Al fin era sábado, lo que indicaba que hoy iría a la casa de mi madre y siendo sincera, estaba nerviosa, asustada, aterrada, horrorizada y cualquier sinónimo de miedo que exista, simplemente era un sentimiento horrible, quería vomitar, hacía años que no la miraba y no sabía como actuar o reaccionar frente a ella.
—No lo pienses tanto —me aconsejó mi amiga, al parecer notó mi nerviosismo.
—¿Y si pasa algo malo? —dije, nerviosa y ansiosa.
—Pues...pasará y ya —se encogió de hombros—. No te hagas falsos escenarios en tu mente, no es sano, solo deja que las cosas pasen y ya, si todo sale bien pues bien y si no, llámame, te sacaré de ese lugar —aseguró.
Solo asentí.
—¿Quieres que vaya contigo? —preguntó después de un momento a lo cuál negué, ella sonrió y fue ahí donde me di cuenta que Bec me usaba como ratoncillo de laboratorio, entrecerré los ojos.
—Realmente no pensabas acompañarme, ¿cierto?
—No —aseguró, sonriente. Le lancé un cojín a la cara, detestaba que tuviera razón, pues ella e incluso yo sabía que debía ir sola y enfrentar mis problemas era parte del proceso de poder superar algo.
Después de un rato Bec salió dejándome sola en casa. Becca estaba sacando su maestría, había estudiado psicología clínica y ahora se estaba especializando en el área forense, y no, no es para darle sesiones a muertos, la primera vez que lo mencionó y le dije eso casi termino muerta, sonreía para mí misma.
Me dispuse a limpiar la casa, preparar el almuerzo y hacer unos cuantos pendientes más, después de terminar me recosté un rato dejándome consumir por el sueño.
…
Suspiré.
Suspiré de nuevo.
Y de nuevo.
¿Seguirás suspirando o tocarás la puerta?
Sentía como el corazón me latía a mil por hora, llevaba frente a la casa de mi mamá casi media hora, reacia a tocar y entrar, tenía miedo, mucho miedo. Ya lo había pensado, era mejor irme y decirle que había surgido una emergencia en el hospital, dispuesta a irme iba a darme la vuelta cuando una voz me interrumpió.
—¿Buscaba a alguien? —musitó una voz masculina a mis espaldas, la piel se me erizó por completo, sorprendida me di la vuelta rápidamente encarando al chico, era de tez clara con el cabello castaño ligeramente largo, su semblante era serio, pero podía reconocer esa tierna mirada donde sea, este a verme levantó las cejas con sorpresa, abrió la boca lentamente y soltó las bolsas que llevaba en manos—. ¿Jay? —dijo, casi como un susurro, aún sorprendido por verme ahí.
—Hola, Eddy —saludé, algo tímida y sin poder decir nada más tenía al chico envolviéndome en un fuerte abrazo el cual acepté gustosa devolviéndoselo.
—Jay —me tomó la cara con sus manos, asegurándose de que realmente era yo—. Eres tú —sonrió—. Y estás aquí…en casa.
Tomé su rostro entre mis manos y le di un beso en la mejilla haciendo que riera un poco, este me volvió a abrazar, pero esta vez me levantó haciéndome dar vuelta.
—¡Eddy! —reí y después de un rato me bajó—. Has crecido mucho —arrugué la nariz, sintiendo un nudo en la garganta.
—Por supuesto —me empujó divertido—. Siempre fui más alto que tú —me sacó la lengua.
Infantil.
—Pero eso no quita que sigas siendo mi hermanito —dije, comenzando a hacerle cosquillas y dándole besos justo cuando éramos niños.
—Jay, basta, van a vernos —se quejó, avergonzado, rodé los ojos.
Se alejó de mí y fue a traer las bolsas que había tirado cuando me había visto, se acercó a la puerta y la abrió, se detuvo en esta.
—¿Qué? —pregunté, al ver que no entraba.
—¿No piensas entrar? —dijo, obvio.
—Yo…ya me iba.
—Pero no has saludado a mamá y también está Kate.
—¿Kate?
—Si, mamá dijo que hoy teníamos una cena especial, no sabía que se trataba de ti.
Especial. Mamá dijo que era especial.
Suspiré una vez más y con toda la seguridad sonreí y entré al fin. La casa seguía igual, las fotografías colgadas en la pared, los cuadros de mi madre, el piso, las paredes, pero por alguna razón todo se veía extraño y nuevo para mi.
Mientras seguía viendo la casa escuché un chillido el cual me alertó de inmediato y buscando al causante de esto mi mirada se encontró de repente con la de Kate, mi hermana mayor, ésta cubría su boca con ambas manos mientras me miraba atónita, así que de ahí había provenido el chillido.
—Katie —susurré, sin poder creerlo.
—¿Jayden Bell? —me miró de pies a cabeza, acercándose a mi—. ¿La gran doctora Jayden Bell está aquí? —dijo, esta vez sonriendo—. No puedo creerlo, ¿de verdad eres tú? —me sonrió de oreja a oreja, y me envolvió en un cálido abrazo, Kate nunca había sido expresiva y yo menos, así que su abrazo me tomó por sorpresa haciendo que reaccionara algo tarde pues cuando iba a devolvérselo ésta se alejó—. Te extrañé mucho —dijo, sincera, a lo cual sonreí de lado.
—Lo sé, ¿no? —me encogí de hombros—. Soy difícil de olvidar —aseguré a lo cuál bufó.
—Me alegra que hayas regresado.
Y esta vez fui yo quien se acercó y la abracé como jamás la había abrazado.