—Algo está lastimando a las arañas del minisuper — le dije a Hugo.
—Se dice que algo se las está comiendo estúpida— me contestó mientras trataba de conciliar el sueño acostado sobre el mostrador del minisuper, usando como cobija la cortina de la ventana del baño.
—No, de verdad algo las está lastimando— le respondí y entonces le lancé los cadáveres moribundos y mutilados de dos arañas que había encontrado. Me reí durante horas al verlo retorcerse y caer al suelo gritando.
Como introducción debo decir que es normal que en lugares como bodegas exista un amplio número de arañas. El número de arañas aumenta aún más cuando la tienda o supermercado está en una zona rural, cerca de algún parque, incluso depende del clima o la temporada del año. Lo que intento dar a entender es que al menos aquí no es extraño encontrar arañas caminando por manijas, pasillos, baños, paredes, piso o techo. Tampoco es extraño encontrar arañas de todos los colores y tamaños que te puedas imaginar. He visto verdaderos titanes caminar por los pasillos y peor aún, estar a punto de saltarme en la cara.
Para un aracnofóbico (como Hugo) este lugar sería una pesadilla, pero para mí es perfectamente normal. Cuando naces, creces y vives en un pueblo toda tu vida, convivir con este tipo de bichos es algo cotidiano, común y muy muy normal. Lo anormal en este caso empezó un domingo, dos días después de nuestro incidente con Marlo. Aun no teníamos puerta, solo una cortina; como en mi casa.
Fingía barrer el pasillo de cervezas y vinos con la intención de "accidentalmente" golpear y dejar caer unas cuantas latas de cerveza, marcarlas como "producto dañado por accidente" en el inventario y luego salir a beberlas fuera de la visión de las nuevas cámaras de seguridad, cuando vi una araña negra como de unos tres centímetros arrastrarse por el suelo, dejando una línea color verde de lo que asumo eran sus tripas.
—¡Mira, se desbuchó!—levanté la voz para que Hugo viniera a ver la masacre.
—¿Quién?,¿Tú?, dime que sí— bromeó. —Chale, se le ponchó su pancita— dijo mientras se agachaba para verla mejor.
—Bueno, una menos—mencioné antes de pisarla y barrer sus restos hacia la basura. De todos modos, no creí que pudiera sobrevivir sin gran parte de sus intestinos.
Después de eso, Hugo y yo salimos a tomar las cervezas “dañadas” y comenzamos a platicar:
—Estuvo raro— dije.
—¿Qué cosa? — contestó poniendo más interés en su lata que en mí.
—Lo de la araña—
—¿Por qué? —
—Para empezar, es extraño ver arañas tan cerca de los refrigeradores, en segundo lugar, ¿Cómo es que se lastimó? o ¿Qué la lastimó? ¿Por qué no se la comió?, ¿Por qué la dejó viva estando ya indefensa? — mencioné hablando muy rápido. No sé si fue el alcohol o que había estado leyendo y mirando videos de misterios, pero me creía detective privada.
—Yo creo que fue una lagartija violadora de arañas—contestó Hugo intentando no reírse.
—A ti te encantan los misterios—dije con todo el sarcasmo que pude sacar de mi cuerpo.
—Sí, mi favorito es el misterio sin resolver sobre la desaparición de nuestros aguinaldos de Navidad—
—Sí, otro muy bueno es el que trata sobre la ausencia de nuestras prestaciones de ley—
Hugo tan inspirador como siempre.
Días después, alrededor de las dos de la madrugada. Estaba sentada en el mostrador leyendo un estúpido libro que encontré en medio de las galletas y que seguramente algún cliente debió olvidar. "¿Cómo funciona la bolsa de valores?", era el título de esta cosa. Luego de cinco minutos intentando leerlo y únicamente consiguiendo disociarme de la misma forma que en la escuela, decidí hacer algo divertido y lo arrojé directamente a los costales de comida para perro al fondo de la tienda.
—¡ESTÚPIDA PERRA! —escuché. Le había caído a Hugo, quien estaba acostado encima de ellos.
—Uy, perdón. No sabía que estabas ahí. — Nota: Sí sabía que estaba ahí.
Mientras caminaba para recoger el libro, noté que en el piso había tres arañas amarillas con manchas negras, tratando de caminar lejos de mí. Ya casi no tenían patas: a dos de ellas apenas le sobraban tres patas con las que apenas y avanzaban un par de centímetros, la restante solo tenía una pata con la que intentaba moverse sin éxito.
Con respecto a sus patas faltantes, había un pequeño montón de patas un poco más a la derecha, diecisiete en total. Estaban completas, pero desarmadas. A estas arañas también tuve que matarlas.
A las cuatro de la madrugada, volví al mostrador y me puse a jugar en mi teléfono para matar el tiempo:
—Hola nena— Marlo había vuelto, con menos dientes, pero regresó. Ahora le faltaban dos dientes superiores, las paletas si no me equivoco. Me sonreía de una forma bizarra, creyéndose el galán del momento.
—¿Muy dura la comida?— le pregunté ignorando su saludo y sin mirarlo directamente. Ponerle demasiada atención solo hace que se quede más rato.
—Eres una niña muy graciosa— dijo de forma sarcástica. Responder así casi lo hizo sonar como alguien normal, ya que usualmente habla como un galán de película india.
—Si, me lo han dicho—
—¿En serio? —
—No, compras tus papillas o te vas— le dije subiendo un poco el tono con el objetivo de que Hugo me escuchara.
—Yo solo venía por algo de tu parte, no es para que te molestes así—
—¿Cómo qué? —
—Lo que quieras darme—. Se recargó sobre el mostrador acercándose a mí. Su olor era digno de alguien que nunca había usado desodorante en su vida.
—¿Ah sí?, cierra los ojos— Marlo obedeció con gusto a mi solicitud; cerró los ojos y vi cómo se le dibujaba una sonrisa en la cara. Tomé su mano y rápidamente puse las patas de araña que había barrido hace rato. Fue delicioso ver cómo la cara se le ponía roja cuando por fin abrió los ojos.
—¿Algo más? — le pregunté comenzando a reírme. Marlo se sacudió las patas como si fueran gotas de aceite caliente y salió de la tienda.
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Editado: 14.06.2025