Tumbuktú

Tumbuktú

Cuando era pequeña visitaba aquel lugar de flores y de animales únicos, casi todos los días de mi infancia. Mi madre me mandaba junto con mi hermana a esa exótica región en el verano y a veces en algunos fines de semana.

Al arribar todo parecía mágico. Siempre – o casi siempre – que íbamos, mi hermana y yo explorábamos diferentes zonas de la región. La gente nos invitaba a conocer lugares distintos porque cada vez había algo diferente qué hacer. A veces debíamos ayudar a alguien a hacer de comer. No era cualquier comida, era una comida especial para el gobernante de la zona o para un grupo de ricos del lugar. En otras, debíamos adentrarnos al bosque junto con los grandes expertos para investigar el origen de los problemas de desabasto de agua, por ejemplo, o ayudar a buscar las razones de animales mascota perdidos o muertos. Incluso, en algún momento, mientras esperábamos a un colega, descubrimos mi hermana y yo un animal que se creía más una invención de los lugareños que de algo real. Sin embargo, no era un cuento ni leyenda como lo creíamos.

En esa ocasión, cuando lo encontramos, mi hermana y yo no podíamos creer lo que veíamos. Era como un fénix. Su plumas amarillas-rojizas – o en palabras mías amarizas – lo hacían parecer como Moltress, el Pokémon legendario de la primera temporada de la serie Pokémon. Sin embargo, de él no emanaba fuego, sino que se sentía una nostalgia a su alrededor… Tal vez porque cuando lo hallamos, mi hermana y yo andábamos jugando en un riachuelo, que se encontraba a unos cuantos metros de la zona oscura del bosque, a la cual, por cierto, no se le permitía el acceso a cualquiera si no conocía las medidas preventivas ante los peligros que pudieran suscitarse y si no se iba con los expertos.  

Después de unos minutos de contemplarlo, le intentamos tomar una foto. No lo conseguimos. El animal parecía entender nuestras intenciones porque cuando mi hermana sacó la cámara éste voló y se adentró a la zona oscura. Minutos después de perderlo, llegó Juan, amigo, explorador y experto de esa zona. Él nos estaba buscando para ir a ayudar a organizar el desastre de libros y notas que habían dejado en las oficinas de un alto mando. Así que, el deseo de seguirlo con Juan se esfumó cuando él nos encomendó nuestra misión. Al término de esa ésta, seguimos esperando ansiosas en volverlo a encontrar cuando regresáramos al bosque, pero no sucedió hasta tal vez la centésima ocasión en la que volvimos a ese lugar mágico.

En esa ocasión, mi hermana y yo estábamos recolectando unas bayas para un pastel de moras que iba a hacer una señora de nombre chistoso. Creo que se llamaba algo como Eufrosina. Eufrosina nos mandó a las faldas de un cerro que había rumbo al bosque. Nos pidió recolectar cuatro canastos grandes de bayas. Ahí estábamos mi hermana y yo juntando bayas todas felices por no encontrar ninguna aguada ni podrida cuando de repente apareció esa ave y se posó en la rama de un árbol que estaba a unos cuantos pocos metros de nosotras. No pudimos tomarle una foto, pero Juan llegó para un no sé qué y quiso tomarle una foto; no lo consiguió tampoco, mas obtuvo una pluma que, según él, nos dejó a mi hermana y a mí. Nos dijo muy serio y preocupado:

- Cuando deja una pluma esa ave es porque a quienes ha observado no volverán nunca más a la región.

Mi hermana y yo reímos porque cómo no volveríamos a Tumbuktú si nuestra madre casi siempre nos llevaba para allá. Nunca dejaría de mandarnos a ese bello lugar o… ¿sí?

No obstante, el tiempo pasó y efectivamente no regresamos jamás allá. Se cumplió lo que el ave nos había dicho con su pluma…

Ahora a mis 26 años entiendo que Tumbuktú fue el mejor destino al que podíamos viajar mi hermana y yo cuando estábamos en casa aburridas. Fue el lugar al que todos los pequeños vamos y creemos regresar todos los días de nuestra vida, pero habrá un día en el que dejemos de imaginar lugares fantásticos y nos contaminemos con la más triste y gris realidad que ya no pensamos siquiera en ver cómo es Tumbuktú ni siquiera hacemos el esfuerzo de querer averiguar qué hay de nuevo en esa mágica región.

Ahora que estoy encerrada en casa tal vez vaya a Tumbuktú y – no sé – tal vez descubra nuevas cosas. Incluso hasta me den nuevas misiones…



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En el texto hay: reflexion, infancia, memorias y aventuras

Editado: 16.04.2020

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