Tumulto: Oscuridad y Luz ©

Noche "3"

En medio de la tan apacible calma, una voz interrumpió abruptamente mi sueño, lo cual hizo que abriera inmediatamente los ojos.

—¡Chicos, es hora de levantarse! —decía aquella voz juvenil que provenía del otro lado de la puerta.

—¿Qué? —musité confundido y adormilado. Pero a pesar de mi estado, los gritos fuera de la habitación no cesaban, es por eso que terminé por abrir lentamente los ojos, al poco tiempo, me di cuenta de que sentía algo cálido contra mi pecho, pero además, un evidente peso sobre mí cuando intenté reincorporarme. Al observar bien, noté que estaba Ángela bien acomodada, lo cual me recordó que a noche dormimos juntos. Un inexplicable sentimiento me sobrevino después, pues la tenía tan cerca, que me invadió el pánico, es por eso que me la quité sin ser para nada cuidadoso, es decir, voló sobre la cama y aterrizó en ésta, pero ella aun así no despertó.

—¡Oigan, ya está el desayuno! —volvió a gritar aquella pesada chica.

—¡Deja de gritar de una vez! ¡Estamos despiertos! —le dije ya irritado, pues también intentaba calmarme del reciente sobresalto.

—Lo siento —se disculpó con algo de angustia—. Los estaré esperando a bajo —notificó ella, y se escuchó como sus pasos se alejaban de nosotros.

—Es terriblemente molesta —mencioné entre dientes, y luego dediqué una mirada a Ángela, quien seguía durmiendo apaciblemente a pesar de todo lo acontecido; sin dudas tenía el sueño muy denso—. Despierta muchacha, ya es de día —posé mi mano sobre su hombro, y la agité para levantarla, y afortunadamente, despertó al instante.

—Oh, buenos días —la vi sentarse y bostezar.

—La tonta de tu amiga vino a llamarnos. Dijo que ya está el desayuno —le hice saber, y luego me levanté de mi lugar para dirigirme a la puerta.

—¿A dónde vas? —me preguntó. Yo que estaba sosteniendo la perilla para ese momento, giré mi cabeza y le dije lo siguiente.

—¿Acaso esperaras a que me quedé a ver cómo te cambias? —le sonreí de lado, y al mismo tiempo, elevé mis cejas de forma sugerente—. Por mí no habría problema —le aseguré.

—¡No! —gritó alarmada, y me lanzó una almohada que apenas llegué a esquivar.

—Bien, entonces me voy —después de eso, me retiré.

En el comedor encontré a Alicia, quien ahora me indicaba donde debería sentarme, y al rato, vimos llegar a Ángela, quien se sentó delante de mí.

—¡Buenos días! —anunció llena de energía, y como si hubiera descansado toda la bendita noche.

—Hola —mencioné con resequedad. Y una vez reunidos los tres, Alicia se tomó la molestia de sentarse con nosotros a desayunar.

—¿Y qué tal descansaron? —nos preguntó.

—Bien —mencioné con simpleza, y empecé a desayunar.

—Sí… todo se desarrolló tranquilamente —afirmó Ángela.

Ambas me miraban, quizás por la forma en la que desayunaba, pues estaba fingiendo que comía, después de todo, no me agradaba la comida humana. Pero ellas me miraron tanto tiempo que tuve que hablar.

—¿Qué quieren? —pregunté evidentemente cansado.

—Estás comiendo muy lento, ¿te duele el estómago? —preguntó la castaña. Y yo por mi parte me negué.

—Déjame en paz —le exigí, y luego me levanté.

—¿Eh?, ¿a dónde vas? —dijo preocupada Alicia.

—A tomar aire, por ahora ya termine de comer —les mencione, pero cuando estuve a punto de irme, Ángela se levantó con la misma intensión.

—Te acompaño, ¡yo también he terminado!

—¡No me sigas! —le reproché algo molesto, pero Alicia nos interrumpió.

—¡Esperen, chicos, tengo algo que decirles! —la muchacha de cabello anaranjado, nos detuvo cuando apenas estaba por insultarla—. Quería comentarles que mi hermano Marshall vendrá hoy, y me gustaría saber si podrían quedarse un día más para que lo puedan conocer.

—¿Ah?, ¿de qué hablas?, no tengo tiempo para ese tipo de cosas —me quejé.

—¡Claro, nos quedaremos más tiempo!, ¿no es cierto…? —dejó un espacio donde quizás ella pondría mi nombre.

—No decidas por los demás —le contesté con una voz ronca—. Y si se te dificulta dirigirte a mí, entonces podrías simplemente llamarme “Ese”.

—¡Oh!, está bien —asintió ella.

—Es bueno saber que ambos se quedarán.

—Yo no he afirmado eso —le respondí. Al parecer, ambas eran igual de cabezas huecas.

—¿A qué se dedica tu hermano? —preguntó Ángela, quien me tomó de la ropa para obligarme a sentarme.




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