CAPÍTULO 1 – LA MUERTE Y SU GEMELO.
Volví al instituto una semana después. Una semana en la que estuve tirada en la cama mirando el techo recordando todos los detalles de Noah. No contesté llamados, ni notificaciones en las redes sociales (aunque nunca las usaba). Mi contacto con el exterior eran Víctor y Marlene que venían después del instituto a ver que estuviese bien o por lo menos, viva. Sabía que mi madre les había pedido que no me dejaran sola, que no me dejaran tragarme el dolor.
Mi amiga apareció por la puerta de mi cuarto y sin decir nada tiró de mis sábanas.
– Venga, que hay que ducharse – gruñí en respuesta pero solo eso. No me he duchado en días y Marlene lo sabía. Mis padres también. Creían que era algo natural del proceso del duelo. Me dieron su espacio como yo les di el suyo cuando los escuchaba llorar por la noche. Noah era mi mejor amiga y una hija para ellos.
Una vez frente al espejo, el color negro del atuendo de mi amiga contrastó con todo mi cuerpo blanco pálido y mi pijama blanco. Me sacó el pijama hasta dejarme sólo en ropa interior.
– ¿Lista? – su mirada me atrapó en el espejo – se que puedes hacerlo, Andy. –Sus ojos negros brillaban y me regaló un beso en el hombro. – Voy a estar del otro lado de la puerta.
Cuando escuche la puerta cerrándose obligué a mi cerebro a darle órdenes a mis piernas para dirigirme a la ducha. Una vez dentro, ingresé sin pensar en si estaba demasiado fría o demasiado caliente, simplemente dejé que el agua limpie.
¿Cuándo se iba a acabar esta tortura? ¿Hasta cuándo podía soportar sentirme así? ¿Alguien murió alguna vez de pena? Froté la esponja contra mi cuerpo hasta que la piel comenzó a arderme. En estos momentos prefería mil veces el dolor físico al dolor emocional, a los mil aguijones que se clavaban en mi piel ¿En qué momento las gotas de la lluvia artificial se transformaron en lágrimas?
El ruido de las puerta tocando me hace saber que ya llevaba mucho tiempo así.
– ¿Andy? ¿Estás bien? –La voz de Marlene se escuchaba en eco – voy a entrar si no respondes, Andy.
Cerré la llave de agua, tomé la toalla que Marlene me había dejado perfectamente doblada y me envolví en ella. Limpié el espejo del vapor y me vi en él: ojeras, pómulos marcados y los ojos hinchados, inyectados de rojo sangre producto del llanto acumulado de una semana completa.
La puerta se abrió despacio y la cabeza de Marlene apareció.
– ¿Te parece si nos cambiamos?
Los músculos me dolían luego de estar una semana sin moverme de la cama, pero mi amiga había preparado ropa lo suficientemente cómoda. Ella no dijo nada durante todo el tiempo que tardé en cambiarme y yo se lo agradecí. Mi cabeza no podía dejar de pensar: tenía que hacerlo o por lo menos intentarlo. Ya no me quedaba nada por perder.
Papá era un policía más de las calles de St. Ives, Inglaterra. Se destacaba por su comprensión, honestidad, humildad y era muy querido por todos los que lo conocían. Era excelente en su trabajo y como padre lo era aún más.
Desde que Noah murió, papá se había encargado sutilmente de no dejarme sola. Las infinitas horas extras que solía hacer se habían reducido notoriamente e intentaba estar en casa lo máximo posible. Se ocupó de cocinarme mis comidas favoritas como si así pudiese evitar lo que había llevado a Noah a la muerte. Mientras que mamá era un poco más rebuscada en su forma de ayudarme y acompañarme a hacer el duelo, papá era mucho más simple.
Los días después de la muerte de Noah habían estado llenos de baches en mi memoria. Las horas pasaban y yo no podía registrar nada de lo que sucedía alrededor. Caminaba bajo la mirada atenta de todos los estudiantes que se llenaban la boca de murmullos. ¡Oh, la mejor amiga de Noah!, ¿cómo estará?, yo no hubiese tenido fuerzas para volver. Pero Victor y Marlene, incómodos repentinamente por la atención recibida, me protegían de esas miradas llenas de indiscreción. Pero mis ojos se perdían en las flores de su casillero, aunque ninguna eran tulipanes, y su foto. Como ralentizaban su paso cuando caminaban por ahí y llenaban el espacio de murmullos que yo no podía escuchar.
Pero volviendo a ese momento e instante, lo recuerdo, quizá, como el principio de todo. Mucho después me di cuenta que estaba equivocada. Pero eso fue después. Mucho después. Mamá era enfermera y tenía que cubrir un turno nocturno en el hospital y papá, que en teoría iba a estar en casa, esa noche cubrió el turno de un compañero. Como era viernes, eso significaba que el trabajo se basaba en recorrer las calles repletas de adolescentes y fiestas clandestinas. Lo que era la rutina de siempre a mí me significó un punto de inflexión.
Marlene me había regalado un libro bastante extraño de ciencia ficción que trataba sobre extraterrestres que tenían cuerpo humano, o algo así. Pero evitaba que piense que los viernes estaba en la casa de Noah ayudándola a elegir un atuendo para alguna fiesta. Me deshice de esos pensamientos en el momento que mi celular sonó. Todos mis sentidos se pusieron alerta, la boca se me secó, y las palpitaciones comenzaron. El único sonido que se escuchaba en la habitación era el de mi corazón bombeando sangre. Mamá me había enseñado ejercicios de respiración que en ese momento me esforcé por recordar. Sólo me alivié cuando el celular dejó de sonar.