Tulipanes para Noah Libro #1

CAPÍTULO 7 - LOS MUERTOS PERTENECEN AL CEMENTERIO

CAPÍTULO 7 – LOS MUERTOS PERTENECEN AL CEMENTERIO.

           

Me desperté el sábado con un fuerte dolor de espalda y cabeza. Me había quedado sentada velando el sueño de Anker hasta muy entrada la madrugada en una silla muy incómoda. Me desperté justo antes del amanecer y asegurándome de no hacer ruido me retiré de su cuarto.

            El sábado por la noche me fui a pintar al cuarto que daba a la casa de Noah, donde de niñas nos divertíamos hablando de balcón a balcón. Pintar se me daba bastante bien pero mis obras no salían de esas cuatro paredes. Mosaicos, cuadros, fotos. Todas las paredes estaban llenas de arte y era por lejos, mi lugar favorito de la casa.

            Era la primera vez que iba luego de la muerte de Noah. No sabía bien por qué, pero parecía que todo lo bueno de mi vida se relacionaba con ella y luego de su muerte nada, absolutamente nada, tuviese  ya la capacidad  para hacerme feliz.

            Me até el pelo en una coleta alta y me puse una remera ancha, enorme, que fue de padre en algún momento, llena de restos de pintura y me paré frente al lienzo en blanco. Decidí improvisar y así estuve durante horas. Mi mente se abstrajo y por un segundo no estaba ahí. Mejor dicho, estaba ahí pero bajo la atenta mirada de Noah. Sus rizos caídos en cascada, su mirada brillosa, expectante.

            Me había obsesionado con el proceso de duelo, había leído, insistido en saber todo. Tiempo de duración, el proceso, la transición, las etapas ¿En cuál estaría yo? Pero nada coincidía conmigo. Era como si me hubieran arrancado un pedazo de corazón y pretendían que aún siguiera latiendo como siempre.

            Observé lo que había pintado con acuarelas y el resultado me llenó de nostalgia. El campo lleno de tulipanes parecía reírse de mí. Tiré las paletas completamente frustrada y caminé por la pieza en círculos. Decidí tomar un poco de aire frente a la ventana consciente que del otro lado no iba a haber nadie. Ya no.

            Así estuve un rato largo. Pensando y asumiendo en silencio que nada, nunca más, iba a ser igual. Pero comencé a ver movimiento del otro lado y mis latidos se volvieron frenéticos, mi corazón estaba por salirse del pecho y amenazaba con darme un vuelco cuando el roller de la cortina comenzó a subir. Una parte, la racional, me decía que no iba a ser ella. Que no podía ser ella. Y otra, la predominante, la anhelaba con todas las fuerzas del universo.

            Anker apareció en mi campo visual y aún así no fue suficiente para ralentizar los latidos de mi corazón. De hecho, fue peor. Porque lo que fue, durante un tiempo demasiado efímero, esperanza, se transformó rápidamente en nostalgia y dolor. Anker era el recordatorio viviente de una persona que nunca jamás iba a volver a ver en mi vida.

            En el momento que nuestras miradas chocaron, me di cuenta que ambos estábamos pensando lo mismo: en ella. Nos mecemos en un recuerdo, que quizá no era el mismo, pero nos ayudaba a pasar el momento. Nos hamacábamos en la imagen de Noah.

Él estaba ahí por ella, para recordarla, evocarla sin estar rodeado de miradas curiosas, cargadas de pena. Yo estaba ahí por lo mismo. Y aunque intentaba ser un ser lógico, que entendía que ella no iba a volver, muchas veces me derrumbaba en el intento.

            Anker estaba ahí, a tan solo un par de metros, aunque yo sentía que nos separaba un océano de emociones que nos herían el cuerpo, el alma, la piel. Podíamos parecer iguales en algún punto: él perdió a su gemela y yo perdí a mi mitad. Pero nos diferenciábamos en algo tan profundo que era imposible negarse a verlo: yo no pude salvarla. Él no quiso hacerlo. Y luego, un diluvio de tormento y dolor me invadió. La ira viajaba como olas indomables por mi cuerpo generando descargas eléctricas en todas mis terminaciones nerviosas. Los ojos  se me inundaron de lágrimas pero él seguía ahí, llenando sus pulmones de oxígeno. Se veía calmo y tranquilo mientras yo estaba al punto de la ebullición. Recordé que odiarlo era más fácil que perdonarlo.

            Lo odiaba. No importaba qué pasara. No importaba, en absoluto, los últimos acontecimientos. Lo culpaba por no haber hecho lo que todos se espera que un hermano haga. Él tuvo la posibilidad de salvarla y, por el contrario, con comentarios hirientes y mordaces, la había aproximado al abismo del que ya no pudo salir y sólo quedó ver su caída libre.

            Junté fuerzas y me levanté dejándolo solo. Jurándome que una parte de mí lo odiaría hasta el fin.

 

           

Mi celular comenzó a sonar mientras me lavaba los dientes antes de irme a dormir: un número desconocido. Estuve a punto de arrojar el celular al piso. Escupí la pasta dental y enjuagué mi boca. Tomé el celular y me acosté debatiendo entre abrir el mensaje o no. Decidí hacerlo y me sorprendí al no ver que era de ningún amigo de Anker para que fuese a salvarlo. Respiré aliviada y lo abrí.

           

Espero que se haya resuelto bien el imprevisto que tuviste el viernes. Y también espero que nos volvamos a ver. Adrian.

 

            Oh. Por. Dios. Nunca me había pasado esto. Adrian era un chico más  grande, completamente experimentado. Estudiaba y trabajaba y adoraba a su hermano. Y me estaba escribiendo a mí. Pero toda esa felicidad se vio opacada cuando me encontré buscando el número de Noah para llamarla y contarle.



#22758 en Novela romántica

En el texto hay: amorodio, muerte, primer amor

Editado: 25.05.2021

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