Tú, Yo y los Besos

22-Azul

Llegamos a la universidad justo cuando los estudiantes empiezan a entrar a las aulas.

Mateo casi que me arrastra hasta la oficina del profesor de diseño; la memoria RAM de mi cerebro debe estar medio sucia porque siento como que pienso y actúo en cámara lenta…

— Lo siento, Azul, la entrega era hasta ayer, tienes suspenso el examen

Sí claro, lo siente… Y yo soy la novia cadáver resucitada… bueno, mis ojeras pueden dar a entender algo así; pero el tono frío del profesor Martínez me deja bien claro que no lo siente y que está “jodiéndome” porque puede

— Profesor, Azul ayer sufrió un incidente que rompió su maqueta, se pasó toda la noche trabajando para rearmarla…—sisea Mateo

—Te veo demasiado comprometido, Adams... ¿tú como sabes que trabajó toda la noche en ello? ¿Acaso no será que le vendiste el trabajo a la señorita Vega? —me mira de forma despectiva— Esa maqueta está muy por encima de su capacidad… ¿será que tendré que analizarlos por fraude?

Mateo aprieta los puños y da un pequeño paso hacia el profesor de diseño.

— Déjalo, Mateo —le digo en tono suave deteniéndolo —Vamos…

— Pero…

— Por favor…

No sé qué ve en mis ojos pero logro convencerlo

Caminamos en silencio hacia el área de residencias, mi mente total y absolutamente en blanco, no sé qué hacer después de esto, me siento…

— Lo siento, Azul, fallé a mi promesa… —las palabras de Mateo detienen mis pasos y mis pensamientos. Lo enfrento

—Tú cumpliste, Mateo, la culpa es mía, fui yo a la que se le rompió el saco por querer agarrar demasiado

— Oye, pilluela, aún no has perdido ¿lo sabes? Esto es una pequeña batalla pero no la guerra

Me hace sonreír su comentario

— ¿y desde cuando tomas partido tú en mis guerras?

— Desde que me vi obligado a rescatarte como damisela...

— ¡¡Oye!!

— Jajaja, Azul, ya lo sé, pequeña, no eres tú la rescatada en esta historia, soy yo el salvado...

Me le quedo viendo; otra vez escucho los susurros de los fantasmas de Mateo... ¿Qué tan grande son? ¿Cuánto en verdad le afectan? Recuerdo las palabras de Celia ¿Cuánto daño pueden hacerme si me acerco demasiado?

— ¿Por eso quieres volverme Mateo-dependiente?

— Pillado, Luzazul, necesito inventar alguna forma para retenerte —me habla bajo e intenta ocultar una sonrisa mordiéndose el labio.

— ¿Por qué Luzazul? —pregunto en apenas un susurro, no sé cuál de los dos se ha acercado, no dudaría que fuera yo totalmente embebida por el misterio de sus ojos.

Mateo me mira por un momento, serio, y siento cómo se me calienta la cara cuando parece escrutar todo mi rostro.

Extiende una mano y toca mi nariz de forma cariñosa, cada vez más cerca.

—Porque eres Luz en todas las direcciones…

Mi corazón late de prisa, está jugando pero... ¿Hablará en serio?

Mateo se da cuenta que me he quedado en silencio y carraspea algo incómodo pero no se aparta

— Bueno, creo que te debo algo por no cumplir mi promesa —habla un poco más bajo, a escasos centímetros de mi rostro —¿Qué desea de este servidor, hermosa princesa?

¿Qué quiero? Miro sus labios, recuerdo sus palabras... ¿Un beso?

Un solo gesto, basta eso, un solo pensamiento y mis murallas caen sin remedio y me deshago de los zapatos de hierro que pesan en el fondo de mis recuerdos.

No pienso en nada más, me impulso hasta chocar nuestros labios y por un segundo la calidez de los suyos se vuelve el agua que necesitaba sin saberlo; pero Mateo no me responde... y ser consciente del rechazo me hunde en el lodo de mis sentimientos.

Poner distancia entre nosotros es lo único que se me ocurre para medio salvar el momento

—Gracias —le digo agachando mi cabeza, lo he confundido todo, me muero de vergüenza.

Mateo hace como que va a responder pero no lo hace, suspira cerrando los ojos mientras se rasca la cabeza y asiente él también sin mirarme

—Emmm, también… lo siento por…

—No, no sientas eso… —me interrumpe y la voz le sale un susurro grave, roto, una mano temblorosa aprieta mi brazo—por favor, discúlpame tú por haberte tentado a darme algo que no merezco.

—Hace unas semanas no creías eso —digo sin levantar la cabeza

—No sabía muchas cosas entonces...

Su confesión hace que mi autoestima descienda dos escalones más abajo, no sé qué está pasando, pero aparte de que esto me parece muy incómodo, entiendo que Mateo no me ve de “ese modo” o al menos no para tomarme en serio… 

Antes era un juego, ahora somos… amigos, no más que eso…

No me había sentido tan estúpida en mucho, mucho, tiempo.

—Emmm ¿me esperas aquí? Quiero darte algo —ni siquiera espero que responda, me voy corriendo y de igual manera subo las escaleras hasta mi cuarto, solo atino a verlo sentarse en la jardinera entre mi edificio y el que ya pasamos.

Cuando vuelvo, traigo el cuaderno de Mateo apretujado entre mi brazo y mi pecho. Me estoy aferrando a él en cierto modo, a lo que pude rearmar, a la posibilidad de que alguna vez pude significar algo más para Mateo.

Se lo extiendo y suelto el aire despacio.

—Intenté rearmarlo, nunca te pedí perdón por obligarte a romperlo

Mateo abre los ojos sorprendido al verlo y me mira con cierta vergüenza.

Mateo lo toma y carraspea incómodo

—¿Por qué lo querías? —me pregunta de forma demasiado plana

—Una estúpida apuesta… —reconozco avergonzada.

Su sonrisa es apenas una mueca

—Ganaste… —sonríe de forma más amplia— como siempre.

Abre el cuaderno y va hasta el dibujo A3, el único que no rompió ni rayó, me lo extiende.

—Creo que esto es tuyo… —lo acepto sin entender del todo ni sus actos ni sus palabras.

Vamos, Mateo, hablemos de este cuaderno, de lo que soy para ti, de lo que me cuentan sus versos.—deseo decirle pero se me quiebra el corazón al ver que se para y lo echa en el cesto más cercano.

—No es importante, siempre me deshago de ellos —explica sin mirarme a los ojos— es una especie de terapia, un modo de canalizar todo lo que siento…




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