CAPÍTULO 2 – LA MUERTE Y SUS DOS TESTIGOS.
– ¿En serio? – asentí ante la pregunta de Víctor. Marlene dejó escapar un silbido.
Les había contado a mis amigos la noche de viernes que había tenido. La psicóloga me dijo que debía exteriorizar todo lo que acontecía en mi vida con respecto a Noah, que eso me iba a hacer bien. Así que eso mismo estaba haciendo. Le conté a Marlene y a Victor obviando ciertos detalles que me avergonzaban.
Por suerte, ese día no me crucé a Anker ni tampoco me encontré buscándolo. Bastó un solo acercamiento con él para darme cuenta que no era indiferente a la muerte de Noah. Pero aún así, algo dentro de mí no lograba soltar la idea de que Anker debía sufrir.
– Ayer dejaste de contestarme, Andy ¿Todo bien?
Marlene cuidaba cada una de sus palabras y yo lo sabía. Temiendo de repente romperme con una frase, con una palabra. Para su personalidad, eso era decir mucho. El cambio fue sutil, casi imperceptible pero no para mí. Marlene hablaba y luego pensaba. Muchas veces su lengua afilada la había metido en problemas completamente evitables e incluso ha dichos cosas que me han ofendido. Pero rápidamente pedía disculpas.
Marlene no era como Noah que no sabía decir la palabra perdón. Ella… No. Tenía que alejar esos pensamientos. Dejar de invocar su recuerdo en comparaciones absurdas. Debía dejar de comparar el ahora sin Noah, con el antes. Pero cómo explicarle a mi psicóloga que eso era cada día más difícil.
Me centré en la pregunta de Marlene. Los domingos eran los días más complicados de la semana, porque los recuerdos se agolpaban en mi cabeza torturándome. Ni las pastillas me hacían dormir, relegándome a un insomnio que parecía no tener fin.
– Me quedé dormida – mentí.
Marlene no me creyó pero me hizo creer que sí. Esta vez me la dejó pasar y yo suspiré aliviada. Noah siempre decía que yo era una pésima mentirosa y Marlene coincidía con ella.
– Este viernes podríamos salir.
El comentario de Víctor me tomó por sorpresa. Pero parece que a Marlene, no. Él se hace el despreocupado cuando lo veo y es Marlene la que insistió a continuación.
– ¡Vamos! Será divertido. – Dijo mientras aplaudía como una niña pequeña.
¿Qué les pasaba? Marlene, Víctor y yo solíamos juntarnos a ver películas y no mucho más. Marlene tenía amigos muy extraños fanáticos de los cómics y Víctor solía salir con los amigos de su hermano dos años mayor que iban a la universidad a unos cuántos kilómetros.
– Lo pensaré, ¿si? – dije antes de agarrar mis cosas para dirigirme al edificio del instituto e ir hasta mi casillero.
– Es mejor que un no. – Dijo Víctor antes de dar media vuelta.
Las últimas tres semanas tomé el camino más largo a mi casillero para evitar el de Noah, tan lleno de flores y fotos y ese día no fue la excepción.
Una vez que llegué al mío, cambié mis libros dejando lo de las materias que ya no necesitaba dentro y poniendo en la mochila los que sí necesitaba. Me quedé un segundo más viendo una foto de Noah y mía sonriendo a la cámara. Mi mente me transportó a ese momento exacto donde estábamos en la playa. Habíamos ido en unas vacaciones ambas familias y justo ese día habíamos discutido por algo sin sentido ¿Habíamos discutido porque ella se quejaba de que la bikini no le queda bien y yo le había dicho que era una exagerada? ¿Los problemas con el peso habían venido hace tanto tiempo y yo no me había dado cuenta? ¿O mi mente me estaba jugando una mala pasada?
Cerré con fuerza el casillero y apoyé mi frente contra el frío metal. Por favor, otra vez no. Me obligué a respirar. Inhalé y exhalé. Una y otra vez. Intenté relajar mis músculos que de repente estaban rígidos.
– ¿Estás bien?
Asustada, miré a mi costado. Era Tommy. Tommy, el chico que había salido con Noah, el chico que había roto con Noah. Lo observé fijamente y me detuve en sus ojos, más en particular en las ojeras que los adornan ¿Él tampoco podía dormir de noche? ¿Qué es ese moretón que está en su pómulo izquierdo?
– ¿Andy? ¿Estás bien?
Asentí como pude.
– ¿Qué te sucedió?
Señalé su pómulo. Por cómo me miró parecía que se había olvidado de su existencia porque hizo una mueca cuando se lo recordé.
– ¿La forma que Anker tiene de saludar? Ya no importa. No duele.
La sola pronunciación de su nombre me dio escalofríos. Pero una parte de mí quería saber más. Me urgía saber más. Como si de repente lo que pasara con Anker comenzara a importarme.
– ¿Cuándo fue?
Se extrañó por la urgencia de mi pregunta pero no preguntó nada, simplemente respondió.
– El viernes.
De repente todas las piezas, como si de un rompecabezas se tratara, comenzaron a encajar entre ellas y todo pareció cobrar sentido. El viernes había peleado con Tommy y luego se había emborrachado y drogado por ahí.