Tú, Yo y los Besos

51- Mateo

El pequeño pinchazo de angustia, tan familiar en estas dos últimas semanas, vuelve a azotarme cuando me fijo en ella.

Estamos en mi cuarto, con una estampida de libros regados sobre la cama, preparándonos para un examen; o al menos yo intento hacerlo, no estoy muy seguro de que Azul ande por la tarea...

Toco su barbilla para llamar su atención y la misma risa falsa que no le llega a los ojos me abofetea como lo ha hecho todas las veces desde aquella tarde en la que se sumió en este estado meditabundo que me inquieta

Repaso mentalmente todo su comportamiento de las últimas semanas, sus conversaciones privadas con los profesores, sus largas pláticas al teléfono con sus padres, sus extraños asuntos por los que desaparece alegando un "tenía algo que hacer, no es nada" como respuesta; por último ésta mal disfrazada lejanía aunque la tenga cerca

La estás perdiendo si no es que ya lo has hecho... tu cobardía te está quitando lo único que agarraste con fuerza entre tus manos, o al menos lo único que creíste haber agarrado —pensamientos como esos se han vuelto muy comunes en mi cabeza.

Mas, ¿qué puedo hacer? ¿Qué hago?

Solo sé que no puedo aguantar esto por más tiempo.

Le quito el lápiz y el cuaderno de las manos y la atraigo con cuidado a mi costado.

Tiro un montón de libros al suelo para hacernos un espacio; ella cede como niña pequeña mientras la arrastro conmigo recostándome con ella acurrucada en mis brazos...

Su respiración calienta mi pecho haciendo hervir mi alma con añoranza de lo que se supone que aprieto pero no tengo.

Hablo despacio, como si me justificara, o tal vez en un intento de convencer a mi corazón que ha montado una campaña de protesta junto con mi alma para que me rinda, para que me atreva, para que corra riesgos...

— Hay cosas que ni te imaginas —empiezo a arrancarme del fondo una a una las palabras, la una superando en dolor a la otra en una tortura creciente de recuerdos funestos —hay cosas que he hecho que no me atrevo a confesar porque sería como volver a darle forma a lo que me he esforzado en olvidar y duele, alcanza al misma alma el dolor lacerante del recuerdo... Podría justificarme de mil formas diciendo que me vi obligado a hacerlo, sin embargo sé que solo fui yo escogiendo la opción más cobarde, como siempre... secretos compartidos que tarde o temprano me cobrarán la cuenta, llevándose consigo todo lo que tenga cerca...

Hago una pausa en espera de alguna señal de que me escucha, de que por algún milagro me entiende, sin embargo su silencio es la única respuesta

—Pero al mismo tiempo no encuentro modo de sobrevivir si no estás conmigo —susurro sintiéndome el más ruin de los canallas —no después de ti... eres la única capaz de salvarme de mí mismo. De todos yo soy nuestro pero enemigo, Azul; somos el mar y la tierra...

—En algo tienes razón —habla al fin— tú eres tu peor enemigo, el único que tienes probablemente...

Duele más el ácido de sus palabras que el cúmulo de todos mis recuerdos.

Entiendo en ese momento que no me perdonaré si la pierdo, si yo mismo la alejo.

Levanto su cabeza para poder observar su rostro desde más cerca

«La vida es una apuesta, un bendito juego de dados donde nadie puede asegurar que algo sea eterno. La muerte, los malentendidos, los cambios... cualquier cosa tarde o temprano lo rompe... ¡¡y no se puede ir por la vida sin apostar algo, lo que sea!! Aunque esté condenado al fracaso, porque si no lo haces tú ¡¡otro tomará lo que tienes y más!!»

Rumeo una y otra vez sus palabras, esas que se me están volviendo terriblemente ciertas.

Acerco mis labios a su boca y cierro los ojos para tratar de escuchar que es lo que ellos desean

"lo que quiero..." ¿qué es lo que quiero? ¿Qué estoy dispuesto a entregar en la apuesta? ¿Qué pretendo alcanzar si me arriesgo en ella?

Todo en mí se remueve inconforme ante el escaso contacto.

Lentamente me voy girando, empujándola suavemente hasta que su espalda choca contra las sábanas, me acomodo sobre ella para que se rocen apenas nuestros cuerpos

Mis brazos tiemblan sosteniendo mi peso pero necesito darle la oportunidad de que retroceda; necesito darme la oportunidad de entender qué estoy haciendo.

Sus ojos me miran con anhelo y tristeza pero no se aleja, no lo hace y descubro que de verdad yo tampoco puedo, nunca fui capaz de hacerlo.

Decido seguir probando, tentando, descubriendo mi alma mientras la descubro a ella.

Bebo un pequeño sorbo del néctar de sus labios para descender luego en una lacónica marcha trazando el punto de simetría de su cuerpo.

Me detengo al borde de su camiseta, atrapo con mis dientes la prenda y la aparto un poco dejando al descubierto la piel suave de su vientre.

Deposito allí pequeños besos, tan cortos y temerosos que probablemente apenas los sienta.

Algo se me rompe o se me escapa inundándome el pecho cuando la siento vibrar entre mis brazos; se me forma una idea de lo que quiero, del camino que deseo recorrer tantas veces como pueda a pesar de los riesgos y las condenas... de eso que lucharé con todas mis fuerzas para intentar volver de algún modo eterno aunque sepa que no puedo... de eso que vale el riesgo: "ella, toda ella".

Mis manos toman la delantera despojándola despacio de su ropa, admirando a consciencia cada trozo de piel descubierta, dejando en el camino a su vez las capas de mis antiguas fronteras.

Me desnudo también ante su atenta mirada, ella no se mueve, no habla; pero la admiración en sus ojos es más que suficiente para hacerme sentir que estoy haciendo lo correcto.

La recorro entera como si su cuerpo fuera el mapa de mi laberinto y en su centro se escondieran mis respuestas.

Adorando con mimo las torres erguidas que coronan sus pechos, el monte espeso del que fluye incitador el manantial de su deseo...

Me acomodo entre sus piernas y tiemblo a la entrada de su madriguera, como si al adentrarme en ella estuviera cayendo sin remedio en otro mundo en el que puedo perder la cabeza.




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