Tú, Yo y los Besos

16- Mateo

Cada cual se ha refugiado en su mundo, todo vuelve a ser como antes —me sorprende el atisbo de tristeza que me sacude al colárseme este pensamiento…

¿En serio? ¿Desde cuándo Azul me afecta tanto? 

Deja de hacerte el tonto que bien sabes que desde hace tiempo Azul y terremoto para ti son la misma cosa —respiro con resignación ante el reclamo de mi consciencia y vuelvo a verla

Ha sido así desde que salimos hace 15 minutos de la casa de abuelos: Azul camina unos pasos delante, yo la sigo; y el silencio se me antoja abismo insalvable...

Me centro en observarla a conciencia; me llama la atención su curiosa marcha: dos pasitos cortos y un casi imperceptible salto, ¿como si estuviera jugando una versión más sutil de la Señorita Marta?

Agudizo mis sentidos para captar cada una de sus acciones y me sorprende el innegable sonido de un sutil tarareo.

Sí, no sólo está bailando, también está... ¿cantando?

Instantáneamente me molesto, conmigo por ser tan idiota, con ella por parecer tan normal mientras yo me retuerzo por dentro.

—¿A qué juegas, Azul? —no logro disimular la irritación en mi tono.

Ella se detiene en seco, me mira  por encima de su hombro y contrario a lo que esperaba, sonríe. 

— Me aseguro de pagar mi deuda.

— ¿Tu deuda…?

Se gira completamente hacia mí

— ¡¡Mi deuda con todos los que no pudieron escoger!! —expresa con el mismo tono de decisión de antes mientras alza la barbilla desafiante

— ¿Estás drogada? ¿De qué hablas, Azul? —no hay ni una pizca de bondad ni en mi tono ni en mi mirada.

Me observa un instante y una mueca de disgusto se le queda a medio camino transformándola en una risa traviesa al percatarse de algo a su derecha.

Sale corriendo en esa dirección y en tres zancadas se encarama encima de un banco. Se para firme, pone una mano sobre su pecho y habla de modo fuerte, solemne:

—“Usted no tiene el derecho de destruirse ni de permitirse ser destruido, se le niega el derecho a acabar con su vida, a anclarse en los melancólicos mares de su pasado, a no saborear segundo a segundo los días”. Firman “Todos los que no pudieron escoger”

Sus palabras son tan directas que siento que me roban todo el aire.

Azul estudia mi reacción —o más bien mi falta de ella —y su mirada se va volviendo vacilante

—"Es nuestra deuda con ellos y con la vida" —explica en un susurro mientras agacha la cabeza un poco avergonzada

Sus palabras resuenan en mi cabeza mientras no puedo dejar de verla; se ve tan tierna que decido que no hay maldad ni burla en sus palabras 

 

«Un motivo para vivir... Una deuda...»   me veo arrastrado hacia un remanso más suave del río de mis recuerdos, y por primera vez siento que empiezo a perdonarme.


—¿Alguna vez alguien te quiso? ¿alguien que haya muerto? —me sorprende lo personal de su pregunta

Sí, Rebeca...

No digo nada, solo asiento, ella sonríe triste y se saca un anillo que guarda como dije.

—A mí también, una vez alguien me quiso... Y hasta hoy su recuerdo dolía —me mira a los ojos— hasta que entendí que tenía una deuda con esa persona...

Ahí están otra vez en ella: la sombra de mis propios fantasmas... y el modo en el que parece enfrentarlos, me noquea, me impacta...

El tema es incómodo y está plagado de escabrosas preguntas, así que agradezco cuando parece que lo deja.

—Si me das una moneda, te digo lo que estás pensando... —sus palabras interrumpen mis cavilaciones y me acercan irremediablemente hacia ella.

Sonrío ante lo atrevido de la idea que cobra fuerza en mi cabeza; sólo me toma llegar hasta ella para decidir al respecto, agarro su cintura incitándola a bajar de "su pedestal" 

Ella salta, y la depósito suavemente frente a mí en el suelo.

Mi tacto es lo suficientemente flojo como para parecer un descuido, pero no la suelto y ella no se aparta.

— Una moneda no; se me ocurre una mejor forma de pagar por ver tus dones de clarividencia —le digo con una sonrisa afable e instantáneamente tomo su mano para besar sus nudillos con delicadeza.

Espero un segundo su reacción, se ha quedado muda. Me siento aliviado al ver sólo sorpresa y desconcierto en su mirada, no rechazo...

El corazón me late rápido en el pecho, se que está tan sorprendida como yo, y que este es un juego muy peligroso para ambos, pero al menos por esta noche, no tengo fuerzas para fingir que la odio...

— ¿Y entonces? ¿Cuáles eran mis pensamientos? —añado con una sonrisa ingenua y divertida, como si el límite del contacto no se hubiera quebrado.

—Piensas que soy un genio —declara con una sonrisa tímida.

En estos momentos daría lo que sea por saber qué está pensando ella.

Descubro que no quiero ser más ni una amenaza ni un extraño; sólo quiero poder tenerla cerca, del modo menos peligroso, del que menos duela...

— ¡¡Sin dudas tienes mucho genio!! —bromeo

Ella hace un mohín y me golpea...

Hecho, misión cumplida. Ella también ha reaccionado con contacto, ha aceptado mi juego.

— Pero no sé por qué se me hace que justo esa frase no es tuya… ¿acaso te golpeaste con una Biblia y de repente te invadieron revelaciones Salomónicas?

La broma surte efecto, Azul toma una aptitud falsamente ofendida mientras la delata el brillo divertido de sus ojos y se aleja de mí para golpear mi hombro con el suyo...

Me siento tonto al alegrarme por un contacto social tan normal como ese

«Normal» ser normal... así se siente...

—Anda, Luzazul; cuéntame con detalles esa historia... — la incito a sentarnos en su "tribuna" improvisada.

Ella titubea un poco sopesando mis palabras. Veo la interrogante en su mirada pero no puedo caer en una batalla por un mote así que callo

— Paula..., ¿sabes cuál es? —me pregunta

— Sí, la que secuestró mis... posaderas —añado con no tan fingido horror.

Azul sonríe

— Es viuda...

— Okey, es entendible, la mayoría en el hogar lo son...




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.