Tú, Yo y los Besos

37- Azul

Sal de aquí, vete, huye, protégete —me repito; pero mi corazón late desbocado oponiéndose a las señales que mi cabeza intenta mandarle a mi cuerpo.

Siento como si el nudo en mi garganta me impidiera respirar; pero al mismo tiempo, la conciencia de que él lo disfrutó tanto o más que yo le mantiene el pulso a la sensación de que me ha rechazado.

Respiro profundo, me levanto y camino despacio hacia donde está, me detengo frente a la puerta: 

“Miedo” algo me dice que Mateo le tiene miedo a lo que somos, o quizá es que estoy lo suficientemente familiarizada con ese tipo de “miedo” como para que se me haga fácil reconocerlo —doy dos pasos atrás— pero… el residuo adictivo de sus besos sobre mi boca es lo suficientemente fuerte como para hacerme entender que, locura o suicidio, no quiero renunciar a ellos…

Abro y entro a la enfermería, apenas lo hago es a él lo primero que veo: está sentado en el piso, su torso recostado al lateral de una de las camas (la del fondo), con la cabeza entre las manos, de frente a la pared como un niño de castigo.

—Vamos, dilo, sé que soy un menso, puedes decirme que no te moleste nunca más, lo entiendo —su voz es apenas un susurro entrecortado, se ve desesperado y entiendo que haré lo que sea para que se sienta cómodo, para calmarlo

Me recuesto en la cama que queda a su espalda y lo abrazo por los hombros. Pongo mi mejilla contra la suya rezando para que mi tacto lo calme de algún modo.

Atrapa mis manos en sus manos y habla sin girar la cabeza.

— Perdón, lo siento… —me dice aún contrariado

¿Qué sientes, Mateo? ¿Darme falsas esperanzas? ¿Jugar con mi corazón? Oh Watson ¡¡Todos esas penas las he puesto sobre mí yo solita!!

​​​​​​— Había prometido que nunca me comportaría contigo de ese modo… soy un animal —termina y es evidente su auto desprecio.

Yo no lo siento —pienso —si me duele algo es que lo sientas tú…

Callo, me limito a observar su perfil mientras con todas mis fuerzas deseo diluir el brillo melancólico de sus ojos.

Querer lindo, querer bien… ¿Habrá un modo de hacerlo sin que duela ni siquiera un poco?

Mis neuronas se funden en algún lugar de mi cerebro y mis hormonas deciden amotinarse y tomar el control de mi cuerpo: Mis dedos parecen tener vida propia cuando empiezan a acariciar su rostro.

Tomo su barbilla entre mis dedos y lo giro hacia mí, se me rompe el alma en mil pedazos al ver el vacío en sus ojos.

Me acerco hacia él rozando en suaves caricias sus labios con los míos, raspando un poco con mis dientes, seduciendo… y ese simple contacto produce un millar de choques estáticos (1) por todo mi cuerpo, nuca antes había sentido esto.

Se deja hacer, solo cierra los ojos

Me atrevo un poco más y deslizo mi lengua recorriendo el borde del baúl de sus besos. Mateo se estremece y entre abre la boca —quizá por la sorpresa, no sé —yo solo aprovecho la oportunidad para invadir el interior de su boca con mi lengua.

Casi suspiro de alivio al sentir la calidez dentro de ella. No le permito apartarse, y veo los cielos abiertos cuando responde a mis besos marcando con su lengua un ritmo más intenso.

Nos separamos cuando necesitamos respirar; Mateo se para del suelo y se sienta en la cama, yo también me siento sin apartar un segundo mis ojos de su rostro.

Quiero que…  quiero esto… Mi cuerpo me lo grita, y el pequeño atisbo de luz que veo en los ojos de Mateo es más que suficiente para confirmarme que soy capaz de hacer cualquier cosa por él, aunque él no quiera...

Me mira con una mezcla de adoración, resignación, añoranza y miedo mientras sigue con sus ojos tristes la suave caricia de sus dedos recorriendo mi cuerpo: por mi rostro, por mi cuello, mi clavícula, mi brazo… Su toque me embriaga con la promesa del artista experto, capaz de volver “sublime” a cualquier vulgar instrumento con los ajustes y toques correctos...

Todo en mí protesta cuando se detiene para agarrar mi mano

— Azul, yo no sé cómo hacer para que dure de este modo, yo no puedo —dice con convicción mirándome a los ojos, resignado. Intento hablar pero me detiene —te hago daño, estos días han sido una muestra de ello: El faro, ahora Carlos… debería alejarme de ti, deberías tú también estar lejos… —termina con los ojos aguados

— ¡¡Pero yo no quiero!! —mi voz sale rasposa producto al nudo que aprieta mi garganta

No, no quiero, por una vez en la vida decido correr el riesgo aunque me rompa en el proceso.

Mateo suspira cansado y se deja caer de espaldas en la cama.

Luego de unos minutos en silencio me habla mirando el techo

—Lo de Carlos… lo voy a resolver, pero no del modo en que piensas

Se me activan las alarmas… ¿de qué está hablando?

—No voy a entregar a Carlos

—¡¡Qué!! ¿Entonces cómo…?

—No puedo hacerle eso, se lo debo —afirma perdido en sus recuerdos

—¿Y entonces? ¿Vas a ceder? —pregunto aunque estoy casi segura de que no me va a gustar su respuesta

Niega con la cabeza

—Debo intentar salvarlo de otro modo, él quiere algo que “técnicamente” yo tengo, se ha obsesionado con eso como si fuera el único modo de salirse del lodo aunque es justo lo contrario… Pues bien, voy a ponerlo fuera de su alcance, voy a entregar a la policía lo que tengo…

—Y no lo involucrarás a él… —más que una pregunta es una afirmación

—Solo yo, nadie más, solo yo con esto… ¿entiendes? ¡Necesito que estés totalmente fuera de esto!

—¿Cómo puede terminar…?

—No lo sé, Azul, ¡¡maldita sea!! ¡¡No lo sé!! Lo más seguro que preso… ¡¡No tengo la más mínima idea!! —explota sentándose otra vez, despeinando una y otra vez su cabello

Ay no, ¿Qué es esto? ¡Duele tanto que creo que me muero!

—¿Y por qué tú y no ese maldito Joker? ¿Acaso la cárcel no es el mejor modo de detenerlo? —grito con la frustración, el odio y el dolor marcando los volúmenes de mi tono

—¡¡Su padre está preso, Azul!! ¡¡No le deseo a nadie lo que le pasará a Carlos si cae preso!! —me grita sacudiéndome un poco para que lo atienda —¿Crees que el mío era malvado? El suyo es un sádico sin escrúpulos ni remordimientos, y si Carlos entra ahí por esto será una escoria a los ojos de su padre, sufrirá las consecuencias allí dentro. Carlos necesita una oportunidad para ver las cosas de otro modo sin la venda de la obsesión y la codicia sobre sus ojos; creo que puedo dársela, se lo debo…




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