CAPÍTULO 10 – UN REY SIN CORONA ES MENOS QUE NADIE.
¿En qué situación estábamos con Anker? El fin de semana pasó sin rastros de él aunque Mad sí me llamó el domingo a la noche preguntándome cómo estaba.
– Bien, qué se yo, normal ¿Y tú?
– Bien. Escucha Andy… quizá esto es difícil para ti. No te sientas en obligación de hacerlo. Realmente lo siento.
– Mad, tranquilo. Te entiendo, créeme que lo hago. Sólo… no importa. Sé que lo resolveremos.
El lunes, en el instituto, sólo se hablaba de una cosa: el rumor de que Anker iba a ser echado por el entrenador del equipo de básquet si no mejoraba las notas. Y el rumor se confirmó cuando vi a Anker golpear su casillero hasta abollarlo y a Mad intentando calmarlo. Le tuvieron demasiada paciencia, un poco por la pena que les generaba que él haya perdido a su hermana, pero ya no podían hacer nada. No importaba en absoluto su historial académico impresionante e intachable; ese año estábamos todos en el punto de vista de las Universidades y necesitábamos mantener las notas si queríamos aplicar a alguna beca. A eso, sumado a sus ataques de ira conocidos por todo, concluyeron en que iban a suspender a Anker hasta que sus notas vuelvan a ser las mismas.
– No es tu problema, Andy. – Dijo Victor y Marlene asintió. Ambos al tanto de lo sucedido, coincidían en que Anker no era mi problema. Que tenía que hacer mi duelo y Anker el suyo. Ambos separados. Que a duras penas podía conmigo, ¿cómo iba a poder con él?
– No pretendo que entiendan, sólo… déjenlo así. Estoy bien, puedo con esto.
Ambos me miraron preocupados y poco convencidos. A lo lejos veo a Mad llevarse a Anker fuera. Ese día, ya en casa, iba a hacer mi primer movimiento. Anker sin el básquet, perdía su corona. Y ya perdió a Noah, no iba a dejar que perdiese algo más.
Tomé mis cosas y crucé hasta su casa. Por suerte, coincidíamos en algunas materias y en todas había bajado mucho el nivel por lo que ayudarlo no iba a ser un problema. Aunque algo mi interior me incitaba a pensar: estaba ayudando a Anker, el soberbio, arrogante e incapaz de aceptar ayuda, mi ayuda, Anker. Por eso, hice algunos ejercicios de respiración antes de tocar su puerta. Si bien tenía llaves, quizá la idea lo incomodaba a Anker por lo que ni siquiera pensé en agarrarlas.
– ¿Andrea? ¿Qué haces aquí? – rodé los ojos. Lo dijo con ese tono del que ya estaba acostumbrada. Pero, ¿no habíamos pasado por mucho ya? Entendía que unos meses atrás, nada teníamos que ver el uno con el otro. Pero pasó mucha agua debajo del puente como para que me siga hablando con tanta frialdad. Su aspecto no era mejor que otras veces. Se lo veía cansado, como si le costase dormir. Me anoté mentalmente en algún momento sugerirle a sus padres que una sesión con un psiquiatra que le recete alguna píldora mágica le vendría bastante bien.
Alcé los libros. – Vengo a ayudarte a recuperar tu corona de rey, y… – remarqué – tu lugar en el equipo ¿Dónde estudiamos?
No esperé invitación. Volteé a verlo para insistirle con la mirada que me diga dónde nos instalaríamos. Vi cómo se debatía entre echarme o aceptar mi ayuda. Sabía todo lo que significaba la segunda opción para él: verse vulnerable, hasta humillado. Pensé que iba a tener que insistir, hasta obligarlo o amenazarlo con contarle a sus padres, quizá usar la carta de generarle culpa y cargo de consciencia. Pero contra todo pronóstico, cerró la puerta aceptando tácitamente mi ayuda.
Y ahí empezó todo. Me mostró sus últimos apuntes, que eran un desastre, y yo hice una mueca. Por suerte, antes de ir, fotocopeé todos los míos.
– No es problema. Aquí hay fotocopias de los últimos dos meses de apuntes y copia de mis exámenes también.
Anker me vio como si me hubiese salido una tercera cabeza.
– ¿Qué?
– Siempre supe que eras nerd, pero no tanto ¿Fotocopeaste los apuntes? Y, ¿qué es esto? – tomó los apuntes que tenían separadores, palabras resaltadas, y muchas cosas coloridas.
– Pensé que te iba a ayudar no ver todo en blanco y negro. – Pareció que lo dije en un tono avergonzado porque rápidamente lo vi negar.
– Gracias, yo también solía usar resaltadores.
Intenté no sonreír cuando me agradeció aunque haya sido la primera vez que lo vi dirigirse a mí de esa forma. Y estaba sobrio. No habíamos empezado aún, pero yo ya anoté en mi cabeza esa tarde como ganadora.
Y así pasaron los días. Todas las tardes iba a su casa a estudiar un rato. A veces, intercambiábamos opiniones sobre algún tema, otras, quizá las mismas que él se notaba más cansado, sólo estudiábamos. Esos días le costaba más concentrarse pero con suma paciencia repetía lo mismo una y otra vez. También, eran los días que más agotada terminaba.
Matt y Clarisa, la primera vez que nos vieron, se sorprendieron aunque intentaron que ninguno de los dos lo notáramos. Luego de un par de días, se acostumbraron a vernos estudiar. Ellos sabían que nosotros no teníamos ningún tipo de relación. Aunque siempre vieron a su hijo como un chico perfecto, sabían que por algún motivo, no nos llevábamos bien. Por eso les debe haber sorprendido que yo, a pesar de todo, lo estuviera ayudando.