Turno Nocturno

Pequeños zafarranchos cotidianos

—¿Gabriel? ¿Amor? —decía Hugo sacudiendo con insistencia los hombros de Papá Gabriel mientras Diana sujetaba una bolsa de hielo medio derretida sobre su ojo morado.

—Guácala —exclamé para molestarlo.

—¡Cállate, niña! —me gritó Hugo.

Gabriel despertó y se sentó en el sillón, entre chasquidos de huesos y quejidos ahogados. Según mis cálculos, estuvo inconsciente alrededor de tres horas. Hugo le acariciaba la frente y tocaba con cuidado el ojo morado e hinchado que le había dejado Rambo. Nota personal: Espero que mis papás no se besen, porque si no me voy a vomitar (broma, en realidad, les tomaría una foto). Nota personal dos: Tengo que ir por esos bombones.

—¡¿Qué?! ¡¿Qué pasó con el hombre?! —gritó mi segundo papá mientras se incorporaba de un brinco.

—No, no, escucha. Es un amigo, no va a hacernos daño —le dijo Hugo mientras lo volvía a sentar y lo envolvía en un abrazo.

—Sí es que le hacemos caso —añadí, recordando la suave alianza que tuvimos hace un momento.

—¿Qué? —preguntó confundido Gabriel.

—Escucha, tenemos que irnos. No estamos a salvo aquí… quieren matarnos…mi exjefe hizo cosas malas y ahora nos culpan por eso… pero nosotros no hicimos nada —dijo Hugo a tropezones sin saber cómo explicar la situación.

—¿Qué? ¿A dónde te vas? ¡Yo voy contigo! —Gabriel sujetó los brazos de Hugo y le plantó una mirada de terror que me hizo sentir empatía por un momento, el cual no duró mucho ya que Rambo interrumpió la escena, entrando con la bolsa de bombones que yo planeaba comerme. Nota personal tres: ya me enojé.

Entre todos le contamos a mi papi todo lo que había pasado. Desde la razón de nuestro despido, pasando por la huida de los excompañeros de Diana, por la traición que sufrió el pendejo de Rambo, la amenaza de muerte y terminando con el “plan maestro” de Rambo de escondernos quién sabe dónde.

—¿Pero a dónde se van? —preguntó casi en un susurro.

—Los llevo con mi madre. Tú no puedes venir. Te necesito en el pueblo, vigilando lo que pase e informándome de todo —interrumpió Rambo, masticando bombones. —Sé que a tu novio no le gustará que te involucre, pero él tampoco me cae muy bien y sinceramente no me importa, además ya te involucré dándote una buena putiza. Desde ahora eres mi informante y ponte listo… claro, si quieres que tu novio regrese a casa algún día —eructó.

Hace quince días estaba preocupada porque se me rompieron los audífonos. Hoy estoy angustiada porque un político loco quiere matarme, junto con todo un pueblo ubicado en medio de la nada que cree que me dedico a la venta de drogas y lavado de dinero. ¿Dentro de quince días dónde estaré? ¡¿En Saturno?!

Miré a Diana y luego a Hugo, esperando alguna respuesta. Pero solo me topé con caras que reflejaban más miedo que otra cosa. Miré a Rambo, quien seguía comiendo los bombones de una manera que me dio asco. Nota personal cuatro: mejor ya no quiero nada. Finalmente, Gabriel se levantó del sillón, miró a Rambo a la cara y asintió lentamente. Aceptaba. La tensión bajó un poco y sentí que teníamos una oportunidad de salvarnos.

—Está bien. Pero necesito una garantía —agregó Gabriel, adoptando un aire de valentía y desafío, volviendo a poner el ambiente tenso.

—¿Garantía? —preguntó Rambo.

—Sí, para asegurarme de que no los vas a traicionar —Gabriel apretó los puños.

—Primero dime una cosa—exclamó Rambo dejando caer la bolsa vacía de los bombones. —Eres un asalariado oficinista de veinticinco años, una deuda de seis cifras en el banco porque fuiste un pequeño alcohólico que tomó muchas malas decisiones, sin casa fija, esto es rentado y tu casero es un ojete que te sube la renta cuando quiere. Ni tus papás, ni tú familia te hablan porque resultaste gay, la única que te habla es tu hermana y eso solo porque ella no es muy heterosexual tampoco. Ella también te consiguió tu empleo y la moto que Marlow arregló el otro día. No tienes amigos y la única interacción social significativa que tienes es cuando tu hermana o Hugo vienen a verte. ¿Estoy en lo correcto? —

—Yo…—tartamudeó.

—Siempre estoy en lo correcto. —interrumpió Rambo. —Ahora bien, ya que sé tanto de ti, te doy como garantía esto: o me ayudas o tu hermanita y Hugo pueden ir quedando fuera de tu lista de amigos… y te recuerdo que no es muy larga. —

—¿Cómo sabes? —exclamó Gabriel agachando la cabeza y descomponiendo su postura desafiante.

—La gente de por aquí es muy chismosa —carraspeó. —Solo tengo una pregunta. ¿Alguien sabe que Hugo es tu novio? —se acercó a Gabriel.

—No —dijo Gabriel retrocediendo un paso. —Solo ustedes, mi hermana y ¿Marlo? —dijo inseguro.

—Ah sí, el viejo que te arregló la moto. Tengo que hablar con él antes de que hable más de lo que debería, pero eso lo vemos luego —respiró profundo. —Despídanse de quienes se tengan que despedir, nos iremos a las dos de la noche, sin excusas, sin pretextos, sin más confrontación y sin esperar a nadie. Y Gabriel… si le dices a alguien que estuvimos aquí, desobedeces alguna de mis órdenes o ignoras alguna de mis llamadas, te va a ir mal —indicó Rambo con una mirada fría, antes de retirarse a la cocina.

Hugo y Diana sacaron sus teléfonos y comenzaron a mandar mensajes frenéticos. Diana lloraba bajito, mientras escribía y cada cierto tiempo paraba para limpiar sus lágrimas. Hugo le hacía chistes tontos a Gabriel mientras mandaba mensajes e intentaba llamar por teléfono a alguien. Gabriel abrazó a Hugo por detrás y hundió su cara en su espalda. Por su parte Rambo hablaba con quien parecía ser su madre, quien aparentemente le gritaba por llamada.




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