El pasado que todos llevamos a cuestas, no siempre puede denominarse como “oscuro”, pero sí deprimente, cosa que en el caso de Atsushi, sinceramente se volvía su acierto, pues éste había crecido en un orfanato en donde constantemente recibía los peores tratos y, aun así, el chico llegó a considerar el sitio como su hogar. Tiempo después, sin siquiera preguntarle, lo echaron, y claro, posterior a esto, fue recogido por la agencia de detectives armados. Sin embargo… este elemento tomaba un significante diferente porque la historia en esta dimensión decidió por sí misma perderse, por lo que, dado el caso, Sheila sospechó que, si las cosas habían cambiado tan drásticamente con la mayoría de personajes, ¿quién no aseguraba que no hubiera pasado lo mismo con ese chico? ¿Quién podría estar tomando el lugar de ese peliblanco dado el caso? Si todos estaban remplazando a alguien, seguramente este chico no era la excepción, y al saberlo, era en parte responsable de esa noble alma, después de todo, se trataba de otro de sus tantos personajes favoritos, y claro, no dejaría a la buena de Dios al noviesito de Ryu por su cuenta. De este modo, recopiló dentro del cuartel en pocos minutos la información que necesitaba, y salió picando (momento en que Oda lo llegó a ver).
—Bien… Este es el lugar —murmuró para sí Sheila, quien se posicionó al lado de la pared de piedra, y entonces, se asomó un segundo para tener en cuenta la situación. Observando detenidamente dentro de las instalaciones del complejo, dio con un grupo disperso de dicha comunidad que, se encargaba justamente de recordarles a sus importunados huéspedes, las tareas que estaban obligados a llevar a cabo hoy, como así también, fue testigo de algún que otro arrebato hacia las tiernas criaturas de las cuales estaban a cargo—. Esas ratas desalmadas… —gruñó el pelinegro apretando uno de sus puños. ¿Cómo podían atreverse a renegar así de seres que no podían defenderse siquiera? ¡Era de lo más bajo!—. Al diablo el tema de pasar desapercibido —se dijo a sí mismo, y cegado por la mala realidad, salió de su escondite delatándose, por lo que muchas cabezas giraron a su dirección cuando Sheila procedió a entrar sin siquiera preguntar.
—Oye, alto ahí —soltó uno de los mayores vestidos de bata e impidió que Akutagawa siguiera avanzando—. Ni un paso más, chico —le dijo imponente el hombre, a lo que al poco se sumó otro por el lado derecho de ella.
—Los chicos de tu edad no están autorizados a venir por aquí sin la compañía de un adulto —avisó, y entonces otro se asomó por su izquierda.
—Además… —agregó este último no invitado, quien se inclinó a la altura del hombro de Sheila, y le susurró de forma amenazante—. Te ves demasiado sospechoso… —sin siquiera inmutarse, Ryunosuke contestó.
—Los sospechosos deberían ser ustedes por los actos de negligencia que están cometiendo con estos menores —aseguró él, lo que ofendió a los acusados de estos barbáricos actos.
—¿Qué acabas de decir, mocoso? —se enderezó de repente el que estaba a su izquierda.
—Ah, sí. Enseguida les voy a explicar —dio a entender Sheila, quien sacó tranquilamente su teléfono, dejando confundidos a ese trio—. Pero antes… —de inmediato buscó en su galería una canción que ya tenía preparada de ante mano, y entonces la reprodujo: era la de los africanos que bailaban con un ataúd.
—¡Suficiente! —gritó uno y antes de que agarrara a Akutagawa para sacarlo a la fuerza, la voz del mismo se sobrepuso a la de éste.
—¡Rashomon: Kumo no Ito! —de la nada, los tres hombres se encontraron de repente suspendidos en el aire desde sus piernas.
—¡Qué es lo que está pasando! —gritó uno—. ¡Todo está de cabeza ahora!
—¡Es… es uno de esos tipos con poderes! —exclamó otro completamente aterrado.
—¡No! ¡Es otro monstruo! —aquí, ante la suposición de este último, Sheila mandó a volar sin paciencia a los otros dos, donde uno rompió una mesa y otro un cartel, dispersando así a tanto niños como adolescentes que corrieron por el miedo.
—¡Eso último lo decido yo, no ustedes! —sentenció Ryunosuke, quien envolvió con las vendas negras al hombre, logrando hacer que éste chillara del miedo—. ¡Ahora! ¡Dime dónde está Atsushi Nakajima o bailaré sobre tu tumba con esta canción!
Yosano no había tenido una vida sencilla para nada, en especial con todo lo que tuvo que presenciar durante la guerra, aun así, había optado por aferrarse a una nueva visión que la misma agencia le había soltado. No obstante, el suceso descrito nunca sucedió en esta versión, y permaneció atada a la organización de Mori, aceptando de este modo su desgarrador destino, hecho que era irrelevante para Lucas, quien había sufrido una traumática recuperación y, de hecho, ahora estaba despertando, pues se desmayó producto del dolor.
—¡AAAAAAAAH! —se sentó de golpe gritando, y de inmediato, un objeto (afortunadamente que no era contundente) voló a su cabeza haciéndolo callar—. ¡Auch! —se quejó sobándose la nuca.
—¡Gracias a Dios! ¡Ya parecías la princesa de los 7 enanos! —comentó la doctora con ironía.
—¡Oye! —apenas la pelinegra lo miró mal, éste se rescató, pero no supo exactamente qué decir.
—¿Vas a quedarte ahí todo el día? Tengo pacientes que seguramente llegaran más tarde, así que deberías irte —comentó ella apoyándose en una mano y, estando satisfecha por el temor que provocaba en Chuuya, lo miró sonriendo.
—¡Sí, mil disculpas y gracias! —agitado, se levantó de la cama y salió de la habitación, pero, ¡ups!, había olvidado su sombrero, de modo que tuvo que regresar—. Perdón… —terminó asomándose tímido por la puerta; definitivamente, Lucas no podía lidiar con la clase de chicas como Sheila o Yosano.