Laura
Una semana después de mudarme a vivir al piso de Onofre, taché una opción de trabajo de la sesión de empleos del periódico y me llevé el bolígrafo a los labios mientras buscaba otra oferta. No me importaba trabajar a tiempo completo, tampoco buscaba el mejor sueldo, pero, o no requerían mujeres para el puesto o yo no tenía la experiencia que querían.
— ¿Laura? — Escuché que me llamaron y me paré mirando a un lado. — ¿Qué haces aquí? — Me preguntó el único novio y ex novio que había tenido. Jonathan llegó hasta mí y señalé una oferta en el periódico.
— Buscando trabajo. — Respondí, aparentemente fría frente al hombre que me dejó un año atrás de la noche a la mañana sin alegar un motivo.
— ¿Te has cansado de vender comida y ahora quieres probar con la ropa? — Se tomó a chiste y quise abofetear su cara presuntuosa con el periódico. Sonreí y centré la conversación en él.
— ¿Y tú? ¿Qué haces por aquí? — ¿Para qué pregunté? Su espalda se irguió, sus hombros se ensancharon y sus labios sonrieron.
— Vengo a recoger las alianzas para mi boda. — Me hizo notar la joyería junto a la tienda de ropa donde yo había buscado trabajo y me contó. — Me caso en una semana. — Como por obra del azar o el destino, una chica rubia, alta y muy delgada, se paró a su lado agarrando su brazo.
— ¿Quién es esta chica? — Preguntó la chica rubia. Jonathan la miró, se besaron y finalmente respondió.
— Solo es una antigua ex novia. — Al decirlo tan fácil, me sentí chiquita y fui mirada por ella. — Tenemos que irnos, me ha alegrado verte, Laura. — Se despidió Jonathan y se alejó con su prometida. Me quedé mirándolos dirigirse a la joyería y al verlo pararse y mirarme de golpe, me hice la distraída. — Laura. — Me llamó y actué normal cuando llegó de nuevo hasta mí. — Estoy seguro de que no te interesa pero, resulta que todavía no tenemos completo el catering para la boda…
— ¿Quieres qué sirva comida el día de su boda? — Le pregunté sorprendida por su descaro.
— Estás buscando trabajo, ¿no? — Intervino su novia que se acercó y recuperó el brazo de Jonathan. — Me llamo Sarah. — Se presentó y me ofreció su otra mano. Por supuesto no la tomé y pegué el periódico contra mi pecho, como un escudo invencible. Sarah sonrió. — He oído antes que buscas trabajo, solo piénsalo…
Sofía tenía razón, fui afortunada al tener un trabajo en su tienda.
— Hazlo. Acepta el trabajo. — Me alentó por la noche Onofre, mientras sentada en el sofá secaba mi cabello con una toalla y él sentado en el suelo, pintaba en uno de sus lienzos que el cachorro Pulgas y yo teníamos prohibido tocar.
Sí, Pulgas no era el mejor nombre, pero Onofre comenzó a llamarlo así y el cachorro comenzó a asociarlo a él, por lo que resultaba cómodo llamarlo así.
— ¿Hay algo más humillante qué ser camarera en la boda de tu ex novio? — Pregunté viendo a Pulgas buscar la atención de Onofre y a este apartarlo. Cuando pintaba nada podía romper su concentración.
— No tener dinero y pedir fiado. — Onofre respondió como si supiera que humillante era eso y medité en silencio sobre su situación financiera.
— ¿Si no ganas dinero pintando cuadros, por qué no buscas otro trabajo?
— Si hago eso perderé mi sueño de ser un artista de renombre. — Se giró mirándome y de paso acarició a Pulgas para consuelo de él. — ¿Por qué no vas a comprar la cena? Te abonaré más tarde mi parte. — Asentí y Onofre sacudió en fuertes y cariñosas caricias al cachorro.
Lo admiraba, tenía un sueño por el que luchar y lo haría sin importar morirse de hambre, pero era idiota por ello.
— ¿Qué quieres comer? — Le pregunté acomodando mi pelo con los dedos.
— Lo más barato está bien. — Onofre respondió volviendo a su pintura y observé en lo que trabajaba, una uniforme mancha de color blanca sobre una gris y a su vez, sobre una negra. No tenía sentido alguno y aún así, Onofre parecía entenderla.
— Vamos, Pulgas. Iremos a comprar la cena. — Alenté al cachorro a salir a la calle y me levanté.
No le habíamos comprado correa, por lo que cuando abrí la puerta del piso Pulgas salió corriendo hasta el ascensor y ladró frenéticamente a la puerta.
— ¡Calla! — Le ordené, llegando hasta él y llamando al ascensor, apenas pulsé el botón la puerta se abrió y un matrimonio salió dedicándonos miradas extrañas. Silencié al cachorro para evitar dar mala imagen y sonreí agradable. — Buenas noches. — Saludé finalmente a los vecinos.
— Buenas noches. — Saludó la mujer y tras compartir una mirada con su marido, se interesó por donde vivía. — ¿Vives en está planta? — Señaló discretamente la puerta contaría a la de Onofre y negué.
— Vivo allí. — Indiqué abiertamente la otra puerta de esa planta y sentí curiosidad también. — ¿Viven en el bloque o están de visitas? — Pregunté, ya que Onofre me había dicho que el otro piso de la planta estaba desocupado y que no debíamos preocuparnos demasiado por los ladridos de Pulgas.
— Estamos de visita. — Afirmó la mujer, la vi cubrirse los labios con los dedos de una mano y miré la puerta del piso de Onofre. ¿De casualidad no serían… ? Sonreí avergonzada.
— ¿Son familia de Onofre? — Pregunté y en esa ocasión el hombre respondió.
— Somos sus padres. Y sí usted vive con él debe de ser su novia. — ¿Novia? Negué acérrimamente.
— ¡Padres! — La voz de Onofre se oyó de repente, al tiempo que la puerta del piso se abrió.
Sentados los cuatro en torno a la mesa del salón, Onofre carraspeó a mi lado, antes de coger de imprevisto mi mano por debajo de la mesa y mostrarlas las dos sobre esta.
Editado: 24.02.2022