Tulipanes de amor

II. Tulipanes negros, esto parece un infierno

—¿Hola? —hablé primero, después de llevarme el teléfono a la oreja.

—Pensé que no contestarías —admitió, suavemente, comenzaba a formarse un nudo en mi garganta—. ¿Te he molestado, estabas ocupada?

—Yo… —me aclaré la garganta, las estúpidas lágrimas comenzaban a caer, no podía respirar, en serio que no podía, necesitaba a Bec, tenía ganas de llorar, pero me contuve, no era el momento.

—Jay, ¿estás ahí?

—Yo…si.

—¿He llamado en un mal momento?

—No, no, estaba desayunando, no te preocupes, yo… —trataba de calmarme, mis manos picaban.

No, no, no ahora.

—Oh, si quieres te llamo después y…

—No, mamá, está bien, dime —inhala, exhala, inhala, exhala.

—Bueno…yo…Jay, cariño, se que estos últimos años no me he comunicado contigo y yo se que eso estuvo mal ya que después de todo soy tu madre y…

—Mamá —la llamé, quería que esto acabara—. ¿Quieres llegar al grano? —cuestioné, de lo cual me arrepentí pues había sonado algo grosero.

—Si, discúlpame —se detuvo—. Yo…¿quieres venir a cenar un día de estos? —soltó de repente.

—Lo pensaré.

—Sé que estás molesta, pero…

—Mamá, no estoy molesta contigo, solo…déjame pensarlo, ¿si? —aclaré—. Igual debo ver si tengo tiempo, ya sabes, debido al trabajo y eso.

—Bien.

—Yo te aviso si decido ir, ¿te parece?

—Por supuesto, Jay, bueno, hablamos luego.

—Adiós —finalicé la llamada.

No pasó ni un minuto después de colgar cuando caí al suelo con la respiración pesada, gruesas lágrimas caían por mis mejillas, sentí que todo daba vueltas, estaba hiperventilando, traté de llamar a Bec pero no podía, no podía formular una sola palabra, de repente sentí como alguien me cargaba, escuchaba una voz a lo lejos, mi mirada se volvió borrosa y después de eso, oscuridad.

—Jay, Jay, ¿puedes oírme? —se escuchaba una voz a lo lejos—. Jay, ¿estás conmigo? ¿Puedes verme? —la voz iba aclarándose, mis ojos se iban abriendo poco a poco, estaba recuperando la conciencia, cuando una repentina necesidad de agarrar suficiente aire me invadió, seguía sin poder respirar lo suficiente—. Hey, Jay, respira, ¿sí? ¿Recuerdas nuestros ejercicios? Inhala, exhala, inhala, exhala…eso es, vamos —comenzaba a respirar, pero no lo suficiente—. Vamos, sigue, inhala, exhala…¿recuerdas la vez que fuimos de campamento? —asentí levemente.

—Recuerda como el fresco aire chocaba contra tu rostro… —comenzó—. …y como este te erizaba la piel, recuerda el suave sonido del río correr, los pájaros cantar y el mecer de los árboles, recuerda cuán feliz estabas ese día, recuerda la hermosa luna que había esa noche, ¿lo recuerdas? —asentía a cada palabra que Bec decía y sin saber porque silenciosas lágrimas caían por mi rostro, las cuales mi amiga limpiaba con delicadeza.

Y sin más me envolvió en un fuerte abrazo dejando que llorase en su hombro, dejándome poder liberar esa emociones reprimidas, dejándome saber que ella estaba ahí para ayudarme y que no me dejaría, sus manos bajaban y subían por mi espalda y yo me aferraba aún más a ella.

—Shh, tranquila, sácalo todo, está bien llorar, está bien sentirse así —decía lentamente—. Todo está bien, Jay, acabas de experimentar un ataque de ansiedad y lo hemos superado exitosamente, así que no hay nada de qué preocuparse.

Me separé de Bec para verla a los ojos, esta no mostraba lastima ni ningún tipo de emoción en su rostro, se mantenía seria, Bec con semblante serio daba mucho miedo, pueda que tenga razón y eso de atender a conocidos o familiares no estaba bien, ya que su “diagnóstico” o criterio no serían objetivos, pero en estos casos admiraba mucho a Bec, aunque a veces mostrara una actitud comprensiva siempre se mantenía serena y sobre todo seria, era bastante profesional para tratar cosas personales.

—Ella llamó —avisé, aún sabiendo que ella ya sabía.

—¿Y cómo te sentiste?

—Tuve miedo, Bec.

—Pero contestaste la llamada —recalcó.

—Para superar algo debo enfrentarlo.

Ella me sonrió, me sonrió de una manera cálida, de la manera en la que solo Bec lo hacía, su sonrisa era de total orgullo.

—Lo hiciste bien, Jay, lo hiciste muy bien.

Después del incidente en la mañana volví al hospital, no podía dejar de trabajar, mis pacientes esperaban por mi y más los nuevos residentes de cirugía, era su maestra así que no podía fallarles. Me encontraba en una reunión, hablábamos sobre actividades próximas a realizar, equipos nuevos para una mejor atención y sobre los recién llegados al departamento.

Al final de la reunión me dirigí a mi consultorio, tenía unas cuantas citas más antes de terminar, hoy podría regresar temprano a casa ya que no tenía turno nocturno. Estaba revisando unos papeles para organizarlos cuando alguien tocó a la puerta, mire mi horario desconcertada ya que no tenía citas programadas a esa hora, la puerta se abrió dejándome ver a Lis, la señora de la limpieza, cargaba un pequeño ramo de tulipanes amarillos.




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