Tulipanes para Noah Libro #1

CAPÍTULO 4 - EL PEÓN, EL CABALLO, EL REY Y LA REINA.

CAPÍTULO 4 – EL PEÓN, EL CABALLO, EL REY Y LA REINA.

 

            La cena fue en completo silencio. Todos sabíamos qué hacíamos ahí y lo aceptábamos derrotados. De hecho, era tanto el silencio que, de no ser por su respiración, hubiese dudado que Anker estuviese vivo.

            Ayudé a Clarisa a levantar los platos. Todo en completo y total silencio.

            –  Gracias – la escuché decir casi en un susurro. Quería verla pero su pelo rubio haciendo de cortina me lo impedía. Ella refregaba los platos con total frenesí como si su vida dependiese de eso y yo sentí una mezcla de pena e impotencia. Pena porque jamás iba a poder entenderla e impotencia porque jamás iba a poder reconfortarla. No se habían inventado las palabras para esos momentos. Aún no existían los abrazos que curasen ese tipo de dolor. Y yo me sentía tan impotente.

            Pero cuando me fui a mi cuarto, de algo sí estaba segura: haría cualquier cosa por aliviar el dolor de esa mujer aunque eso significase entender y aceptar que no había culpables en esta historia y que el villano que había inventado en mi cabeza se merecía, quizá, una segunda oportunidad. El famoso camino a la redención.

 

            La cama era demasiado grande. No había posición que me ayudara a conciliar el sueño. Porque todo a mi alrededor estaba exactamente igual: el muelle, la casa, el bote, la ruta, la arena y el mar. Y sin embargo me sentía una total extraña. Una forastera. Como si no tuviese que hacer nada, absolutamente nada, ahí.

            Decidí levantarme, intentar encontrar el sueño en otro lado, por lo que tomé un abrigo y me dirigí hacia el jardín que daba al muelle. Recordaba que con Noah podíamos estar horas en ese porche, hablando o en silencio, daba igual. Me sentí en el mismo lugar de siempre con la vista al frente. Coloqué ambas manos debajo de mis muslos intentando darme calor. La noche era fría pero no me importaba, pensar en el frío era mucho mejor que pensar en su ausencia.

            No había pasado mucho tiempo hasta que escuché la puerta abrirse y cerrarse en un ruido sordo. Por instinto miré, quizá con demasiada ansiedad, porque por un segundo, incluso menos, pensé que por esa puerta podía aparecer Noah. Quizá con algún chocolate o dos tazas de café recién hecho y de sabor horrible. Pero no. No era  Noah. No podía ser ella. Porque estaba muerta. Y ese golpe de ansiedad se transformó en dolor.

            Era  Anker.

            Me coloqué la capucha y acomodé los mechones de mi pelo tras la oreja mientras Anker se sentaba al lado mío sin preguntar. En otro momento me hubiese mordido el labio y estallado la mente pensando alguna forma de que se fuese. Como cuando éramos chicos y con Noah jugábamos y él venía a interrumpirnos. Pero ese sentimiento había desaparecido, se había disipado por completo. Su presencia me era totalmente indiferente.

            Lo vi de reojo buscar algo en sus bolsillos hasta que sacó un paquete de cigarrillos y un mechero. Por instinto, supongo, me ofreció uno. Pero al instante se arrepintió aunque yo fui más rápida: le arrebaté uno.

            –  No sabía que fumabas  –  me dijo mientras encendía el fuego y su luz iluminaba parte de su rostro, el que apenas podía ver porque él también tenía puesta la capucha.

            Me extendió el encendedor para que yo pueda prender el mío. Le di una calada al cigarro mientras disfrutaba de la sensación de adormecimiento que siempre me provocaba la nicotina. Me sentía con calma, como si todo estuviese perfectamente igual. Salvo por un detalle, un pequeño detalle.

            –  Yo tampoco sabía que fumabas.

            –  No tenías por qué saberlo.

            –  Puedo decir lo mismo – dije tras unos segundos. Quiera admitirlo o no, habíamos compartido muchos momentos juntos y eso me hacía preguntar, ¿conocía realmente a Anker?

            –  Este era su lugar favorito.

            Lo soltó de repente, de forma atropellada al pasar, como si no hubiese tenido intención de decirlo. Pero lo dijo. Me sentí extraña, ajena a la conversación que sin intención él había iniciado. Pero era cierto: ese lugar, era su favorito.

            –  Lo sé. – Admití.

            Ambos consumimos nuestros cigarrillos en silencio. Como si fuese una partida de ajedrez, cada uno parecía esperar el movimiento de su oponente. Pero los peones seguían ahí, inmóviles. La reina y el rey, protegidos. Entonces, fue su caballo el que avanzó. Y lo haizo riéndose. Anker comenzó a reírse y yo no entendía por qué pero lo dejé. Era una risa un tanto rota pero no tenía con qué compararla, nunca lo había escuchado reírse realmente.

            –  ¿Sabes? Siempre pensé que estabas enamorada de ella.

            ¿Qué? ¿Él acababa de decir lo que había dicho? ¿Yo enamorada de Noah?

            –  ¿Enloqueciste, Anker? – pregunté confundida.

            –  A mi favor, déjame decirte que eso parecía. Era extraño ver la simbiosis que había entre ustedes.

            –  Somos mejores amigas – me defendí de un ataque que solo existía en mi cabeza – era… éramos mejores amigas.



#26369 en Novela romántica

En el texto hay: amorodio, muerte, primer amor

Editado: 25.05.2021

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