Tulipanes de amor

V. Tulipanes blancos, siento que avanzo, pero siempre me estanco

Después de mi encuentro con mi madre, nos mantuvimos en contacto. Al llegar a casa le conté todo lo ocurrido a Bec, ella se sintió satisfecha y orgullosa por lo que había pasado, sin embargo me dijo que era sumamente importante hablar las cosas con mamá, estas no podían quedar así.

Esa noche me encontraba en mi habitación alistándome para salir, mamá me había invitado a cenar en uno de sus lujosos hoteles. Becca me había comprado un hermoso vestido color verde oliva hace tiempo, así que hoy era el día de ponérmelo al fin. Lo combiné con varios accesorios plateados y con unos hermosos tacones del color del vestido. Mi cabello iba suelto, cayendo en unas hermosas ondas hechas a calor.

Llegué al hotel y al entrar mi corazón dio un vuelvo, el lugar estaba lleno de personas vestidas elegantemente, hasta llegué a sentirme fuera de lugar.

Busqué a mi madre con la mirada, hasta localizarla al fin, me acerqué a ella.

—Mamá —la saludé, sonriente. Esta iba vestida con un lindo vestido de color rojo que se pegaba a su cuerpo.

—Hola, cariño —me abrazó—. Que hermosa te ves.

Reí por lo bajo.

—Tú también —sonreí. Miré el lugar con algo de confusión—. ¿No crees que está muy lleno para ser día de semana? —reí un poco—. Aunque, bueno, no me sorprende mucho. Cosas de ricos, ¿no?

Mamá rió por mi comentario. Iba a responderme cuando alguien la interrumpió.

—Rose —le dio un beso en la mejilla—. Que hermosa velada, ¿eh? Y el vino…está espectacular —dijo, dando un sorbo a su copa. Miré a mi madre un tanto confundida.

—¿Quién era ella? —pregunté, luego de que la mujer se alejara.

—Una amiga.

—Ya.

Y de repente el ambiente se volvió incómodo y un tanto distante. Varias personas se acercaron a mi madre a saludarla y ella me presentaba a cada uno de ellos e intercambiamos nuestras tarjetas de presentación y fue entonces cuando me di cuenta de que se trataba todo esto.

—¿Para esto me trajiste? —pregunté, susurrando.

—Jay —me advirtió y eso solo aclaró mis sospechas.

—Entiendo —suspiré—. Iré a tomar algo de aire, con permiso —avisé, saliendo del lugar y me encaminé rápidamente hacia la terraza, de verdad necesitaba tomar algo de aire. Sentía mis ojos picar y un nudo en la garganta, me sentía tan tonta.

Me senté en unas de las bancas de la terraza y dejé que las lágrimas se asomaran en mi rostro, quitándolas al instante, no me permitiría llorar, por lo menos no aquí. La noche estaba fría, ya que cada vez que soltaba aire el vaho salía a relucir.

Me levanté al fin de la banca, dispuesta a marcharme al fin, cuando una figura me hizo detenerme.

—¿Le apetece una bebida? —agitó suavemente las copas que llevaba en sus manos, sonriendo de lado. Sonreí un poco.

—¿Qué hace aquí? —arrugué un poco la frente—. Ah, ya se, vino al evento de mi madre.

—¿Su madre lo organizó? —asentí—. No parece muy feliz.

—Sí, bueno, se suponía que era una cena madre e hija. Realmente creí que esta vez sería diferente, pero al final solo eran negocios.

El doctor Holmes me miró con unos ojos tan dulces que jamás había visto en mi vida y extendió la copa de vino hacia mi. Y sin decir nada ambos chocamos las copas para luego beberlas sin dejar de mirarnos.

—Si le consuela un poco. Yo tampoco quiero estar aquí, un amigo me ha invitado y por eso he venido.

—¿Qué tal si nos escapamos? —bromeé.

—Me parece increíble.

Dejó su copa a un lado y me quitó la mía para hacer lo mismo, me tomó de la mano y me jaló hacia la salida.

—¿Qué…?

—Estamos escapando —y sin más los dos comenzamos a correr mientras reíamos por lo que estábamos haciendo. Al salir del hotel sentí como el aire volvió a envolverme y un escalofrío recorrió mi cuerpo, me sentía viva.

—Eso estuvo increíble —reí—. Mi madre va a matarme cuando se de cuenta que me he ido, igual quien la manda a engañarme.

El doctor Holmes se me quedó viendo mientras yo seguía riendo, todavía un poco agitada por haber corrido.

—¿Qué? —pregunté, avergonzada.

—Debería sonreír más, se ve hermosa cuando lo hace —dejé de sonreír al instante, no sabía que decir—. Permiso —dijo, mientras se acercaba a mí y colocaba un mechón de pelo detrás de mi oreja. Mis mejillas estaban calientes, sentía que mi rostro iba a explotar de vergüenza, me aclaré ruidosamente la garganta.

—Gracias —solté, finalmente.

—¿Y ahora qué hacemos?

—La verdad muero de hambre.

—Muy bien, pues vamos a por una buena comida.

Asentí. Y nos encaminamos hacia su coche.

—¿Su amigo no se molestará por haberlo dejado solo? —cuestioné , recordando que nos habíamos ido y él no le había avisado a su acompañante.

—Tranquila, Caden no se molestará.

—¿Caden?




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