Tú, Yo Y Él

10. Un Buen Vino Siempre Ayuda.

Onofre

 

 

— Ya estamos aquí. — Anuncié a entrar en el piso con una bolsa de la tienda de comestibles. Entré hasta el salón sin tener una respuesta de Laura y la encontré durmiendo en el sofá, con los pies dentro del barreño todavía y el cuerpo volcado a un lado. Pulgas se acercó para jugar con ella, obviamente no lo consiguió y le ladró en busca de su atención. — Pulgas. — Lo llamé para hacerlo parar y le ordené cuando me miró. — Deja dormir a mamá. — Dejé la bolsa en la mesa y junto a ella mi abrigo, el cual me había puesto encima del traje de chaqueta para salir. 

Pulgas me obedeció y fue a echarse a algún lado, mientras que yo me paré frente a Laura pensando que debía hacer con ella. ¿Dejarla dormir allí o despertarla? No, no podía dejarla dormir allí, sabía de sobra que ese sofá era de todo menos cómodo. 

Me agaché y me ocupé primero de sacar sus pies del agua, sacándolos con la toalla antes de dejarlos en el suelo, recordaba que cuando era pequeño mi padre regresaba a casa cansado de trabajar en el campo y mi madre le llenaba un barreño con agua y sal para aliviar el cansancio de sus pies. 

Llevé el barreño al baño, me cambié de ropa por una más cómoda y regresé al salón, Laura seguía durmiendo y me acerqué. 

 

— Laura… — La llamé, inclinándome para tocar su hombro y moverla suavemente. Sus ojos se abrieron adormecidos y le indiqué el pasillo con la mano. — Deberías ir a dormir a la cama. — Le dije y sus ojos se volvieron a cerrar. — Laura. — Insistí en vano, debía de estar muy agotada para ser vencida por el sueño de ese modo. 

Analicé entonces la ruta hasta su dormitorio y la analicé también a ella, tenía un peso adecuado para su altura y no parecía muy pesada, además, estaba acostumbrado a realizar trabajos duros en el campo y cargarla no debería suponer un gran esfuerzo para mí. Pensé en llevarla como princesa, pero me di cuenta de que sería más trabajoso pasar por el pasillo, así que me decidí por cargarla a la espalda. 

La incorporé con cuidado y la hice caer sobre mi espalda, mientras coloqué sus brazos sobre mis hombros y afiancé sus piernas a cada lado de mis caderas para finalmente levantarme con ella a caballito. 

La escuché decir algo y volví la cabeza para mirarla, su cara estaba sobre mi hombro derecho y sonreí cuando noté que solo estaba a gusto. 

La llevé hasta su dormitorio y cuando caí sentado en la cama, sus brazos se cerraron con fuerza alrededor de mi cuello y se dejó caer en la cama arrastrándome con ella. 

 

 

— ¿Fue eso todo lo que pasó? — Se sorprendió Laura, sentada en la sala de espera de la clínica veterinaria a la que acudimos para vacunar y hacer su cartilla a Pulgas. Le asentí en la misma posición. 

 

— No iba hacer nada inapropiado con una chica dormida. — Hablé ofendido.  

 

— Lo siento. — Me ofreció Laura una disculpa y los dos miramos a Pulgas que, sentado en el suelo frente a nosotros, temblaba y lloraba desde que habíamos entrado por la puerta. Laura lo acarició para calmar su miedo y Pulgas pareció ponerse más ansioso. 

 

— Pueden acercarse para hacerle su cartilla. — Nos llamó la recepcionista en el mostrador y los dos acudimos, aunque tuve que cargar con Pulgas hasta allí. La recepcionista sonrió por verse con el cachorro en brazos y nos preguntó. — ¿Nombre? 

 

— Onofre Quiroz. — Me presenté rápidamente y Laura me miró. 

 

— Creo que pregunta por el nombre del perro. — Me avisó Laura. 

 

— Pediré los datos de su propietario más tarde, ahora necesito el nombre de este pequeño amigo. — Habló la recepcionista y Laura respondió. 

 

— Se llama Pulgas.

 

— De acuerdo… — La recepcionista tecleó en su ordenador y nos hizo notar una báscula a un lado de la recepción. — Por qué no lo pesan mientras... — Laura asintió y caminamos hasta la báscula. 

Conseguir entre los dos que Pulgas se quedara quieto encima de la báscula fue dificultoso, pero lo logramos el tiempo suficiente para medir su peso. Trece kilos. 

Al comunicar el peso a la recepcionista, ella nos miró como si nuestro cachorro tuviera sobrepeso y nos recomendó controlar sus comidas y dar paseos más largos. Luego nos hizo preguntas rutinarias y nos consultó quién de los dos íbamos a rezar en su cartilla como su dueño. 

 

— ¿No podemos los dos? — Pregunté. 

 

— Lo siento. Solo podemos poner a uno en la cartilla. — Me respondió y se distrajo con una compañera que se acercó. 

 

— Me pondré yo. — Decidió Laura que se giró hacia mí y me explicó antes de dejarme hablar. — Yo lo recogí de la calle. 

 

— Hubieras seguido alimentándolo y dejándolo en la calle de no haber sido por mí. — Me opuse y me miró con sorpresa, como si no hubiera esperado que defendiera mi derecho a aparecer en esa cartilla como su dueño. 

 

— Perdí mi trabajo por acogerlo. Tú ni siquiera lo hubieras alimentado. — Me atacó y se giró hacia la recepcionista. — Seré yo. — Le dijo y la recepcionista asintió. 

 

— Dígame su nombre y apellido, también necesitaré su número de teléfono y una dirección. — Pidió la recepcionista, ignorando que yo estuviera en contra y Laura se apresuró a darle todos los datos, incluida la dirección de mi piso. 

Miré a Pulgas a nuestro lado en el suelo, si Laura se iba y se lo llevaba yo no tendría ningún derecho a verlo. Me sentí como un padre sin la tutela de su hijo. 

 

 

— Le haremos una foto para ponerla en su cartilla. — Comentó Laura cuando los tres salimos del veterinario. 

 

— Me iré a la tienda a trabajar. — Hablé de pronto y Laura me miró extrañada. 

 

— ¿No habías pedido el día libre a Sofía? — Preguntó y señaló la tienda de animales que estaba al otro lado de la calle. — Pensé que íbamos a ir a comprarle una correa y juguetes. 



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En el texto hay: familia, romance, amor

Editado: 24.02.2022

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