Hace ya tiempo que esto me aconteció en un pueblo de nombre peculiar, el cual perdurará en la memoria de sus curiosos habitantes. Estos han vivido, como yo, danzando entre las sombras. El miedo y rencor nos ha orillado a guardar nuestras voces en pequeños pétalos que a veces el destino, mediante los brazos de Ehécatl, los hace llegar a ciertas personas que, al inicio, nos parecen enemigos violentos. Chronos sentenciará la veritá al final de desenmascararlos.
Yo tenía tal vez quince años cuando empecé a jugar entre las sombras. Cierto, les tenía miedo porque años atrás ya había conocido lo grave que podía ser introducirse en ese mundo, pero… – no sé, tú – algo en esa temible oscuridad me llamaba aun cuando ya conocía las terribles consecuencias. Pues bien, poco a poco ingresé en ese lugar. La curiosidad siempre antes que cualquier otra sensación; la adrenalina latente cada día.
En una noche, ya con las esperanzas casi perdidas, se me aceptó como integrante de aquella misteriosa nación; mi vida se volvió dual: en el día vivía como una simple chica humana y al caer el sol, una guerrera mágica de las sombras. Además, desde ese momento ya no podía hablar de ellos en tercera persona, sino en primera. Pero, eso hizo que mi voz callara los conocimientos e historias que se han divulgado entre sus miembros; nosotros las entendíamos, conocíamos, pero soplarlas a cualquiera merecía la expulsión total o eso, al menos, tenía entendido. Así que, por mucho tiempo no dije palabra alguna a mis conocidos, pues, a parte del temible castigo, no me creerían si les contara todo aquello que había aprendido en ese lugar.
Sin embargo, en una ocasión en la que vagaba, como siempre, junto con mi amigo Dim me enfrenté por vez primera al querer gritar a los cuatro vientos sobre mi gremio, mi familia nocturna, a un joven que observaba yo desde la distancia. Dim, al notarme con esas ganas de revelar a todos lo que soy, sostuvo mi brazo y con seria mirada me dijo: «no lo hagas, por más que lo anheles». Sus ojos oscuros como el carbón congelaron ese ímpetu que en mí había. Él y yo nos alejamos del lugar sigilosamente. Él me llevó a un quiosco, en el cual se encontraban algunos de miembros de nuestro clan. Cuando uno de ellos nos vio, nos hizo señas para acercarnos; lo hicimos. Ahí, éste individuo nos ofreció una copa de un licor dulce. Ignoro qué era. Luego, nos recordó que jamás de los jamases debíamos revelar la ubicación exacta de nuestro pueblo y que, cierto, podíamos salir de éste, pero que no fuera más allá de las zonas oscuras. Parecía que sabían lo que yo quería hacer hace unos instantes.
Después de recibir el sermón, Dim y yo regresamos al pueblo. En el transcurso del viaje, Dim sólo me dijo: «Eso seres que se encuentran en ciertos puntos se les conoce como los Night Watcher o, por sus siglas en inglés, NW. Ellos están para evitar una guerra entre varias aldeas y reinos». No supe qué contestarle, pues yo no creía posible la existencia de los NW. Pensaba que ese trabajo lo desempeñábamos todos, pero, por lo que veía, no era así.
No pasaron más de 2 años como miembro de aquella aldea. En ese tiempo fungí como mensajera mientras hacía mis recorridos con Dim a lugares que nos parecían interesantes explorar. No obstante, hubo un día en el que le comenté a Dim: «Quiero regresar a mi vida anterior porque he perdido ese amor a la noche». Dim, un poco furioso, me respondió que estaba bien y que, para ello, debía hacerlo saber al jefe de la aldea, nuestro señor Tezcatlipoca. Éste aceptó mi petición, mas antes de irme me dijo algo como un «en tus ojos se ve más una duda que una seguridad, por lo que, te concedo un descanso de nuestro mundo. Volverás a ser una simple humana. Sin embargo, si deseas regresar dirás mi nombre en un sueño. Y no será cualquier sueño, sino un sueño, en el que puedas estar consciente y, por ende, puedas dominarlo a tu propia voluntad». Después de aquello, desperté en mi cama con una marca en mi muñeca.
De nuevo era una joven humana; ya no una guerrera de la noche quien, alguna vez, se dedicó a la magia oscura. Al inicio, me pareció lo mejor, pues no tenía que escaparme de casa ni mentir ante preguntas sobre lo agotada que estaba cada mañana al despertar. Todo iba tan bien que pensaba nunca más volver, aunque si lo meditaba a fondo me encontraba contra la pared: extrañaba mis aventuras con Dim en lugares misteriosos, pero sin esas aventuras mi vida era más calmada y, hasta cierto punto, más segura. Realmente, ahí radicaba mi duda: ¿cuál era lo mejor: una aventura o una vida sencilla y reservada?
La respuesta la obtuve un año después. Fue justamente una tarde de viernes cuando salía de mi escuela. En ese momento añoré tanto mi poder que sin reflexionarlo más corrí todo lo que pude para tomar el Metro que me llevaría a casa y una vez ahí llegaría a mi cuarto para lograr dominar un sueño. Me costó mucho dormirme, pero cuando por fin Morfeo me llevó a su mundo pude percatarme de que lo que vivía en ese instante era un sueño. Así que, apretando la muñeca en la que tenía la marca clamé el nombre “Tezcatlipoca”. De repente, todo se hundió en una magna oscuridad, dentro de la cual se oía solamente una grave voz que me decía «bienvenida, Turaida».
Editado: 19.03.2018