Turno Nocturno

Sopa verde

Una hora antes:

Caminar hasta el pueblo fue: ¡HORRIBLE! Si ya estaba adolorida por la caminata hacia la casa de la mamá de Rambo, esta segunda me cayó peor. ¿Y todo para qué? Para buscar a un pederasta, chavorruco, viejo verde, con mala higiene y acosador, y decirle que cierre su bocota sin dientes.

—Necesito cometer suicidio, pero me da miedo el dolor y que después de la muerte sea obligatoria la reencarnación —pensaba mientras subía una colina gigante y empinada a las afueras del pueblo, donde desafortunadamente vive el delirante más famoso de por aquí.

—No puedo respirar —exclamó Hugo mientras se agachaba.

—Vamos, se supone que el viejo soy yo —le respondió Rambo de una forma más amable de lo convencional y extendiendo su mano para ayudarlo a incorporarse.

Se siente muy raro ver a Rambo actuar de esa manera, ya que desde que tengo memoria tiene la costumbre de ser bastante hostil. Él es el tipo de persona que si te llama “amigo” o “cariño” es porque está avisando que un puño está volando directamente a tu cara en ese momento. Aunque rara vez lo hace, ya que casi nunca tiene la decencia de avisar. El evidente y repentino cambio me hace pensar varias cosas:

  1. Ya se dio cuenta de que nosotros de alguna manera somos su pase de salida a los problemas que tiene y por lo tanto, le conviene tratarnos mejor. Claro que nos secuestró y amenazó, pero creo que quiere enmendarlo.
  2. Le da miedo que yo le caiga bien a su madre. Este punto suena tonto, pero claramente le tiene miedo a su madre, y debería, si la señora pudiera ver, estoy segura de que sería una máquina del mal.
  3. Tiene un plan con Marlo y nos está llevando directamente hacia él. (Esta última parte espero no sea verdad, le tengo asquito a Marlo)

Sea lo que sea, tengo miedo de lo que Rambo sea capaz de hacer.

—Me duele hasta el ano —bromeé para aligerar el ambiente. Hugo y Diana se rieron cubriendo sus bocas, Rambo, no.

—Que te sobe Diana —remató Hugo, provocando que tuviera que taparme la boca para que nadie me escuchara reír.

—A ver, ven aquí, yo te ayudo —dijo Diana acercándome su mano en cámara lenta mientras también se reía.

—Cállense —interrumpió Rambo. —Solo vamos, le doy unos golpes a ese idiota y nos vamos a casa —dijo intentando cambiar el tema y acelerando el paso.

—Vamos Rambo, fue divertido, una broma divertida —reclamé, corriendo un poco para alcanzarlo.

—No es momento para bromas divertidas —replicó sarcásticamente.

—Rambo, solo intento aligerar el momento. Digo, ya estamos muy jodidos, una broma no va a empeorar las cosas, ya nada puede empeorar las cosas —reí.

Una hora después:

Quién diría que Marlo, el señor increíble, terminaría de esta forma, dentro de lo que una vez fue “El Tapón”, junto a lo que más amaba, su moto, sumergido por completo en caldo verde y con renacuajos habitando el interior de su boca. Sin duda una escena que voy a recordar todas las noches de mi vida antes de dormir.

¿Cómo dimos con él? Luego de buscarlo en su “casa” (si se le puede llamar casa al cuarto gris en medio de un terreno baldío lleno de chatarra donde vivía) y no encontrar ni el más mínimo indicio de su presencia y derrotados por el esfuerzo en vano, caminamos rumbo al minisuper en busca de ¿Respuestas? ¿Inercia? ¿Costumbre? En realidad, no sé por qué, pero me arrepiento tanto de no haber escuchado a la profunda voz en mi cabeza que me decía que no fuera.

Observamos por un momento el minisuper, que a estas alturas estaba saqueado y vandalizado, con cintas amarillas de policía acordonando el área, grafitis obscenos en las paredes y con todas las ventanas y puertas rotas. Aprovechando que la concentración de anfibios se había disipado bastante, decidimos acercarnos más y echar un vistazo al interior. Y adivinen qué; más pan apelmazado en bolsa. Quién sea la persona que tiene esta retorcida costumbre, claramente no tiene planes de detenerse, sin importar que este lugar ya esté abandonado.

Ignorando eso, decidimos caminar juntos por la obscuridad, alumbrando con la linterna de mi teléfono. Había bastantes sapos muertos, acompañado de un hedor característico a rana muerta. Dentro del minisuper se vivía una escena apocalíptica, solo quedaban algunos anaqueles y estantes rotos, además del mostrador que estaba atornillado al suelo. La bodega estaba vacía, claro, si ignoramos por completo al sapo gigante que se alimentaba de las bolsas comprimidas de pan mohoso. ¿Cómo es posible que un lugar quede tan destruido en menos de un mes?

Por curiosidad, nos acercamos a “El Tapón” (aunque creo que hay que cambiarle el nombre a esa cosa, pues de tapar, ya no tapa nada) y ahora que lo pienso, fue casi un milagro que pudiéramos ver algo a través de esa agua espesa y espumosa. Pues si yo no hubiera visto esa pequeña banderita negra con una “M” que solía atar Marlo en su muñeca, Rambo no se hubiera acercado a jalarla solo para que con un poco de fuerza descubriéramos que la bandera seguía amarrada a la muñeca del tieso Marlo, quien nos miraba con una expresión aterrada desde el fondo de esa agua turbia. Tal vez esa es la razón por la que nadie había notado su cuerpo aún. Eso y que la salida constante de los sapos asustaba a cualquiera.

El agua era tan mugrienta que tuvimos que usar dos linternas y una ramita de árbol para alcanzar y limpiar la cara de Marlo, cerciorándonos de que sí era él. Marlo aún estaba parcialmente sentado en su moto, con un pie aparentemente atascado en una de las muchas rocas del fondo. Lo que me terminó de impresionar y traumar para siempre es que “El Tapón” ahora era más profundo que antes. Anteriormente, recuerdo que a lo mucho tenía metro y medio de profundidad, pero ahora alcanzaba los tres metros y medio. Nota: no tengo la menor idea de cómo pudo pasar eso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.