Tú, Yo y los Besos

18- Azul

— A ver si entiendo, no te lo tiraste ni piensas hacerlo en un futuro cercano…

Le doy un librazo a Celia para que se calle pero ella ni caso, se repatea en el asiento frente a mí y sigue hablando.

—Ver para creer, Mateo y Azul jugando a ser “amiguitos” —comenta con sorna— me pregunto cuánto tiempo aguantarán hasta que explote la olla.

Me molesta muchísimo su comentario, pero estamos en el aula de estudio que hay en la primera planta de nuestra residencia, no es lugar para montar una escena; yo tengo cosas más importantes por las que preguntarme, como esta maqueta, por ejemplo. No obstante…

—No todas somos como tú —“perras” aun sin decirla, lo he dicho con todas las letras.

Me arrepiento al instante; pero me quedo callada, no me disculpo.

Los ojos heridos de Celia me miran por un momento, disimula una mueca de reproche que muy en mi interior, sé que me merezco

— Y ustedes en serio lo son ¿no? —repica con burla

Me muerdo la lengua para no responderle, ¿A quién engaño? Mateo y yo podemos ser de todo menos amigos...

—Eres valiente… —comenta sin una pizca de burla— tirárselo y alejarse, un desfogonazo y luego mandarlo todo a la mierda, fuera lo que yo hubiera hecho… —suaviza el tono— Quedarse es peligroso, alimenta la ilusión, uno puede enamorarse…

“Y eso puede ser muy malo” —no hace falta que lo diga, sé a lo que se refiere. Ahí está, la sutil alusión a un pasado del que no hablamos…

Concuerdo con ella, no obstante, tengo esta necesidad de defenderme.

—No está mal… —no dice nada, solo le da una mordida a su guayaba, carraspeo y ni yo creo lo que estoy diciendo— no está mal volver a enamorarse…

Se me calienta la cara, odio la idea de exponerme, de saberme débil; pero este asunto con Mateo, no sé cómo frenarlo, ni tampoco quiero:

Mateo y yo hemos empezado a juntarnos en  los ratos libres y a la hora del almuerzo, incluso viene en las noches a estudiar conmigo en la residencia.

No sé cómo pasó; un buen día simplemente en vez de buscar otro sitio, se sentó en mi mesa y empezamos a estudiar juntos como si tuviera que ser así por ley de la naturaleza.

Celia sonríe de lado

—Tienes razón, no está mal enamorarse —dice y se sienta correctamente— no está mal hacerlo bien, cuando no es tóxico… —me mira con cierta culpa— te estás aislando…

No le respondo, tiene razón con respecto a mi actitud para con Mateo; para mi pesar debo reconocer que no es que lo haya sacado, si no que me he encerrado con él en las paredes de su asteroide solitario…

— Ni siquiera somos amigos, solo somos… compañeros —cada vez respondo más a la defensiva, odio la lástima en sus ojos.

Celia sonríe con culpa y juguetea con el anillo que lleva en su pulgar, uno demasiado conocido
—Él era mi hermano; pero no era bueno… —me muerdo los labios, hablar de Arón, su hermano mayor, no es precisamente un lindo recuerdo, casi nunca lo hacemos.

Es cierto que nos equivocamos mucho en aquel momento, hice muchas cosas por él, casi vendía mi alma por un poco de cariño… él por su parte intentaba vivir mucho en muy poco tiempo, y me arrastró muchas veces consigo.

Simplemente adolescentes, eso éramos: frustrados, enojados con la vida, con todo, egoístas e impulsivos… no nos supimos querer lindo, eso es cierto, también el que nos hicimos mucho daño…

Hablar o pensar en él es extraño... El punto es que desde entonces, prometí que no le daría a nadie tanto poder sobre mí, hasta ahora, que vuelvo a sentir que estoy perdiendo.

No obstante, Arón no era malo, o al menos Celia no es la mejor persona para criticarlo…

— Si vamos a hablar de mierda, tú vas sobrada… —respondo bastante picada

—Tienes razón, floto en mierda, pero al menos yo lo reconozco— se para de un salto— suerte, Azul, espero que no te ahogues con la tuya…

Me da la espalda y sale del aula, justo en la puerta se cruza con Mateo a quien le hace una reverencia burlona “Bye, Rey mono” escucho que le dice y camina digna hasta salir por completo.

Él la sigue con la vista con el ceño fruncido y luego me hace una mueca graciosa señalando con los dedos que está loca.

No puedo evitarlo, me río, aun cuando mi última conversación sigue dando vueltas en mi cabeza. Mateo es un mal que no puedo evitar aunque quisiera.

Su sola presencia me produce sentimientos contradictorios; me pongo nerviosa y ansiosa cuando le veo, me sorprendo buscándolo cuando no lo hago, me gusta cómo me siento cuando me sonríe con sólo verme; pero al mismo tiempo no me gusta la cuerda floja en la que me posiciona todo eso…

—¿Me extrañabas? —pregunta sentándose al frente

— Lo siento, darling, acéptalo de una buena vez, no eres tan importante para mí —le respondo y quizá por la conversación reciente, sueno demasiado borde.

Oh mierda...

Mateo abre un poco los ojos y arruga la nariz claramente contrariado

— No estamos bien, ya veo... —comenta cauteloso y demasiado serio, lo sé inmediatamente, se está cerrando— mejor nos vemos luego...

Extiendo mi mano hasta agarrar su brazo cuando hace el amago de levantarse.

—Quédate —no sé qué ve en mi expresión pero la suya se suaviza — por favor...

Asiente antes de volver a sentarse frente a mí.

El ambiente está un poco cortado y siento el corazón pesado y lento en el pecho.

Mandarlo todo a la mierda, salvarme... Este es el momento; pero...

—¿Me trajiste merienda? —pregunto y pestañeo con insistencia— ¿esos ricos panqués que aparecen "misteriosamente" frente a tu puerta?

Mi cambio de tema funciona; extiende un brazo y me despeina de forma juguetona el cabello mientras una ligereza “últimamente demasiado familiar” burbujea en mi pecho.

—Uy... que cosita más adorable —aprieta con demasiada fuerza mis cachetes, no me gusta cuando me trata como niña pequeña— Ya sé que lo niegas a muerte, pero tienes tu nombre con el mío enlazados en un corazón en todos tus cuadernos —pone cara de engreído— Lo sé, me amas... soy tu amor platónico.




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