Tú, Yo y los Besos

30- Azul

Corro chocando con el centro de la escalera, pero no me detengo, mis pies prácticamente vuelan, un paso en falso y pudiera matarme pero mi mente es incapaz de hilar algún pensamiento coherente. Siento una necesidad imperiosa de salir de aquí.

Logro salir del faro y me adelanto sin rumbo unos pocos metros.

Me agacho y estallo en sollozos. Nunca antes he orado, pero ahora siento la terrible necesidad de hacerlo.

No sé lo que pido, sólo sé mis palabras se escapan todo el tiempo hacia él...

—Por favor que no se haga daño, que esté bien —rezo en silencio

Sé que es ilógico, que debería sentirme herida o molesta por su comportamiento; pero el Mateo de las olas, el que no odia y perdona, me grita lo suficientemente fuerte como para saber que ésta versión no es la correcta.

Pienso en todas las cosas que ha hecho por mí, como no me permitió rendirme, o el consuelo de sus besos cuando por primera vez me atreví a mostrarme quebradamente entera... Y aunque no sepa cómo ni me crea capaz de volver a subir a ese faro, sé que no puedo dejarlo, que sean cual sean las heridas recibidas en este ocaso, las mías se vuelven insignificantes ante las suyas... El vacío demasiado lleno de sus ojos aguados me lo confirman.

Por primera vez, no puedo ser egoísta aunque quiero...

Ya es de noche, me giro y observo a ese gigante muerto de un poco más de 25 metros.

La Luna lo baña de plata con tanta delicadeza que pareciera que lo compadeciera.

¿Sabrá ella su historia? ¿Sabrá por qué ya no funciona?

De repente se me ocurre que no puede ser por algo egoísta. Recuerdo la leyenda del faro y la golondrina, el que se apaga para salvar a su amada de sí mismo...

Desconcierto, vergüenza, miedo, excitación, decepción, dolor... —recuerdo todas las emociones que me avasallaron en los últimos minutos —sé que soy idiota al pensarlo, pero tú, Mateo, ¿acaso intentas salvarme de ti mismo? ¿No sería acaso sabio obedecerte y alejarme?

Una figura en lo alto del faro clava mis pies en el suelo, Mateo se está acercando peligrosamente a la baranda del faro.

No sé qué piensa hacer y no creo que tenga tiempo para esperar y averiguarlo. Salgo corriendo de vuelta al faro, subo las escaleras casi sin tocarlas.

Cuando llego arriba se me aprieta el pecho tan fuerte que temo caerme pero no me detengo.

Me acerco temblando y levanto las manos para agarrar con fuerza la camiseta de Mateo

— Si saltas, me arrastras contigo —alcanzo a decir con cierto esfuerzo

Mateo se gira hacia mí, sus pies aún en la baranda, su mano izquierda aún aferrada al tubo que sostiene el techo.

Me mira con ojos desorbitados y se inclina hacia mí con el ceño fruncido intentando enfocar la mirada.

Al instante se desvanece sobre mí permitiéndome halarlo con fuerza hacia dentro.


 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.