobre el paro y lo afortunada que Sofía decía que era. 

 

 

— ¿Has ido a una cita a ciegas? — Me preguntó una amiga mirando entre los vestidos de una tienda de ropa. — Siempre te has negado cuando he querido prepararte una con alguno de los amigos de Fabián. — Me reprochó y me regaló una mirada con desdén. 

 

— No es una cita a ciegas si conoces a la otra persona. — Respondí, a su lado hacía exactamente lo mismo que ella. Cinthia era un año mayor que yo y tenía un extraordinario anillo en su dedo. Todavía no había dado el SÍ QUIERO, pero los preparativos de su boda llevaban buen ritmo y lo haría a finales de año. 

 

— Eso es verdad, pero ¿de qué lo conoces? Te pasas el día en esa tienda. 

 

— Es un cliente habitual de la tienda. — Contesté. — Pero no lo volveré a ver, ha sido un desastre. — Sacudí la cabeza y Cinthia me miró entonces del mismo modo que yo había mirado la noche anterior a ese cachorro abandonado.

 

— ¿Qué tan malo ha sido cómo para no volverlo a ver? — Indagó y pensé en Onofre, estaba el extraño caso del vaso de agua, su terquedad al querer llevar la razón en el caso del Golden Retriever y las infinitas manchas de pintura en su ropa. Aparte de eso…

 

— Es guapo y tiene voz varonil. — Confesé sintiendo palpitar mi corazón. ¿Por qué me gustaba una persona cómo él? ¿Por qué no había podido decir que es irritante? 

 

— Guapo y con voz varonil… — Cinthia meditó llevándose un dedo al mentón y sonrió. — ¿Seguro ha sido tan mala la cita? 

 

— Lo ha sido… — Asentí con cero confianza. 

 

— Entonces… Tendrás que tapar tus ojos y orejas cuando lo veas en la tienda, porque a ellos parece que la cita no les ha parecido tan mala. — Se rió y negué mirándola. 

 

— ¿Debería darle una segunda oportunidad solo por qué me haya gustado su cara y su voz? — Pedí su opinión y Cinthia asintió antes de seguir mirando ropa. 



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En el texto hay: familia, romance, amor

Editado: 24.02.2022

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