Turno Nocturno

Manual de supervivencia en tacones

A decir verdad, nos vemos extravagantes, como una familia moderna que fue demasiado lejos. Nos vemos tan raros, que me siento obligada a intentar darle una explicación o estructura a lo que somos, y sería algo así: Hugo y Diana son mis padres góticos, seguramente adictos a las sustancias, los cuales, me tuvieron muy jóvenes. Sí, yo soy la hija (sin importar que me veo como una versión pirata de “La huérfana”, no la primera película, la segunda, cuando la actriz ya se ve muy mayor para el papel). Rambo es mi tía trans y su mamá, o mejor dicho, Gloria, es mi abuela, ambas con profesión nocturna. Sí, parecemos personajes de comedia satírica. Gracias a Dios aún es temprano y no hay casi nadie en las calles. Solo perros callejeros que se cruzan la banqueta cuando nos ven llegar.

—Siento que estoy en un mal viaje de metanfetaminas —dijo Hugo.

—¿Has probado las metanfetaminas? —pregunté riendo un poco.

—No, pero supongo que esto es lo que ves; gente rara —explicó.

—No, esos son los hongos —interrumpió Diana. —¿O la marihuana? —

—No, esa solo te da risa… ¿Qué droga te hace ver cosas raras? —pregunté.

—¡Cállense! —nos reprendió Rambo.

—Solo queremos hacer más ameno el viaje —dije.

—Entonces hablen de cosas normales o tan siquiera legales, ¡¿pueden hacer eso?! —espetó.

—No, no creo —le respondí.

—Ya me di cuenta… —susurró.

—¿Creen que encontremos otro muerto? —pregunté.

Dos horas después:

Luego de vernos obligados a caminar hasta el pueblo de la hija del exjefe, nuestra extravagancia no duró demasiado, pues después de la larga caminata parecíamos víctimas de un tsunami en Las Vegas. Estabamos todos fachosos, incluso Rambo se había quitado los tacones y se vio obligado a cargar a su madre en brazos, mientras toda su ajustada vestimenta se iba desarreglando entre más pasaba el tiempo.

—Me duele —dije en medio de una respiración agitada.

—¿Qué te duele? —preguntó Hugo, con el maquillaje gótico corrido por la cara gracias al sudor.

—Todo, necesito descansar —dije agarrándome el estómago. —Y mejor si es el descanso eterno —

—Ya casi llegamos —explicó Rambo con una voz que dejaba ver que, al igual que nosotros, estaba exhausto. Caminaba descalzo con el cierre del vestido medio desabrochado y sujetando a su madre como podía, al cuál es una mujer algo regordeta. —¿Cómo es que las mujeres aguantan estos pinches tacones? Se supone que los zapatos son para poder caminar con comodidad en el suelo, pero estos hacen exactamente lo contrario. —exclamó, tomando con fuerza sus tacones y mirándolos con odio.

—Debe de ser con ritmo, cielo. Tacón, punta, tacón, punta, y así hasta el infinito o hasta que se dañen tus ligamentos, rodillas, cadera o lo que pase primero. Esa es la regla —le respondió Gloria, aferrándose más a su cuello para no caerse.

Nota: Me siento extraña llamando a la madre de Rambo por el nombre de Gloria. ¿Sí será ese su verdadero nombre? ¿o solo juega con nosotros?

—La ropa negra me da calor —dijo Diana quitándose la chaqueta de cuero que llevaba encima.

—Te la cambio por el overol —le dije.

—Mmm… Mejor no, me vería rara —contestó.

—¡¿Estás diciendo que me veo rara?! —le reclamé. Yo sé que si estoy rara, pero no me gusta que me lo digan los demás.

Cuando por fin llegamos al pueblo, nos veíamos fatal. Todos, a excepción de Gloria, quién seguía fresca y “presentable”. Si es que podemos considerar presentable a su reveladora vestimenta en una mujer de la tercera edad.

—Vamos, exageran demasiado —exclamó bajándose de los brazos de Rambo. Todos la miramos, pero gracias al respeto que impone, nadie le dijo nada. —Bien, llévanos a la casa, cariño. —Ajustó su sombrero y luego tomó el brazo de Diana, claramente para usarla como bastón.

—Seh —gruñó Rambo recuperando el aliento.

—Pero antes arréglate el vestido o se te verán las nueces —le dije aguantándome la risa.

Como ya lo veía venir; fuimos un espectáculo completo. La gente nos miraba pasar y dejaba de hacer lo que sea que estuviera haciendo para prestarnos su completa atención. No los culpo; si yo viera pasar a dos góticos escurridos, una travesti, una señora exhibicionista y una niña con cara de mujer, también voltearía a ver. Entre murmullos, risas, miradas y una que otra foto, agradecí desde lo más profundo de mi alma haber traído mi sombrerito de paja, ya que pude tapar mi cara y hacer de esta humillación algo más llevadero.

—Mamá, nos miran… nos toman fotos —susurró Rambo.

—Que las tomen, no es como que las vaya a ver de todas formas —le respondió su madre levantando aún más la cabeza y ajustando su escote para hacerlo más pronunciado.

—¡Señora, señora! Es muy guapa —exclamó un niño que se acercó a Rambo y le metió una nalgadota que retumbó en toda la calle. —Tiene las pompis muy firmes señora. —Rambo se quedó pasmado, hirviendo de furia mientras el niño se reía a carcajadas por lo que había hecho. Obviamente Rambo no podía ni siquiera regañarlo, pues su vozarrón de hombre seguro alertaría a todos en el pueblo. Aunque en realidad es muy obvio que se trata de un hombre vestido de mujer; debemos recordar que no es cualquier hombre vestido de mujer, es un delincuente buscado y cómplice de lavado de dinero.




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