Tulipanes de amor

I. Tulipanes naranja, conocerte fue una suerte

Salí de mi consultorio mientras me estiraba todas las partes del cuerpo, estar todo el día sentada atendiendo pacientes a veces era agotador, me dirigía al patio trasero a respirar un poco de aire y porque había visto por la ventana que la luna se encontraba llena y brillante esa noche.

—Oye, doc, ¿no crees que merecemos que nos pagues la cena? —dijo, uno de los pasantes a los cuales asesoraba de vez en cuando, mientras levantaba las cejas de arriba a abajo y sonreía con inocencia.

—Oh, claro que te lo mereces, Russo, pero ¿sabes que?, no me apetece —sonreí maliciosamente, colocándome el abrigo para poder salir y sin más le guiñé el ojo dejándolo plantado en el pasillo.

La fría noche me recibió gustosa, el viento resoplaba en mi cara y hacía que mi largo cabello color café oscuro se moviera al compás de este, enviando pequeños escalofríos por todo el cuerpo, haciéndome relucir una pequeña sonrisa ladina, cuanto amaba este sentimiento.

Me planté al frente de una de las bancas del patio, casi todas estaban vacías, no era muy común que los pacientes salieran de noche e igual no era recomendado por los doctores debido al sereno de esta. La luna brillaba debajo de mí, haciéndome lucir pequeña e inofensiva, cerré los ojos sintiendo cada resoplido de la fría noche en mi cuerpo, inspiraba el delicioso aire para después expulsarlo, dejando salir el vaho por mi boca debido al frío que hacía.

—La luna está hermosa hoy, ¿eh? —escuché decir a alguien a mi lado, abrí los ojos lentamente, giré mi cabeza para encarar al dueño de la voz, mi mirada se encontró con un hombre de tez trigueña, era alto, su cabello largo se movía con el viento, este tenía un color castaño claro. Giró su rostro hacia donde yo me encontraba y nuestras miradas se vieron conectadas, sus ojos eran verdes, sonrió ladinamente.

Tenía los ojos verdes más lindos que jamás había visto.

Volví mi mirada hacia el cielo, posándola en la luna, mientras sonreía para mí misma, aún sintiendo su mirada sobre mi.

—Siempre lo ha estado —contesté, al fin.

Me giré una vez más para poder ver su reacción, estaba conteniendo una sonrisa y al verlo, una tonta sonrisa comenzó a formarse en mi rostro, después de unos segundo comenzó a reírse suavemente, sincero.

—Tiene razón, siempre lo ha estado —aseguró—. Lo curioso es que…hasta hoy noto lo hermosa que puede llegar a ser.

Sin saber por qué, mi cara se enrojeció por completo, haciendo que bajara la cabeza avergonzada.

—¿Seguimos hablando de la luna? —pregunté, torpemente.

—No lo sé —se encogió de hombros—. Al tener tantas maravillas frente a mí, llego a confundirme, pero por dentro se a lo que me refiero.

Fruncí el ceño divertida, pero a la vez confusa, terminando en una suave risa la cuál terminó siendo acompañada por la de él.

—¿Es de por aquí? —inquirió, levantando las cejas.

—No lo sé, ¿lo parezco?

—Pues su bata blanca de doctora me lo confirma.

—¿Usted?

—¿Lo parezco? —repitió mis palabras, ambos manteníamos una sonrisa en el rostro.

—Mmm, a ver —fingí pensarlo—. No veo bata blanca, ni ningún gafete, o una bata de paciente, así que me arriesgaré a decir que no y nunca lo había visto —finalicé.

—Bingo, muy observadora e inteligente —asintió levemente. Dios, hasta la forma en la que dijo “bingo” era encantadora—. ¿No le asusta el hecho de que nunca me haya visto? Capaz y soy un asesino en serie.

—¿Ah sí? No lo sé, me gusta arriesgarme… —me acerqué un poco a él—. …pero, en este caso quien debería tener miedo sería usted…soy muy buena con el bisturí —admití, con complicidad, la cuál él recibió gustoso, enarcando sus cejas y alzando sus dos manos en forma de rendición, lo cuál hizo que riera un poco mientras negaba con la cabeza.

¿Cuántas veces te has reído ya en estos minutos?

Nuestras miradas se mantuvieron conectadas, mandando chispas de electricidad hacia el otro, sentía como mi rostro se enrojecía poco a poco al ver que no despegaba su mirada de la mía y el cómo me sonreía de lado, como si me hubiera pillado haciendo algo de lo que cual no quería que nadie se enterara, era una rara sensación, pero a la vez algo interesante.

—Jayden Bell —me presenté, rompiendo el silencio—. Pero puede llamarme Jay o doctora Bell, como le parezca mejor, un gusto conocerlo señor…

—Holmes —respondió—. Nick Holmes.

—¿Ya resolvió algún caso, señor Holmes? —bromeé, arrepintiéndome después de mi mal chiste al ver su sonrisa burlona.

—Aunque no lo crea, ya lo hice y era el más importante al llegar aquí.

—¿Ah sí? —sonreí, divertida—. ¿Cuál?

—Conocerla, doctora Bell.

Me desperté con la cara cubierta con todo mi cabello encima, estiré mi mano perezosamente para apagar la alarma de mi teléfono la cuál me indicaba que ya debía levantarme e ir a trabajar, pero la cama estaba tan cómoda y la sábana tan calentita que era sumamente tentador quedarse aquí todo el día, pero todo indicio de pereza desapareció al recordar la noche anterior, abrí mis ojos de golpe y el corazón me comenzó a latir rápidamente.




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