Turno Nocturno

Demasiado pan

—Vamos, Hugo, contesta —susurraba con los puños y los dientes apretados. Hugo no había llegado a su turno en el minisuper. Llevaba dos horas marcando a su teléfono desesperadamente. Y sí, puedo encargarme del minisuper yo sola. Pero hoy es martes y los martes hay cosas que solo Hugo puede hacer. —Hola —me respondió, pero no a través del teléfono, sino susurrándome desde detrás de la nuca. —Maldito joto —pensé mientras daba un brinco de miedo. —¡¿Por qué llegas a hasta esta hora?! —le escupí con los dientes apretados. —¿Por qué tú nunca gritas cuando te asustas? —me preguntó alejándose de mí. —¿Qué te importa? Ya dime dónde estabas, ¿de puta? — —Sí, tuve que atender a un equipo de fútbol completo — —Ja. Ja. Ja. —me reí de forma sarcástica. —Rambo no tarda en llegar, ve a esperarlo atrás — Creo que ahora es oportuno contarles de Rambo. En realidad, Rambo no se llama Rambo, tiene un nombre normal como todas las personas… o al menos la gran mayoría de ellos. Volviendo al tema, Rambo es algo así como el asistente personal del jefe y nos trae mercancía, pero es ese tipo de mercancía que se tiene que ocultar. Para aclarar un punto, Hugo y yo sabemos que el jefe también es dueño de un negocio “secreto”, pero sencillamente tratamos de mantenernos al margen, ya que, si al jefe le va bien, entonces nosotros seguimos teniendo trabajo. No somos sus empleados, somos su tapadera y entre menos nos involucremos es más seguro para nosotros. Es por esta razón que solo Hugo tiene contacto con Rambo: él le da acceso, lo deja revisar el inventario y es el único que tiene una idea de los productos secretos que vende el jefe. Por mi parte solo conozco de vista a Rambo. Es un maldito estereotipo andante de un mexicano de cuarenta años: bigote, moreno, rechoncho. Sí, cuando piensas en todos los estereotipos mexicanos de hombre, Rambo cumple con la mayoría. Y sí, me trata como una mocosa. Bueno, no lo culpo, yo parezco una niña. La pubertad no hizo mucho por mí y literalmente parezco una infanta. Mis ciento cuarenta y nueve centímetros de estatura y cero curvas hacen que la mayoría de los hombres adultos piensen que tengo doce años. Aún así me molesta que me hable con un tono infantil o que no me dirija la palabra si no es para despedirse o saludar con su típico: hola pequeña. —Bien, Rambo se fue —me dijo Hugo mientras se estiraba como si hubiera trabajado durante horas. —Qué bien, porque tengo que decirte algo —no pude evitar que se me dibujara una sonrisa.—Hay dos panes más esperándote en el baño — —¡¿QUÉ?! ¿Por qué no me dijiste antes? —replicó sujetando su cabello. —Iba a hacerlo, pero alguien decidió llegar tarde a su turno por priorizar a sus clientes— Resulta que Hugo ha estado encontrando bolsas de pan con demasiado pan en su interior. Me refiero a bolsas para pan, al borde de la explosión debido a la cantidad de pan comprimido que llevan dentro. El pensamiento de cualquier persona le llevaría a asumir que esto es obra de algún cliente problemático, un adolescente tal vez, que maltrata la mercancía para divertirse e impresionar a sus amigos. Pero se pone raro cuando la marca del pan es una que no vendemos en el mini super, además de que en el inventario no hemos notado ninguna falta de pan en bolsa. Parece que simplemente alguien entró a la tienda con esas bolsas llenas de pan y consiguió que de alguna forma llegaran a la tienda sin que nadie lo notara. Hasta el momento hemos encontrado nueve, tres en la bodega, dos en el techo, una dentro del refrigerador de refrescos, una bajo la caja registradora y ahora dos en el baño. El único baño al fondo de la tienda, ese único baño que siempre está cerrado ya que se necesita una llave para entrar, llave que siempre tiene Hugo. —Hoy llegué y encontré abierto el baño. Pero no quiero arruinar tu sorpresa, ve a ver —le dije riéndome en la última parte de la oración. Caminé detrás de Hugo y comencé a grabar con mi teléfono. No podia perderme ese momento. —Niña no me grab… —se quedó sin palabras cuando abrió la puerta. Dos bolsas de pan, una dentro del inodoro, sumergida en el agua sucia, otra bolsa dentro del tanque de agua. —¿Y la tapa del tanque de agua? —no tengo la más mínima idea. El inodoro estaba desbordado y el piso inundado. —Nos van a descontar esa puta tapa de nuestro sueldo —le dije. —¡Estos fueron los del turno de día! ¡Estoy seguro! ¡Si me descuentan un solo peso, les voy a embarrar caca en las paredes! —chilló tallándose los ojos y yo… capturaba ese momento para la posteridad. Por supuesto que avisamos a nuestro jefe acerca de las bolsas, pero al enterarse de que no era una marca de pan que vendíamos en la tienda, básicamente dijo que lo limpiáramos, lo botáramos a la basura y que nos olvidáramos del tema (y así lo hicimos), pero cuando le contamos de la tapa del tanque del baño, pude escuchar su mandíbula crujir a través del teléfono. —Bueno, ya son las tres. ¿Te preparo un sándwich de Nutella? Hay mucho pan —le pregunté a Hugo, quien por primera vez en mucho tiempo estaba preocupado. —Tranquilo, a ti las esquinas te dan de comer — —¿Sabes…cómo hacer que alguien no deje la escuela? —preguntó. —No se si sea buena idea hacerle ese tipo de preguntas a alguien que tiene la preparatoria trunca — —Pero a ti te gustaba ir — —Según — —¿Cómo que “según”? — —Dejemos el tema — Antes de que Hugo pudiera responder, vimos pasar a Marlo en su moto. —Aún funciona —alcanzó a decir Hugo antes de que Marlo chocara contra un árbol. —Creo que ya no —, salimos a ver cómo estaba Marlo. Después de todo, no deja de ser un ser humano; estúpido y pervertido, pero un ser humano. Marlo estaba acostado boca arriba, tenía su moto sobre el estómago. —¿Ya te moriste? —le pregunté, luego de estar completamente segura de que no estaba muerto. —No, bebé —me contestó con poco aire. —Siempre logras decepcionarme —le respondí. —Pero yo te amo tanto — —A, míralo, y yo ando muy preguntona — —Yo le dije que viniera —dijo Hugo entrecerrando los ojos, mirándome fijamente y poniéndome su cara de “no te enojes”. Nota: ¡Maldito joto! —Más te vale que sea por una buena razón o te vas a tragar el pan que acabamos de encontrar —le dije conteniendo mi desagrado. —No nos vamos a quedar, si eso es lo que te preocupa — —¿Ah no? —exclamó Marlo aún en el suelo. —¿Te vas a ir? Si llegaste tarde y no hiciste nada —le dije. —Escucha tengo que hacer algo…luego te explico —dijo levantando a Marlo y a su moto, solo para después irse juntos. —¡Maldito joto! —le grite mientras lo seguía con la mirada y apretaba mis puños hasta que me ardieron las palmas de las manos. Caminaba molesta mientras comenzaba a imaginarme limpiando y acomodando todo yo sola, cuando al entrar al minisuper vi una montaña de pan de bolsa en el mostrador. Era tanto pan que casi tocaba el techo y como siempre, no era de nuestra marca. —Vaya, eso es demasiado pan —




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