—Hola, sean bienvenidos al turno nocturno del minisuper. ¿Por qué estoy hablando en voz alta si estoy completamente sola? Bueno… es porque estoy completamente loca —exclamé, recostada en la cómoda montaña de pan.
Faltan diez minutos para que mi turno termine, la montaña de pan sigue aquí y siendo sincera, no voy a moverla. Los del turno de día necesitan una dosis de turno nocturno en sus vidas.
—Mi nombre es Julia y estamos transmitiendo en vivo para mí misma desde el estúpido minisuper ubicado dentro de un pueblo olvidado por la humanidad. El tema de hoy es: “Mis traumas”. —dije poniendo voz de locutora de radio. —Excelente mis queridísimos radioescuchas, ¿de qué tema podríamos hablar hoy? Tal vez de cuando me atropelló un auto, de cuando me asfixié con la tapa de un refresco, cuando me perdí en el bosque por dos días o cuando mis padres me abandonaron —
—¿Te abandonaron tus papás? —escuché decir. No me di cuenta de en qué momento terminó mi turno y ahora la chica del turno de día me estaba mirando con su cara de idiota.
—Genial, son las siete de la mañana —dije al mismo tiempo que me deslizaba por la montaña de pan y salía corriendo por la puerta del minisuper.
—¡Espera!, ¿Por qué hay pan en el mostrador? ¿Por qué estabas durmiendo en él? ¿Quién va a limpiar todo esto? —
—¡Te lo regalo, de mí para tú! —Lo más seguro es que el jefe nos regañe por esto, pero… no me importa.
A veces sueño con ese día. Nunca lo vi venir, fue tan inesperado que a veces es gracioso y me río yo sola. Nunca me di cuenta tampoco de lo mal que estaba su relación. No puedo culparlos por ser malos padres; no lo fueron. No me pegaban, no me gritaban, hasta sus castigos eran…blandos.
Ese día llegué a casa, venía de la escuela, tenía quince años. Estaba enojada, había tenido un mal día, ahora ni siquiera recuerdo la razón por la que fue un mal día, ya no importa de todos modos. No había nadie. La casa seguía igual, incluso había comida preparada, pero al mismo tiempo se sentía más vacía. Desde ese momento, ya presentía que las cosas iban a cambiar para mí, cosa que se confirmó cuando encontré la nota.
Estaba ahí, en el desordenado cuarto de mis padres, doblada, sobre la mesita de noche: una pequeña nota con la letra de mi mamá. Para acortar el drama, la nota solo decía que me amaba, pero que no podía aceptar que este fuera la culminación de su vida y que se iba a buscar algo mejor. Se despedía de mí sin antes recordarme que mi padre cuidaría bien de mí. Solo eso, sin número de contacto, sin una disculpa, sin promesas de volver.
Intenté llamar, enviar mensajes, pero nada, mi número estaba bloqueado. Esperé la llegada de mi padre. En mi ingenuidad incluso trataba de idear la mejor forma en la que le daría la noticia y también me preguntaba si él ya sabría lo que pasó. Esperé toda la noche y la mañana del día siguiente; nunca llegó. Más tarde recibí un mensaje de él, el contenido era similar a lo de mi madre. Hablaba de seguir adelante, de amor y cariño, y por supuesto hablaba de que mi madre me cuidaría bien.
No fueron malos padres, al menos no mientras estuvieron conmigo. Solo que tenían tan pocas habilidades de comunicación entre ellos que no se dieron cuenta de que planearon abandonarme los dos al mismo tiempo. Bueno, al menos mi padre me manda dinero a veces y mi madre regalos que vienen quién sabe de dónde.
Dejé la escuela después de eso. Aquí no es muy raro, la mayoría de los chicos lo hacen a mitad de la preparatoria. Esto es un pueblo y se valora más lo práctico que los títulos en un currículum. Además, es difícil estudiar cuando vives solo y guardas un secreto. Una de las razones por las que estoy trabajando de noche en el minisuper por un sueldo miserable, es porque me permite guardar ese secreto. Nunca hay nadie, Hugo no pregunta y también porque puedo comprar y pagar la mayoría de las cosas que necesito ahí mismo: comida, agua potable, luz, productos de higiene, lo que quiera. Eso es gracioso en realidad:
—Buenas noches, Julia —digo desde fuera del mostrador de la tienda.
Trepo por el mostrador, salto detrás y vuelvo a ponerme mi gafete de empleada —Hola, Julia, ¿en qué puedo ayudarte hoy? —
Salto de nuevo delante del mostrador — Oh, necesito papel de baño, jabón y unos condones extragrandes y la botella de lubricante más grande que tengas —susurro.
Salto de nuevo —¡Dios mío Julia, que atrevida! ¿Quién es el afortunado? —exclamo eufórica.
Salto —Ay Julia. Un dildo extragrande que compré el otro día—digo poniendo cara tierna.
Salto —Felicidades Julia, que seas muy feliz. Aquí tienes tus condones extragrandes y toma, mejor te doy dos botellas de lubricante —dije poniendo sobre el mostrador los galones de aceite de cocina más grandes que tenemos.
A Hugo le fascina esta rutina, a mí también, pero luego me duelen los brazos. Estar ahí me permite estar tranquila y dormir todo el día para ignorar la existencia de todos los demás. Simplemente no hay preguntas incómodas y no hay sospechas.
¿He intentado hablar con ellos? No, que mi madre me bloqueara fue suficiente como para entender que yo ya no estaba en sus planes a futuro. ¿Saben que estoy sola? No tengo la menor idea. Espero que no lo sepan, porque si me entero de que lo saben y aún así decidieron no volver por mí… bueno, no sé si alguien podría ser feliz sabiendo eso. ¿Hace cuánto tiempo se fueron? Se fueron hace dos años, lo estoy haciendo bien sin ellos. ¿Por qué nadie se ha dado cuenta de que estoy sola? Es lo mismo que me estoy preguntando. Tal vez todos lo están ignorando o tal vez y como casi siempre, las autoridades son tan lentas que llegarán cuando tenga dieciocho. ¿Tengo algún rencor con mis padres? Obvio que sí. ¿Voy a profundizar en eso? Obvio que no. ¿Por qué? Porque muchas veces me sorprendo tratando de justificarlos: ¿Tal vez se sentían atrapados? ¿Tal vez es mi culpa? ¿Tal vez yo no era muy fácil de tratar? ¿tal vez volverán?
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Editado: 03.09.2025